jueves, 20 de septiembre de 2007

¡Saga!
(y Seis)
Mediado ya el mes de septiembre, parécenos insultante seguir hablando de viajes, tiempo libre y vacaciones. A vosotros y a mí nos parece que todo esto pasó hace ya tanto tiempo que ¿a quién le importa? Yo me encuentro en tierras interiores, secas y de castillos medievales; todo tan lejano de aquellos mares nórdicos que esto que os contamos huele a mentirijilla. Así que vamos a ir dando carpetazo a esta historia.
Últimos días. Los pasamos en breves visitas a Noruega y Suecia, más que nada por visitar de nuevo a Dani y coger un avión en Oslo. Lo de ir de okupas no dejó de causarme problemas de conciencia: uno siempre teme abusar, así que no hace falta que os diga lo que sentí al presentarme allá acompañado de Mr. Scrooge, el Vizconde y los dos Pepitos. Scrooge estaba, lógicamente, encantado de ahorrarse cinco noches de alojamiento y Pepito Fantasías, viéndose de nuevo en Suecia, experimentó un efímero renacer de sus latinloveras esperanzas. Luego no pasó nada, claro, y lo único que sacó en claro es que en Suecia al ajoaceite lo llaman aioli. Sí. Nuestra queridísima Lisa se fue a pasar el fin de semana con sus amigas, en plan de reunión de chicas, pero no nos dejó ir. Yo creo que a Dani y a mí nos hubiera llevado, e incluso al vizconde, pero que no quiso arriesgarse con los demás. Y es comprensible, pues teníais que haber visto los ojillos que se le pusieron a Pepito cuando lo supo y se imaginó una reunión de suecas. Vergonzoso. Luego, sin embargo, nos alegramos todos -incluso él- de no haber ido, pues supimos que la marcha loca del fin de semana había consistido en hacer jogging y subir montañas, actividades que, de haberlas emprendido, nos hubieran dejado en el más absoluto de los ridículos. Y más aún si al final, como siempre, adiós sueca. Así que no estuvo mal el dedicar nuestro tiempo a otras más españolas, como levantarse a las once, desayunar a las doce y salir a las seis a tomar cervezas. Fue entonces, por cierto, cuando descubrimos la curiosa costumbre de poner mantas a disposición de los clientes en las terrazas nocturnas, acompañada de la no menos sorprendente de no robar ninguna. Qué lástima que no podamos contaros algunas cosas más, todas curiosísimas, unas buenas -las históricas peripecias de Lasse-Maja, original mezcla de hombre de Alcatraz y travesti avant la lettre- y otras malas -sospechosísismas tentaciones eugenésicas-, pero el tiempo se nos acaba y algo hay que contar sobre Noruega. Ya dijimos antes que es la tierra que Alfredo Landa no pudo descubrir, donde las chicas están y son aún más ricas y hacen que Suecia parezca pobretona. Tienen en Oslo un museo nacional de pintura en el que, con buen criterio, te indican nada más entrar dónde está colgado El grito, de Munch, para que no pierdas el tiempo. No os perdáis el museo de los barcos vikingos -¡qué gozada!- ni, cuando vayáis a Bergen, olvidéis un chubasquero. ¿Qué si llueve mucho en Bergen? Bah, no tanto como dicen: sólo cuando del cielo no cae agua.
Despedida y cierre. Hasta aquí. Un avión nos llevó luego a casa y nos alegramos de dejar de vernos por un tiempo. Pero es seguro que volveremos a encontrarnos, pues hemos salido bien parados, después de todo, y hacemos buen equipo: cuando las fantasías de Pepito parecían meternos sin remedio en un apuro, ahí estaba el saber hacer del vizconde para esclarecer el malentendido y franquearnos puertas y amistades; y gracias al rígido -a veces espartano, casi sórdido- control presupuestario de Mr. Scrooge aún nos quedó dinero en el bolsillo para algún caprichito veraniego. Al despedirnos, ¡qué de anécdotas! ¡Qué de risas y abrazos en el aeropuerto!
- “¿Os acordáis de aquella vez en que estuvimos a punto de no visitar una isla preciosa porque se empeñó Scrooge en que el ferry era demasiado caro para el servicio que ofrecía? Menos mal, Biodramina, que pudiste hacerle entender que no habíamos hecho miles de kilómetros para plantearnos la relación calidad-precio.”
- “Exageráis, exageráis.”
- “¿Y cuando Pepito se puso tan contento porque una nórdica le había sonreído? El muy enfermo no quería entender que, siendo una niña de tres años, aquella sonrisa no significaba nada.”
- “Envidia cochina, que era noruega y a vosotros ni os miró. Y dentro de quince años estará de vértigo.”
- “¿Y cuando, en el autobús de Benareby, el último día, se quedó mirando a aquella chica tan guapa que se sentó delante de él y se quedó dormida? Estaba como hipnotizado.”
- “Es que era un ángel que se había cansado de volar. La butaca del autobús era para ella tan acogedora como la nube en la que seguramente vivirá en el cielo; y en el cielo parecía que dormía, plácida y profundamente. Le entraban a uno, mirándola, ganas de proteger su sueño con un abrazo. Con sólo estirar un poco mis brazos hubiera podido hacerlo.”
- “Y terminabas el día en algún calabozo sueco.”
- “Parecía cerca, pero en realidad estaba infinitamente lejos. Ella vivía en su mundo -quizá iba a su casa, quizá a encontrarse con alguien: en fin, con todas las consecuencias de lo cotidiano- mientras que tú, un extraño, estabas de paso y sólo podías mirar. Atravesabas su mundo en una urna de cristal, pegando al vidrio nariz y manos y deseando, como en un escaparate al revés en el que la mercancía pudiera escoger al comprador, quedarte con todo lo que estaba al otro lado. Pero ellos no te ven y tú no puedes hacer nada.”
- “Pero los hay que rompen el escaparate y saltan”.
- “Esos son los que se llevan la peor parte”.
- “¿Y cuando pillaste aquel mareo en el barco de Fugloy?”
Y así, hasta la última despedida, todo tipo de inolvidables peripecias.
Ché, qué bonito es viajar. Hasta la próxima.

