sábado, 21 de agosto de 2010

¡Política! (5)
Que no me salen las palabras es lo que intentaba explicaros la otra tarde. La realidad es tan compleja que va la tía por ahí exigiéndonos palabras adecuadas para cada caso. Por eso, porque es difícil encontrarlas, las vamos usando de prestado con la triste consecuencia de que terminamos por creer que las cosas que decimos las hemos dicho nosotros. Hablamos del mismo modo que si nos pusiéramos ropa prestada, que ni nos sienta bien ni resalta nuestra personalidad. Yo no sé -dígase ya de una vez- escoger la ropa como tampoco sé escoger las palabras. Muchas veces, además, son palabras tan viejas las que usamos que es como si vistiéramos la ropa de un muerto, con la diferencia de que uno vería enseguida en el espejo que no puede ser esto de ir a la boda de un amigo que se casa hoy con el traje de chaqueta que fue de nuestro abuelo fallecido hace ahora treinta años. Esto pasa mucho, y me parece a mí que les pasa también a los políticos. Es cosa que se ve fácilmente en periodo electoral, cuando da la impresión de que han subido a por ropa vieja al baúl que guardan en el desván y se han puesto palabras como "dignidad", "representantes", "pueblo", "derechos" y otras por el estilo que son muy monas pero también son como esos trajes que llevan las modelos de alta costura en los desfiles y se pregunta uno que quién se pondrá eso. Luego, el resto del año usan la versión barata y de quita y pon, en los desfiles inspirada, que se puede encontrar en Zara.

Esto es lo que pasa cuando los de izquierda que sin serlo mucho -queriendo parecerlo- se ponen la cazadora y levantan el puño haciendo como que cantan el himno de La Internacional, cuando los sindicalistas sacan la bandera roja o cuando los de derechas emplean la palabra libertad, que es -ya se sabe- una de las prendas más reversibles que existen y que más dobladillos, zurcidos y remiendos puede soportar. No deja uno de escucharlos y pensar por qué no se habrán mirado en el espejo,antes de salir, cómo les sientan las palabras que se han puesto esta mañana.

Me pasaba lo mismo el otro día, en el que quise secundar la huelga general, y así lo hice porque siendo funcionario no temía que me lo fueran a echar en cara. No dejaba de mirar al siguiente la estadística y comprobar que tan solo la gran industria seguía teniendo tipito para lucir esas palabras de la huelga, mientras que el resto del cuerpo -social- había perdido la línea y prefería no salir casa, por si las moscas. Y por si al volver a casa les habían cerrado la puerta. El mismo día escuché las de alguien que dijo algo así como "convertir el carro de la compra en carro de combate" y recuerdo que pensé que ahí había un buen diseñador, al que no estaría mal que visitaran los sindicatos por aquello de renovar el vestuario. Nota deberían tomar de todos estos periódicos y panfletos -escritos, radiados y también subidos al ciberespacio- que llevan pintada en sus cabeceras la palabra libertad como si con ello lanzaran un grito de rebeldía y estuviéramos viviendo en un régimen formalmente dictatorial que no les dejara abrir la boca. Parece ser que de ideas nuevas, ni una, pero sí que mucha "chapa y pintura" -que dice mi novia- para dar gato por liebre o -por seguir con el refranero- servir vino viejo (¡rancio!) en odres nuevos.

sábado, 14 de agosto de 2010

¡Política! (4)

La política, decíamos, a menudo se juega en el terreno del vocabulario porque eso es lo que él tiene, que dicen los que saben que se trata de algo convencional, aunque aquí convencional no significa que le falte glamour sino que es resultado de habernos puesto todos de acuerdo. Ya digo que hay quien lo dice, pero yo lo dudo porque ponernos todos de acuerdo en algo me parece a mí que no se ha visto nunca en el planeta. Luego -por volver a la política- vamos viendo que el significado de las palabras es lo menos convencional que existe y resulta que no hay manera de aclararnos en quiénes son los buenos y quiénes los malos, que para eso al menos deberian valernos las palabras.

A mí siempre me ha costado ponérselas a las cosas que veo que pasan cerca de mí, a no ser que se trate de algunas tan resobàs -que dice un amigo- por el uso que ya no significan absolutamente nada. Para encontrar palabras verdaderamente interesantes me hace falta tanto tiempo de escucha y reflexión que la verdad es que nunca tengo paciencia para esperar, y acabo empleando algunas de las de más venta. A quien yo admiro de verdad es a esas personas capaces de replicar con rapidez a cualquier cosa que se les diga. Tengo guardado en algún sitio un recorte de periódico con las réplicas más ingeniosas de sir Winston Churchill, quien parece haber sido un campeón en esto de darlas como latigazos. Supongo que es calidad de buen político. Yo, en el pueblo éste en el que vivo, y por lo que oigo por la radio cuando me da el punto de escuchar las noticias locales, lo primero que noto es que hablan muy mal todos estos representantes míos, y que cómo será posible. Se imagina uno esos debates parlamentarios de los de antes -si es que alguna vez existieron tales- en los que los oradores más brillantes se enfrentaban en sabrosísimos duelos que uno podría haber seguido desde la tribuna con un buen puro y el mantón de la señora descansando en el barandal, y los echa de menos aún sin haberlos experimentado.

