¡R.I.P.!
Este mensaje de hoy es un encargo que hago a los que se paseen por mi blog. Ya, con la de cosas que nos hemos contado y tiempo pasado juntos, puede decirse que nos conocemos y tenemos confianza. Incluso podríamos -es una idea- romper esa cuarta pared que nos aísla y quedar a tomarnos unos vinos para ver qué cara tienen dpm, MsNice y otros contribuyentes clásicos. Por poder, hasta Patafos podría dejarse ver, que se le echa de menos: él, por lo menos, escribía. Porque yo no sé qué pasa que hace tiempo que nadie me pone ningún comment, y ya se sabe que, como se dice en castellano, un huevo frito sin sal es como un blog sin comment en los post, que no tiene vida y resulta la mar de soso. Y todo este abandono llega, encima, en tiempos en que ando necesitado de apoyo moral. No es que me haya dejado arrastrar por la riada de laicismo radical que nos invade, pero sí por un raro arranque de ambición que me ha puesto en mal aprieto. Nada menos que empezar otra serie -que sólo reciben, vía e-mail, algunos escogidos- para contar cómo me van las cosas en esa otra ciudad a la que mis jefes me han mandado. Y, claro, ahora resulta que, como era de esperar, no me da el caletre para tanto y no sé, cuando se me ocurre alguna idea, si mandarla al blog o al mensaje por correo. Y mientras me decido no pongo nada en un sitio ni en el otro.
Abuso de confianza. Hoy se trataba, como íbamos diciendo, de pediros un favor. No es nada del otro jueves: tan sólo que me sirváis de notarios para certificar que, ahora que acabo de cumplir los cuarenta, viajo por las autopistas -que las carga el Diablo- y no me quito de la cabeza el súbito final de aquel amigo, me ha entrado así como una conciencia de que total son cuatro días y un no parar de recordar que, como decía mi abuela, casamiento y mortaja, del Cielo baja; y me parece que me pasa lo que a San Bruno, que tuvo el privilegio de ser testigo de su propio entierro. La diferencia está en que él, después del shock, fundó la orden de los cartujos mientras que yo, sin embargo, he decidido que si un día de estos me quedo en la carretera quiero -este es el favor- que en mis funerales se ría mucho, se llore poco y se haga fiesta en lugar de duelo; que en vez de ataúdes se compren botellas de vino y de champán, que haya buenos canapés y que los pastelitos -eso sí- no sean de mousse que, si no lo tolero en vida, menos aún me los haréis tragar de muerto; que la gente, sin perder la dignidad, se coja un puntito a mi salud; que se cuenten chistes y anécdotas, preferentemente aquellas en que hice el ridículo o quedé como un marrano. Hombre, no digo que no se agradezcan algunas lagrimillas, pero de ellas me bastan las justas. Lo que yo quiero es una fiesta y que de mi despedida se pueda decir lo mismo que de la del viejo Baddy: que ha sido un funeral la mar de majo. Claro que él era en realidad Harold Lucius Badmington y yo no, pero supongo que algo se podrá hacer.
Y, como la confianza da asco, ahí van los detalles escabrosos: que hagáis el favor de prenderme fuego -venga- que siempre he sido un niño muy asquerosito y si viera que me estoy pudriendo os aseguro que me volvía a morir del asco. También es cierto que yo me tengo tirados algunos pedos que al olerlos poco me faltó para ir al Registro a pedirme una Fe de Vida, por si acaso y porque no podía creer que ciertos olores pudieran salir de un organismo vivo. Pero no es lo mismo. La verdad, por decirlo todo, es que me encantaría que me quemaran en un barco vikingo, pero me imagino que eso no podrá ser, porque son caros y difíciles de encontrar. En cualquier caso, que no sea en el Alinghi ni en el Desafío Español, que esos son barcos de plástico y la humareda sería, como la de las Fallas, negrota, fea y maloliente, y lo que yo quiero es, ya digo, una reunión de jolgorio, risa y chirigota. Así que, si resulta que me he muerto de un accidente tonto (por ejemplo que muy a la clásica haya resbalado en una piel de plátano o que tendiendo me haya caído por el balcón porque pasaba una rubia por debajo y de tanto estirar el cuello perdí el equilibrio), os doy permiso -qué digo permiso: ¡os obligo!- para que hagáis chistes al respecto e invitéis a la rubia a un traguito de champán. Y si alguien se la liga, que sea a mi salud. Que lo que quiero es marcharme dejando buen sabor de boca.
Pues, hala: dad fe.