martes, 11 de septiembre de 2007

¡Saga!

(Cinco)

Ya vueltos del viaje, añoramos nuestras andanzas y nos aburrimos tanto que hemos acabado enganchados a las pelis de Chuck Norris que ponen por la tarde en Canal 9. Confesamos aquí y ahora que han acabado gustándonos porque los malos que salen en ellas son, en lugar de verdaderos genios del mal -de esos que hacen planes para dominar el mundo-, bandas de gamberros que meten ruido con las motos, asustan a las ancianitas y se marchan de los bares sin pagar. Este tipo de abusones, expertos en maldades cotidianas, nos traen a la memoria a todos y cada uno de esos gilipollas que nos hemos encontrado en esta vida, a ese que nos humilló robándonos con chulería el sitio para aparcar -cuando nosotros lo habíamos visto primero- y, particularmente, a cierta señora que en un cine de Palma de Mallorca, cuando le pedimos que se callara de una vez, nos respondió con tanta ira y mala educación que nos obligó a hacernos pequeños en la butaca, mirar p’alante y no respirar en lo que quedaba de sesión. Pero Chuck es nuestro héroe y también nuestro psicólogo, y cada puñà de las que pega al final del episodio se la damos nosotros también, no al aire -como creería quien nos viera-, sino al chulo ese y a la señora aquella, cuyas caras llevamos marcadas a fuego en nuestro íntimo memorial de agravios.Uno sólo nos llevamos de nuestro periplo nórdico. Decía el folleto que todos los días a las nueve, a las doce, a las cuatro y a las siete, y sin embargo, aquel domingo a las siete, nuestro último día en las Feroe, no salía ya el barquito de los acantilados de Vestmanna. Algo, para nuestro asombro, olía a podrido en Dinamarca. Nos dijo la chica que -debíamos comprenderlo- por una sola persona no iba a salir el barco. Sorprendido, quise decirle que se fijara bien en que no éramos uno, sino cinco, aunque algo debió de temer el vizconde porque me retuvo cuando estaba a punto de abrir la boca. Pero no ha quedado en nuestro ánimo humillación ninguna: la chica, buena y compasiva, no quiso cobrarnos la merienda y así tuvimos, por primera y última vez, el consuelo de haber despertado en una nórdica algún sentimiento favorable. Y bien satisfechos que nos fuimos con ello, resignados ya -incluso Pepito Fantasías- a jamás levantar en ellas pasiones de telenovela. Por lo visto, tenemos percha de yerno, más que de fogoso amante, con lo que quiero decir que solemos gustar más a las madres que a las hijas (a estas alturas de la vida, ya podemos decir que a las abuelas más que a las hijas y a las nietas), de modo que es esta falta de puntería o error de marketing el argumento de la historia de nuestros amores: mientras unas nos ofrecen té y nosotros, levantando el meñique, nos interesamos por la salud de la familia, las otras, escondidas en la habitación contigua, llaman por teléfono a sus amantes. Será por eso que esta joven feroesa, de profundos ojos verdes, ha ganado el título de Nórdica del Año. El acuerdo, camino de vuelta al albergue, y antes de reintegrarnos en nuestra sociedad internacional de frikis, fue unánime. Que consten, no obstante, en acta las dudas de Mr. Scrooge: que era hija del dueño de los barcos de Vestmanna, sí, y trabajadora -también-, pero que esa invitación a merendar… ¿cuánto dinero le habrá costado a la empresa? Pepito quiso enviarle algún regalo por correo.

