martes, 6 de mayo de 2014

Serie SENSE NATI!, segunda época. Mambrú se fue al DC

MAMBRÚ SE FUE AL DC

Me he venido a Washington, como os decía, y eso que tampoco era yo, en principio, muy partidario. Lo malo es que la Jose suele tener razón, cosa que -por cierto- desanima bastante, y más si no encuentra uno el modo de decir que tenía planificado, para esos mismos días, un ir y venir de la cama al sofá, con sus paradas en la nevera, o explorar, si acaso, esas pocas heladerías recomendadas que aún no había probado en Cincinnati. Así que, a falta de sólidos argumentos en contra, he cogido el tren y aquí estoy.

Así es el mundo, estoy casi por decir: que lo importante en esta vida no son las convicciones, sino los argumentos en contra. Pero a mí no me salen o los que me salen no me los creo ni yo. Y así vamos. Podría haber dicho, por ejemplo, que se me ha metido en la cabeza, en esta segunda visita, que este es un país un tanto agresivo y muy machote. No me preguntéis por qué -¡no tengo argumentos!-, pero es la razón por la que no me atrevo a hacerle una foto a una casa ni a un coche, de miedo de que salga airado el propietario, ni mucho menos a un agente de la ley: le parece a uno que lo que en casa es insolencia o mala educación, aquí podría ser delito. Y bonicos son ellos.

Que se trata, como digo, de un país un tanto bélico, ya se nota en el DC, con tanto memorial de tanta war por la freedom, y que son los veteranos los mejores de entre nosotros, aunque alguno que otro, mendigando, ya se está viendo por ahí. Y si el de la guerra de Vietnam -sinceramente lo digo- alcanza a arrancarle a uno cierto sentimiento, la verdad es que el resto le deja con cierta sensación de "pero, hombre, ¿qué necesidad había?".

Es que llega uno a pensar que el DC es un Las Vegas a lo patriótico, o Las Vegas un DC del cachondeo, ambos un tanto exhibicionistas de la patria, de la guerra, de la juerga y del dinero. Y que las figuras king size de tías en pelotas que decoran, en Las Vegas, el casino ambiente Roma alguna relación deben de tener con las de los soldados en acción que se ven en los monumentos a la guerra. Ellas quizá son las novias de ellos, o ellos quizá los compradores del Playboy donde aparecen ellas. Me inclino más por la segunda, porque tienen ellas un no sé qué de implante mamario que, a decir verdad, no dan el tipo clásico y más que a las puertas del templo las veo a las del puticlub. Lo mismo que ellos y ellas, así todo el DC tiene ese gigantismo, esa monumentalidad siliconada que revienta los cánones de la gracia y le hace a uno -ya lo he dicho- exclamar: "Però, home... Açò és precís?".

Un cierto remanso de paz -que el DC también los tiene- vine a encontrarlo sin más guía que mi propio tacañismo, que quiso convencerme de que un albergue regentado por cuáqueros daría un toque exótico a la excursión. Y vaya si lo hizo, que hay que ver qué cara se le queda a uno cuando ve un albergue con sala de oración y biblioteca. Esta última, tan llena de títulos pacifistas que no las tenía yo todas conmigo que no fuera ilegal en el DC. La sala de oración, sin embargo -y ¡ay!-, cuadrada, blanca y vacía, a la que todos los huéspedes están invitados a meditar un ratito cada mañana, mejor sin desayunar, que con la tripa llena no se encuentra uno, tenía dentro, el día que yo fui, un solo cuáquero, varón, caucásico y en chancletas, no se sabe si sentado a dormir o simplemente tropezado en la butaca.

Roncador, además, y a conciencia. Y yo que, ya puestos, me había dicho "vamos a ver si medito un poco el desayuno", pues ya no me podía concentrar, con la tormenta y el estruendo, y quise preguntarle si podía meditar un poco más bajo, por favor, si es que su religión se lo permite. Pero ni caso. Digo yo que a tan profundo nivel de meditación se llega tras largos días de renuncia y ascetismo o tras largas noches de juerga y perdición. Término medio no hay.