Ya digo que eso es lo que me pasa con la política: que no me salen las palabras ni me cuadran las cuentas. A veces me entran tentaciones de llamar a la radio, a esos programas que tienen sus segundos para los oyentes, y decir esto y aquello sobre lo que acaban de contarnos, pero al final me salva la saturación de línea y es por eso que jamás he hecho el ridículo como hacen esos que llaman y repiten el mismo mensaje tres veces consecutivas o se ponen tan nerviosos que ganas dan de ir preparándoles una tila para cuando cuelguen el teléfono. Yo pienso a veces que los profesionales de la radio les abren el micrófono para darse la satisfacción de escuchar a alguien que se expresa incluso peor que ellos. Y yo sería de los malos entre los malos, ya digo, porque hay que saber escoger las palabras y los ritmos y los silencios.

Uno es dueño de sus silencios, dicen, aunque imagino que no faltará gente que, como yo, no es capaz de mantenerse en silencio cuando toca ni de hablar cuando debe. Eso es lo que me lleva a mí pasando desde ese momento en la vida en que notas que el sexo opuesto -o el mismo, según- te está llamando la atención. Porcentaje no desdeñable del éxito depende de la palabra y del silencio, y, visto que nunca he sido capaz de gestionarlos debidamente, acabo por pensar: "¿Hablar de política, yo? ¿Habrá mayor disparate? Pues, ¿cómo voy a convencer a multitudes si nunca he sido capaz de convencer a una persona sola, de la que además me interesa todo menos lo que tenga que decirme?". Claro que a los que se dedican a ello -a la política, quiero decir- no les falta el asesor que les chiva por detrás, que políticos hay que parecen gregarios de un equipo ciclista, atendiendo a las órdenes del míster que les llegan por el pinganillo. ¡Bueno hubiera estado salir por ahí los sábados por la noche, de neoadolescente, con mi propio coach, mi propio personal trainer, diciéndome lo que tenía que hacer o decir! ¡Qué de medallas no guardaría en el armario de mi autoestima solamente si transformara en ellas una cuarta parte de los fracasos afectivos!

¡Ay, la política!

sábado, 7 de agosto de 2010

¡Política! (3)

La crisis, decía, nos ha puesto a todos muy serios, y hasta a mí me han entrado ganas de arrinconar el tono "de espuma de champán" -que dijo alguien- que de suyo tiene este blog y pasarme, por un momento, a considerar cosas más graves. Y, como decía en el otro post, cosas a la vez más propias de cada uno, pues en esto de la política me parece a mí que cada uno, cuando habla, monologa, y ved, si no, esas supestas tertulias de la radio en las que, una de dos, o asistimos a una serie de monólogos, uno detrás de otro, o a un gran monólogo -es lo que pasa en esas en las que todos piensan lo mismo- en el que cada uno de los recitadores se ocupa de un fragmento.

A mí me preocupan las palabras, porque en política suelen ser mentira o venir con malas intenciones. Otras veces son, simplemente, torpes. Es lo que pasa cuando los que mandan quieren reducir al mínimo el riesgo de que nos enfademos todos por las subidas de impuestos: no entiendo por qué ellos mismos, que están interesados en aliviar el golpe, se empeñan en hablar de "presión fiscal", con lo mal que queda esa palabra: que a nadie le gusta estar sometido a presión, y queda feo decir que quien está por encima de mí me somete a ella. Pues, eso, que me pregunto por qué se empeñan en decir "presión" cuando podrían decir "contribución fiscal", máxime cuando creo -lo siento- que de eso se trata: de contribuir, que es algo bonito o que, cuando menos, ofrece algún sentido. Me explico: me preguntaba un alumno un día si no me parecía a mí que las pirámides de Egipto eran uno de los mayores, si no el mayor, logro de la Humanidad. No le di allí mismo mi opinión porque no me parece bien llamar tonto a nadie, ni en privado ni en compañía. No me lo parece, confieso, lo de las pirámides. Yo lo veo así: un rey, que asegura ser un dios, emplea durante muchos años todos los recursos productivos de su reino en construirse una tumba monumental. Me cuesta creer que eso sea lo más que ha logrado la Humanidad. Cosas mucho peores ha hecho, ciertamente, pero espero que también las pueda hacer mejores. Para mí, el mayor logro de la Humanidad consiste en haber llegado a la conclusión de que la comunidad política -a las familias se les supone- debe asegurar que a sus miembros no les falte nada esencial, y que debe atender de modo especial a los más débiles. Sé que hay objetivos más completos y brillantes, pero tiendo a desconfiar, por sus resultados, de las utopías. Llamémosle a eso, por ejemplo, Teoría del Estado del Bienestar. Ya se sabe: los mayores logros no suelen ser los más espectaculares, y cómo vamos a comparar un ambulatorio de la Seguridad Social con la pirámide de Keops. Pero es que ésta fue pensada para albergar los restos de un tirano y en aquél se cura a los niños y a los ancianitos. Pues eso -por volver al tema- se paga con impuestos, y es bueno, y por eso decía que no entiendo que los defensores de los impuestos se refieran a ellos como "presión" cuando podrían decir "contribución". Todos lo entenderíamos mejor. Pero la política, ya se sabe, se juega a menudo en el terreno del vocabulario.