Yo, la verdad, lo comprendo, porque la chica valía el precio del sello. Pero al final no lo ha hecho porque no se le ocurre a uno qué regalar a la gente de estos países tan modernos en los que no les falta de ná, y hasta los que son de pueblo -como en mis islas- viven en un mundo de ovejas algodonosas y bonitas, acogedores prados y montañas para toda la familia, donde no llueve sin acuerdo previo entre nubes y autoridades locales, y si no atan los perros con longanizas es porque no hacen la matanza del cerdo, por no ensuciar y porque no existe el muesli con chorizo. ¡Cómo han cambiado las cosas!: se sabe que los vikingos dejaron fama de ser enemigos del jabón y a lo mejor era por eso, por el olor y no por miedo a la muerte, por lo que todos huían de ellos. Quién sabe si lo único que buscaban era gente comprensiva y sin prejuicios y ellos, sintiéndose rechazados por todos, acabaron poniéndose nerviosos y sacando la espadita a pasear. Quizá el pobre guerrero vikingo, falto de cariño, estaba más asustado que el inculto labriego al que perseguía y del que sólo esperaba unas palabras amables y un rato de charla amigable junto al fuego. Quizá sólo empuñara la espada para llamar su atención y tener algo de qué hablar. ¿Y si a partir de ese primer desliz no pudieron quitarse la mala fama de encima y la Historia no haya sido más que un malentendido? ¿Y si aquellos que acabaron saqueando Sevilla sólo hubieran venido buscando, en realidad, un lugar soleado en que pasar las vacaciones o un terrenito donde levantar -quién sabe- un ikea medieval en el que vender arados Vättern, armaduras Hemnes y bancos de iglesia Billy? Pero los prejuicios son muy difíciles de borrar y ahí han quedado los pobres, imagen de crueldad y porquería. Quizá sea por eso que nunca nos sentimos más vikingos -incultos de nosotros, descendientes de aquellos labriegos egoístas que no quisieron comprender- que aquel día en que tuvimos un pequeño percance con nuestra caquita en nuestros pantalones. No vamos a entrar en detalles, pues esto podría leerlo cualquiera y ya se sabe que los trapos sucios se lavan en casa. Lo malo no es que te pille, como a nosotros, tan lejos del hogar, sino que no hayas manejado nunca una secadora y las instrucciones estén sólo en feroés. Con la lavadora, mal que bien, se las arregla uno por tanteo y error, pero la secadora está en otro nivel de peligro: si toca el botón equivocado, la ropa puede salirle de la talla de la Barbie de su sobrina. Por la noche, encerrado en la sala de máquinas del albergue, reviví todas esas pelis en las que el chico, si corta el cable rojo, vive, pero si el marrón, todo explota. Pero ni patadas a lo Chuck ni consejos por radio del personal de la torre de control: más bien solo ante el peligro con la única ayuda de mi ejemplar de El gran Gatsby, que no dice nada sobre el tema pero permite esconder la cabeza entre sus páginas en momentos de máxima tensión. Hubo -sabedlo- final feliz y pude dormir con la cabeza alta y la ropa limpia, seca y de mi talla.¡Cualquiera se pasea por Noruega con la ropa estropeada y sin planchar! ¡Pues no es poco rico el paisito ese! Con deciros que van a comprar a Suecia porque la encuentran barata… Pero esto se acaba y nos veremos en la próxima. Besos.