Tampoco pude, claro, comprobar si era de veras cuáquero o transeúnte como yo. Pero el bélico roncar del muchacho me hizo pensar, en todo caso, que a los cuáqueros más les vale abandonar el DC sin perder tiempo, no sea que por influencia ambiental dejen el worship y se me suban al warship, que es un juego de palabras para el que hace falta más inglés del que yo sé pero no me voy a poner ahora a comprobar si está bien, que ya está bien. Por ahora.

viernes, 2 de mayo de 2014

Serie Sense Nati!, segunda época. Karkaputt!

KARKAPUTT!

Se le ha roto el coche a la Jose. Pero roto, roto. Al desguace, vamos. Y la cosa es una tragedia, no porque se le haya cogido cariño, que no -ojo, que me refiero al coche-, sino porque en Cincinnati la vida sin coche no es vida. Puedes ir en autobús, pero eso ya dijimos en un post de la primera serie que es algo bastante duro. Si no tener coche es lo mismo que estar muerto, viajar en autobús es como ser un zombi: un muerto viviente o, mejor, un muerto viajante. Puede que suba uno limpio y repeinao, pero seguro que, al bajar, ya no es el mismo: los amigos te encuentran algo raro, la familia te pregunta si estás bien y tu madre sospecha que te drogas. Solamente vale la pena para desplazamientos largos, y con eso no quiero decir "lejos" sino "para mucho tiempo". Pongamos el día entero. Desayunas, te vas y ya si eso vuelves a cenar. El bus de Cincinnati es, en realidad, una manera asequible y popular de comprobar la teoría de la relatividad, pero al revés. En el experimento fetén, el astronauta que va al espacio no envejece, pero los que se quedan en la Tierra -salvo Jordi Hurtado, és clar-, sí; en el bus de Cinci, el que ha envejecido es el viajero. Y, oye, tampoco hay que quejarse de que salga la cosa así, pues, ¿qué esperabas, por un dólar setenta y cinco centavos? ¿El CSIC?

Pero no quiero insistir en el bus, que ya lo hice una vez, ni en el coche, que también, sino al hecho propiamente dicho de la muerte del vehículo automóvil, que fue repentina y en medio de la calle. Le dije yo a la Jose: "Escolta: que ix fum del motor". Com que jo no sé de mecànica, ni si el coche tenía este tipo de costumbres, por curarme en salud añadí: "Açò és normal?" Se ve que no, porque la Jose inmediatamente llamó a la grúa. Y así, sin más, quedó muerto y humeante en plena calle, lo cual es siempre triste, pero un poco menos si se trata de un barrio pijo, pues algo del glamour ambiental parece que se pega siempre.

Tampoco ha sido una sorpresa, todo hay que decirlo. Estaba achacoso, el pobre, y para poco trote. Que si un ruido por aquí, que si una pérdida por allá, que si resoplidos y dificultades para subir las escaleras, y cosas así. Ya nos lo dijeron, cuando lo adoptamos: durará lo que dure, que está muy machacao y se ve que los dueños anteriores le dieron lo suyo. Y todo era un ir y venir de la consulta: "¿Cómo lo ve?". "Pachuchillo. Si lo cuidáis bien...y no le exigís demasiado, al pobre".

¡Y cogemos y nos lo llevamos a Chicago! ¡Una bolsa de millas para ir y otras tantas -claro- para volver! Vale que despacito, para que no le subiera la tensión, pero ya en el viaje de ida nos dio un aviso: se le puso amarilla una luz, y es cosa sabida que cuando a un organismo se le pone algo amarillo, ¡prepárate para parar! ¡Pum! Es la lógica del semáforo. Y así, parando, parando, fue y volvió. ¡Hombre! Digo yo que tuvo con nosotros una segunda juventud. ¿Quién le hubiera dicho a él, cuando estaba allá en el dealer, que viajaría a Chicago, que surcaría los caminos de Kentucky y que se vería rocanrolear en Nashville? Todo un ejemplo para la tercera edad automovilística. Tenía que haberse consumido, roñoso y oxidado, en un miserable y oscuro rincón del parking, pero murió sobre el asfalto, con las ruedas puestas. ¡Amén!

