jueves, 24 de noviembre de 2005

Hola a todos. Necesito una ley que haga con mis dos personalidades (la digital, que es la verdadera, y la analógica, que es como la sombra que se proyecta en la pared de la cueva) lo mismo que con la vida familiar: que las concilie. Ya sé que en este mundo terrenal todos somos despreciables sombras, a excepción de Cameron Díaz, que como sombra no tiene desperdicio, pero es que, aunque me duela reconocerlo, no sólo de bits vive el hombre y esta triste verdad me ha obligado a tomar medidas que, aunque drásticas y dolorosas, las tomo por mi bien. Esto es lo mismo que les digo a mis alumnos cuando les suspendo, que es por su bien, pero ellos se empeñan en no entenderlo y yo, la verdad, tampoco estoy muy seguro, pero lo hago porque es lo que tengo que hacer. La vida, en el fondo, es como un juego del rol. Bueno, tranquilos, que ya os digo cuál ha sido la drástica medida: he apagado el ordenador durante un periodo no mayor de quince minutos y no menor de diez. Sí. Como lo leéis. Es que me estaba pasando que con el ordenador siempre encendido y al alcance de la mano no había manera de concentrarme en las pequeñas miserias del mundo analógico, tales como el trabajo y sus obligaciones. Así que tras una noche en vela, puesto de rodillas y sudando sangre, rogué y logré apartar de mí esa banda ancha y me la he llevado al otro extremo del cuartito en el que estudio. El esfuerzo muscular que he tenido que hacer para reorganizar mi santuario ha sido traumático, física y espiritualmente hablando. He tenido que mover yo solo un gran archivador, que lo tengo como recuerdo de familia igual que otros tienen como recuerdo de familia unas fotos o un mechón de pelo de una tía abuela desconocida, y he movido también una mesita de esas de cocina desplegables que me encontré en la calle, porque yo a veces recojo cosas y muebles de la calle siempre que no tengan carcoma, que es junto con la hormiga el único insecto que no me da asco tocar, pero que tiene de peligroso que se lo come todo, como se dice en los chistes de vicio y sexo. También he tenido que levantar una alfombra de color azul, y no os voy a decir lo que he encontrado debajo por si acaso los de Echelon me están vigilando.

Eso de vigilar los que otros hacen no me parece un trabajo serio, la verdad, aunque tengo que reconocer que yo a veces me quedo mirando en la calle a la gente que trabaja, y en eso se me nota que tengo ya ganas de prejubilarme, que es algo que dicen que lo van a poner cada vez más difícil, porque parece ser que algo está ocurriendo con las pensiones y con el estado del bienestar, que es lo mismo que en inglés llaman welfare system y que siempre queda bien decirlo en voz alta y clara aunque no venga a cuento en la conversación, porque a uno le hace parecer culto. Dicen también que mi generación es la Generación X porque estamos desencantados y ya no nos va a llegar el system ese que decía antes, aunque yo debo confesaros que hasta que oí la explicación estaba convencido que eso de la X estaba relacionado de alguna manera con el cine porno, y por ese motivo me notaba yo un poco desarraigado, porque el cine porno lo encuentro tremendamente aburrido y además de desarraigarte es que te baja mucho la moral si eres hombre. Es que los hombres somos el sexo débil, ya digo.

Todo esto de mirar cómo trabajan otros y de las andanzas de mi generación me ha recordado una cosa que me pasó una vez que, cual jubilado, dedicaba mi tiempo libre a mirar una mudanza. Pues pasó que el tipo que se mudaba, tipo de apariencia francamente respetable, salió en una de esas del patio de su casa (o de su mujer, no sé: para jubilao perfecto aún me falta una dosis combinada de curiosidad y descaro) con una caja de la cual sacó un libro que tiró al contenedor. Yo lógicamente me indigné porque los bloggers estimamos muchísimo los libros, que son para nuestro clan digital lo que el Hombre de Cromañón para la humanidad analógica, o sea, unos venerables antepasados. No sé qué pensarían los jubilados que me acompañaban de tan deleznable acción, pero yo con mucho asco metí las manos en aquel montón de basura (los contenedores y las cosas que huelen mal me dan tanto asco como los insectos salvo, ya digo, la carcoma y la hormiga) y saqué el libro y resultó que era de una biblioteca pública y aquel cafre no solamente no lo devolvía sino que lo estaba tirando a la basura. Todavía conservaba dentro un papelito con la fecha en la que debía haber sido devuelto y resulta que se trataba del día en que yo nací. Justito el mismo día. Día, mes y año. Así que interpreté que no debía devolver el libro sino quedármelo, porque aquello era sin duda una señal, no sé de quién pero señal seguro que era, y por eso me pasa lo que me pasa, que recojo todo tipo de trastos y luego me toca mover un archivador que pesa una animalada y no tengo ni idea de lo que hay dentro. Lo malo es que el libro es de un aburrimiento mortal, y desde entonces estoy mosqueado por si eso es también una señal.