Pero a mí me dejó sin cenar sushi, el muy... ¡Que a eso íbamos, cuando estiró el embrague! ¿No te podías haber esperado un par de horas, hombre?

jueves, 24 de abril de 2014

Serie SENSE NATI!. Segunda época. AMTRAK-TRAK-TRAK

AMTRAK-TRAK-TRAK

Es que me he venido a Washington pasar unos días. Una excursioncilla de nada: total, ¿qué son catorce horas (y media) de tren? Eso es lo que tarda entre Cincinnati y el DC, que es así como se dice Washington en inglés, siempre que pronunciéis "di-sí", que no es que te pidan tu aprobación -que les importa un bledo- sino que el inglés, de suyo, se pronuncia raro.

Tenía yo ciertos temores con el tren, por las malas referencias tomadas de un cómic de Peter Bagge en el que cuenta su experiencia viajando en AMTRAK. Pues, hombre, Peter, ¿qué quieres que te diga? vale que no son los trenes de Noruega -obsérvese el "farol"-, pero tampoco están tan mal. No les falta de nada: sus ruedecitas, sus butaquitas, su aire acondicionado en posición "no-frost"... Lo peor, la puntualidad; lo malo a secas, el horario. Todo junto, el acabóse. El de Cincinnati al DC sale a las 3:27, pero no "pm" -que sentaría como se indica-, sino "am", lo cual en cristiano son las tres y veintisiete de la noche, que es hora que no da para decir "de madrugada". Será porque este es un país que decidió en su momento darle la espalda al tren: recuerdan algunos que por Cincinnati pasaban antaño cerca de doscientos trenes diarios, mientras que ahora pasan seis por semana, que digo yo que el jefe de estación debe de estar estresao.

También, por cierto, decidieron deshacerse de la estación,y ya tenían media derribada cuando alguien cayó en la cuenta de que se trata de un edificio imponente y que -oye- tampoco estaría mal conservarlo. Ya me imagino algún ultraliberal protestando porque le estaban quitando su freedom de tirar monumentos históricos. ¡Qué país!

Y, claro, al abandonar el tren parece que han abandonado también todo interés por la actualización. Lo digo porque pasan cosas tan curiosas como que el número de tu butaca te lo comunican escrito con un rotulador en un papelito arrancado de cualquier sitio y que aprovechan para escribir por detrás. Lo mismo que tú te guardas el papel impreso por una cara para hacer un dibujo o una suma por la otra, AMTRAK se lo guarda para asignar butaca a los señores pasajeros. Tú tienes tu billete de tren impreso en casa, donde no dice a qué vagón te has de subir ni en qué butaca -menos aún- te vas a sentar. Si lo preguntas en la estación te dicen que tranquilo, que al subir al tren a te enterarás. Y tú imaginas que eso será que en el país de Silicon Valley tiene que haber por lo menos un robot que te acompañe al sitio y te arrope con la manta.

Pues no. Claro: con lo que llevo dicho ya os lo imaginabais. No, digo: que cuando llega el tren a la estación, el revisor baja y -con el tono de quien grita "¡Ay, que me lo quitan de las manos!"- va y dice: "A ver, ¿quiénes van en grupo de cinco? Porque tengo cinco asientos juntos. ¿Nadie?" Y entonces empieza a pujar a la baja: "¡Cuatro! ¿Grupos de cuatro?". Si sale un grupo de cuatro, les dice "Pónganse aquí, en fila", y sigue: "¡Tres! ¿Tengo tres?" ("tres y media de la noche -pienso- es lo que yo tengo en el reloj, y un frío que pela"). Salen los tres y..¡a la fila! "¡Dos! ¿Parejas?". Ahí ya estoy pensando en pedirle a la de al lado que se case conmigo, a ver si con ese matrimonio de conveniencia aceleramos el embarque. Pero no me decido, no sea que nos pidan los papeles. "Pedir papeles" es pedirte la "ai-dí", que es como se pronuncia "ID". Son muy aficionados a las siglas, ya lo dije alguna vez, y a otras cosas curiosas como contar en cientos. ¿Que qué es eso? Pues que la cifra "3600" no se dice "tres mil seiscientos" sino "treinta y seis cientos". Y yo con problemas para contar en inglés más allá de once, que doce se dice de una manera que no se puede decir.

Bueno: pues no me atrevo a declararme a nadie en el andén -que no era tal andén, por cierto, sino el suelo pelao-, pero con eso ha llegado ya el final de la lista y, los que vamos solos...¡también a la fila! Y ahí es donde nos reparten, a cada uno, el famoso trocito de papel cortado a tiras con un número escrito a rotulador. A mí, por cierto, me toca el doce. Menos mal que en cifra. Y con eso te sientas y por fin sale el tren, y el sueño que tenías y con el que contabas para dormirte de inmediato, porque ya se han hecho las cuatro y no son horas (más las catorce que te esperan), pues con el frío se te ha pasado, y te encuentras que sales con retraso, y que un compatriota de Steve Jobs te ha dado un papelito que ni en la rifa del pueblo, despierto y sentado junto a un dentista jubilado que debe de ser el único de cada diez que no recomienda ir de Cincinnati al DC mejor en avión, oye, que se tarda menos.

¿Será posible? ¡Mandar una nave a la luna y no saber mandar un tren al pueblo de al lado! 

jueves, 17 de abril de 2014

Serie SENSE NATI!. Segunda época. De nuevo en Cinci (Nati)

DE NUEVO EN CINCI (NATI)

Ya sabéis todos que hace un tiempecito que he vuelto por Cincinnati OH, aunque solo sea porque alguna cosa he añadido al blog. Eso, claro, si lo leéis. Pues sí, y quizá debería haber empezado por ahí, por Cincinnati OH. Y quisiera empezar por aclarar es que el "OH" que acompaña a "Cincinnati" no es expresión de asombro, ni de admiración, ni de nada en absoluto. No es que en Cincinnati no haya nada que admirar: está, por ejemplo, la estación del tren, que ha sido votada como uno de los cincuenta edificios que uno "must see" en Estados Unidos. Por cierto, que esto del "ha sido votado" está muy extendido por aquí como gancho publicitario. Te encuentras, por ejemplo, un sitio cuyas hamburguesas han sido "voted 3rd best in Cincinnati". Lo que me pasa a mí, sin embargo, es que me pregunto por la fiabilidad de la encuesta. ¿Quién la hace? ¿Hay observadores internacionales? ¿Hay interventores de las otras hamburgueserías? Y, ¿quién vota? ¿Solamente los que las comen? ¿Pueden votar -como en las primarias del PSOE- también los simpatizantes? Lo cual me lleva, finalmente, a preguntarme: ¿qué es ser simpatizante de una hamburguesería?

Como podéis ver, el reclamo no funciona demasiado bien conmigo. Quizá porque ante la publicidad no corresponde preguntarse nada. Además, que no sé si eso de presumir de ser el tercero... No sé -digo-, pero es como ese incomprensible orgullo valenciano de ser "la tercera ciudad de España". ¡Buf! Y digo más: ¿cuál es el último puesto de la lista del que se puede presumir? ¿Puedes decir "voted 23rd best in Cincinnati"?

Bueno, pues como os iba diciendo, lo de "OH" se pone por "Ohio", ese estado del midwestern donde ha ido a parar Cincinnati, y yo también, que me he venido para visitar a la Jose añadiendo unos días de trinqui a mis vacaciones de Semana Santa. ¡Ah! ¿Que no sois profesores? Pues chincha rabiña, que yo tengo una piña (y más vacaciones que vosotros).

Pues eso, que me vine para acá, aunque pasando antes por San Francisco CA (como ya contaba en un post anterior), donde el "CA" no es una interjección -ya lo imaginábais- sino la abreviatura de California. De ahí a visitar parajes naturales hasta Las Vegas NE, donde hace tanto calor que me pregunta yo qué broma era esa del "NE" (Nevada): uno de mil demonios. Ahora, que demonios es lo que imagino yo que vería en Las Vegas nuestro anfitrión, que nos ofrecía su casa por eso del couchsurfing. Yo, por cierto, que pronuncio el inglés como el eslovaco, dije más bien "coachsurfing", lo cual viene a ser navegar, sí, pero no en el sofá sino en el entrenador, actividad que debió de resultar extraña al anfitrión del que os hablaba, que -a eso iba- resultó ser mormón y haber estado de mission en Chile. Buen chaval, ¿eh?, que trabajaba en no sé qué de sanidad -¡ay, mi eslovaco!- y que reconoció que la ciudad no le gustaba por ese puntillo pecaminoso. A mí tampoco, pero por hortera. Llegado a este punto, lo que se impone es dilucidar si el mal gusto podría ser pecado. Yo estoy a favor, y eso que sé que mi fondo de armario me condenaría.

Antes de eso habíamos pasado por otros lugares -de nuevo a este blog os remito-, pero tengo que decir que no hay nada como el Gran Cañón. Mira que soy poco de emocionarme con los paisajes: pues de verdad que es cierta la publicidad que dice que es breathtaking, lo que traducido al eslovaco significa que te deja turulato. Y eso que ya venía de ver otros paisajes contundentes. Pero ya se sabe que nueve de cada diez dentistas recomiendan no perderse el Gran Cañón. Yo ya lo he "voted 1st paisaje en los USA". Eso, para que os hagáis una idea. Dicen que los primeros europeos en verlo fueron unos españoles, y que iniciaron el descenso, pero que tuvieron que volverse a la mitad por falta de agua, y que luego sospechaban que los indios les habían -dicho sin segundas- tomado el pelo.

Pues mira, ¿sabéis lo que os digo?: que bravo por los indios, en todo caso, que bien que los han estado engañando a ellos.  ¡Si es que toda la historia de OH se puede resumir en las mil veces que les tomaron el pelo, primero los franceses y los ingleses, y luego los estadounidenses! Todo esto que hoy es OH, y también las actuales Indiana, Illinois, Michigan, Wisconsin (y parte de Minnesota), un territorio de largo más grande que España es el que en su día se llamó Northwest Territory y que se iban repertiendo unos y otros, sin decirles nada a los indios pero -eso sí- usándolos como carne de cañón en las guerras en las que, al final, los que más iban a perder eran ellos mismos. Pero la venganza, ya se sabe, es un plato que se sirve frío: enteré el otro día, cuando estuve en Chicago, de que ese nombre significa algo así como "col podrida". ¡Toma ya, Escuela de Chicago! ¡Toma ya, Frank Lloyd Wright! ¡Toma ya, casa Robie! Por cierto, que fui a verla, claro. Pero lo de esa excursión ya lo dejo para otro post. Lo prometo.

Pues eso: que estoy otra vez en Cincinnati. Au.

miércoles, 16 de abril de 2014

Serie SENSE NATI¡. Segunda época. Las Vegas, 2.

LAS VEGAS, 2

Las películas del Oeste y mis juguetes de niño me acostumbraron a la idea del fuerte de madera en medio de la nada, que se levanta, para proteger a los de dentro, en la gran llanura desértica como una isla en el océano. Algo así parece Las Vegas. Solo que no es un fuerte de madera ni sirve para proteger a nadie. Las Vegas no es un refugio, sino una enorme construcción de contención. Muy cerca encuentra uno la gran presa Hoover: pues en lugar de agua Las Vegas contiene personas. No las protege: las recoge entre sus muros. Si no lo hiciese, el sol las evaporaría o se las tragarían las arenas. Allí están a salvo. Pero a cambio de un precio: no pueden llevar la vida que les correspondería. El precio que exige Las Vegas por salvarlas del desierto es su propia naturaleza. Allí ya no pueden seguir el curso natural de las mareas, ni distinguir la diferencia entre el fondo y la orilla. No se puede pasear por una bajamar que ya no existe. Las calles de Las Vegas, que podrían ser -si alguna vez lo han sido- playas donde recogerse, tomar aire y respirar al salir de los casinos, son batidas, en cambio, por corrientes que acaban por arrastrar de nuevo, a todos, al fondo. No importa la fuerza con que se nade. Sale uno a la calle, queriendo olvidarse de las luces, de las máquinas, de la música: pero no puede dejar de sentir cómo empuja hacia dentro la fuerza de la marea. Coletazos de música y de humo parece que le tengan a uno atrapado por las piernas, que lo lleven de acá para allá como a un pelele y lo dejen -zarandeado, exhausto, pero nunca sorprendido, en realidad- dentro de otro casino.

martes, 15 de abril de 2014

Serie SENSE NATI! Segunda época. Las Vegas, 1.

LAS VEGAS, 1

Uno ha visto mucha falla, así que por eso debe de ser que Las Vegas le resulta familiar. De día y de noche, que conste, porque de un tiempo a esta parte les ha dado a los falleros por iluminar las calles a lo bestia, y en eso hay algunas comisiones que ya han oficializado el pique. Claro que la culpa no es de ellos, criaturas, que recuerdo que hubo un concejal que para mí que tenía un primo fabricante de farolas y desde entonces Valencia sí que está en el mapa: pero en el de la factura de la luz. Imagino una factura de la luz que ella solita ya valdría de monument. Así que -quería decir- pasa uno de Valencia a Las Vegas, de una ciudad a otra, con toda suavidad, sin enterarse, porque Las Vegas es la ciudad que hubiera proyectado una comisión fallera que dispusiera de un prespuesto ilimitado.


Mirad: me doy cuenta de que ya está muy usado, lo de comparar con una falla todo lo que sea de cartón piedra. No sé por qué se lo hago. En primer lugar, tampoco qué es el cartón piedra ni de qué están hechas de verdad las fallas. Decimos que de "corcho blanco", que tampoco sé qué es y me parece legítimo sospechar que cualquier cosa menos corcho. Pero es que la comparación da juego -¿lo pilláis?-, y de verdad que no hacía más que decirme, paseando por allí, que era como estar en Fallas, pero peor: porque en Valencia, al menos, no duran todo el año.


Así que Las Vegas son unas fallas llevadas a la exageración. En tal grado lo son, y todo, que vi un local de comidas que presume de haber obtenido el certificado, otorgado por la gente del libro Guiness, de restaurante más perjudicial para la salud de todo el mundo. No pongo foto porque ya sabéis que este es un blog, por principios, anti interactivo y enemigo de la imagen. No así los dueños del citado local, que sortean una liposucción entre los clientes que superen no recuerdo ahora qué determinado número de kilos. Cómo os molaría, de verdad, ver la foto.


Sigo: porque, como en las fallas, en Las Vegas se mezclan lo de dentro y lo de fuera hasta que se pierden las fronteras. En las fallas son las carpas esas que nos ponen en la puerta de casa, y los petardos, los decibelios y los humos que se te cuelan por las ventanas. En la franja acasinada de Las Vegas lo suyo es que da lo mismo estar dentro que fuera: al final, todo es uno. Llega uno con sus maletas, abre la puerta del hotel y, dentro, cuando espera encontrar ese espacio de transición que es el vestíbulo, lo que descubre es ese otro especial dentro/fuera de Las Vegas: hamburgueserías, heladerías, teatros: cosas de la calle que se han metido dentro; y el murmullo de la sala de juego, el sonido de los vasos, los paseantes que van de máquina en máquina: cosas del interior que están a un paso de salirse fuera. Hay que fijarse mucho para descubrir la recepción: ¿será posible -se dice uno- que haya aquí más moviento que en la calle? Por eso, los empleados tienen que dirigir el tráfico de personas: ¿quiere ir al casino? ¿Busca las salas de espectáculos? ¿Un lugar donde comer? O, ¿no será que viene -¡hombre de Dios!- a registrarse en el hotel?


Y si sale, parece que sigue dentro. Los clientes -que en Las Vegas hay clientes, no turistas- pasan, con sus cubatas en la mano, de un casino a otro. En las aceras -para no perder el ritmo, imagino- se prolonga el ambiente del interior. No solo por la música: en ellas continúa la decoración, por tramos, del casino junto al que pasan, y se ven invadidas por la publicidad de lo que hay dentro. Su recorrido lo lleva a uno directamente de un casino a otro: no es que pasen por la puerta, como podría ser que la acera de mi calle pasase por el estanco: es que están así planificadas, que es más sencillo ir de una calle a otra atravesando el casino que yendo por el camino exterior.


En esas condiciones, lo que más llama la atención es encontrar una parada de autobús: ¡hay gente que hace vida normal, en Las Vegas, y espera un autobús para volver a casa! Se pregunta uno, de todos modos, si al echar una moneda en la máquina de billetes del autobús sonará también una musiquilla, si el pasajero deberá accionar una palanca para que le salga el ticket o si, con suerte, le puede tocar el viaje gratis. No es descabellado pensarlo: el juego, ya se sabe, lo invade todo en Las Vegas. ¿Saldrá el alcalde por sorteo, además? No creo que llegue a tanto, aunque no conozco método más democrático para el reparto del poder

jueves, 10 de abril de 2014

Serie SENSE NATI!, segunda época. Yoguiyosemiti.


YOGUIYOSEMITI

Y luego están los osos. Osos, sí. También hay guardabosques, de esos que llevan un sombrerito verde que parece una tienda de campaña, como aquel que intentaba evitar que Yogui les "robara el sandwich a los excursionistas". Pero el guardabosques de este país no da ningún miedo -no sé por qué-, a diferencia de otros agentes de la ley. Será porque parecen más guías turísticos que policías, porque no usan esas gafas de sol tan chungas o será porque acaba uno por aprender que Yogui y Bubu no molan nada, si es que se te van a comer el bocadillo y arruinarte la excursión. Es como aquello de Heidi y la señorita Rottenmeier que decía un amigo mío y que ya puse antes, en algún post antiguo que no voy a buscar ahora. Vosotros mismos.

Viene la Jose y me dice: "Saps que n'hi ha osos, a Yosemite, i que es diu que s'ha d'anar amb molt de compte? Sembla que han arribat a atacar la gent", y se queda tan pancha, la tía, y sigue tomando su five o'clock tea, que a veces parece que esté pasando el tiempo en Cambridge y no en Cincinnati. Y a mí, que estaba preocupado por si debería coger un forro polar, o me bastaba con la rebequita, por si refrescaba, se me vino a la cabeza la idea de una bestia peluda y tremenda que haría parecer civilizado al mismísimo Chewbacca, una bestia que estaría esperando a que me bajara del coche para comerme enterito. Y a mi sandwich, de postre. ¡A mí, que la idea de oso que yo tengo es una mezcla de Yogui y de Winnie-the-Pooh! ¿Y se supone que iba a pasar el día exponiéndome, voluntariamente, a semejante bicho? Yo, la verdad, ya tenía bastante con el oso disecado que había visto en el museo de ciencias naturales de Onda, que nos llevaron en el cole, excursión a la que nunca agradeceré bastante, por cierto, que me extirpara de una vez y para siempre el gusto por la naturaleza. ¡Qué gran cosa es la educación!

Afortunadamente, el miedo al oso me duró poco. Dicen que un clavo saca otro clavo -aunque yo, que respeto mucho al refranero, este precisamente no lo pillo. La cosa es que Yosemite (pronunciad "iosémiti" si queréis ser el centro de todas las reuniones, como aquel pardillo que anunciaba el curso de guitarra de CEAC) está bastante altito, y no se trata de subir a una cumbre de la Calderona, sino a las Montañas Rocosas, que no son precisamente un chiste. Vamos, que la carretera es de esas que ofrecen unas vistas espectaculares, especialmente ese tipo de vista que más que vista es visión: quiero decir, que me veía despeñándome a cada curva. Y la Jose venga a mirar a los lados, y yo a explicarle que lo que tenía que mirar era la carretera, que las Rocosas estaban ahí desde hace millones de años y no pasaba nada por esperar unos minutos más para verlas mejor, desde arriba.

¿Arriba, dices? Pues espera, que encima se pone a nevar y la carretera se llena de nieve, y de hielo, y ya te puedes imaginar el cóctel explosivo que mi cabeza iba formando con los siguientes ingredientes: curva, abismo y resbalón. Adereza con la Jose conduciendo igual de rápido y mirando a los lados, y sírvelo en copa. Y encima que en la carretera no se pone la Guardia Civil, como en España, a decirte "de aqui no pasas si no llevas cadenas". En los USA todo es "at your own risk", y ya te apañas. Es que obligarte a llevar cadenas va, por lo visto, contra su freedom. Hombre, es cierto que parecen bastante incompatibles, los conceptos de freedom y de cadena, pero en este caso...yo lo admitiría. Es más, pensando en la combinación de todo lo que había vivido hasta el momento, pensé decirle a la Jose: "¿Y si la cadena, en lugar de al neumático, se la ponemos al oso y nosotros nos bajamos a tomar un cola cao?". Pero no me atreví, porque como dice el refrán, "El hombre y el oso"... Tampoco sé qué se quiere decir con eso, pero es que esto ya se me hace largo y en los USA no hay cola cao. ¡Qué país! Otro día sigo. Au.