Os diría lo que piensa mi madre de esta afición a recoger trastos, pero no lo haré porque el otro día me dijo un amigo que en mi blog se menciona tantas veces a mi madre que me lo tendría que hacer mirar, que eso no es bueno y seguramente es la razón por la que no ligo nada. Y no es que este amigo sea precisamente un acreditado playboy, pero sí es mi más fiel seguidor y hay que hacer caso al público y escuchar sus sugerencias. Así, entre nosotros, yo creo que él es el que firma Patafos, porque esa forma de darme en el hígado sólo la pueden conseguir los buenos amigos y los malos alumnos, y alumnos seguro que no son porque hay menos de tres faltas de ortografía por palabra ni me han dicho aún que mi blog es tó chungo. Ahora que, bien mirado, una vez puestos a agradar al público, también podría hacer un blog tipo "Escoge tu propia aventura" y dar opciones al lector: si quieres que Angelet vaya al psiquiatra, pasa al párrafo número cuatro, pero si crees que debería gastarse el dinero del tratamiento en chocolate y tebeos, pasa al párrafo número seis y tómate una cervecita, rey. Ahora, si crees que lo que debe hacer Angelet es cancelar este sitio y dejar espacio en la red para cosas más útiles, tipo I + D, por ejemplo, pasa por aquí que te vas a enterar de lo que vale un peine, listo.

No estaría mal, por otra parte, ya que un blog interactivo parece que va más con lo que piden los tiempos. Pero yo no voy con lo que piden los tiempos, y lo tengo a gala. Y por eso me sigue gustando leer las redacciones de los alumnos cuando las hacen en un papel cuadriculado que han arrancado de la libreta y lleva colgando los restos de la tira esa de papel en la que están los agujeritos por los que pasa el gusanillo, y están escritas con mala letra y con faltas de ortografía. A las faltas de ortografía deberían darles un sillón en la Real Academia porque si no fuera por ellas a ver de qué iban a vivir los académicos y los profes de lengua. Lo suyo sería que les dieran el sillón B y ellas erre que erre a sentarse siempre en el sillón V, y a liarla en todas las reuniones. Bueno, pues ayer me fotocopié una redacción que empezaba así: "En este día no me ha pasado nada nuevo, bueno sí, que se ha muerto mi abuela". Y no sigo copiando.

Sabed que después de un cuarto de hora de desconexión volví a encender y me juré no volver a hacerlo nunca más. Besos.

jueves, 17 de noviembre de 2005

Me dejé la puerta del blog abierta y por ella entró el mundo exterior. Los aires que soplan fuera me alcanzaron y llevo unos días muy afectado. Sabedlo de una vez por todas: un blogger de raza es como un vampiro. Si el más débil rayo del mundo real le toca, puede descomponerse por muy poco que dure el contacto. Y entonces el pobre tiende a tenderse. En un sofá, quiero decir. Por otra parte, el blogger común es frágil y su vivienda virtual es perfectamente estanca, y está equipada con todo lo necesario para no salir. Es el único mamífero que hiberna las cuatro estaciones del año. Se alimenta preferentemente de productos envasados, que almacena en cantidad suficiente para no tener que bajar al súper demasiado a menudo. Se han documentado casos de blogger que en situaciones de carestía extrema ha consumido alimentos caducados con tal de no tener que peinarse. Es difícil de observar en libertad porque sólo se descarga, o sea, sale, cuando las condiciones son las adecuadas y su integridad no peligra. El blogger se mueve con miedo entre los humanos y evita el contacto con ellos en la medida de lo posible. Al igual que el vampiro, se siente atraido por los cuellos largos y hermosos, colorados como chorizos ibéricos, pero, a diferencia del vampiro, suele sacar poca tajada del embutido, si es que saca alguna. En lo que son totalmente diferentes es en que el blogger abomina de la violencia, pero no por motivos éticos sino porque sabe que lleva las de perder. Sin embargo, yo creo que la actitud violenta del vampiro es pura reacción de defensa, porque me parece a mí que ellos tienen mucho miedo de los humanos y por eso son tan violentos, porque podrán chupar sangre, de acuerdo, pero un humano normalito a ellos les puede chupar la sangre y además recalificar el castillo y los terrenos y ponerlos de patitas en la calle. Al final de la novela, cuando matan al Conde Drácula, dice el novelista que sonreía como si estuviera dando las gracias a los que le habían clavado la estaca (al vampiro, no al novelista). No sé si creerme ese detalle, porque que te claven una estaca en el pecho debe de doler lo suyo, y ya tiene que ser uno muy aristócrata y tener muy interiorizadas las buenas maneras para aguantarse el dolor y encima sonreir, dar las gracias y acto seguido descomponerse sin faltar al decoro ni molestar. Y encima sabiendo la mala impresión que da dejar el ataúd todo sucio y lleno de ceniza. Si acaso, digo yo que sonreirá porque con eso de la muerte se ahorra tener que ver su castillo transformado en urbanización, campo de golf o parque temático.

De donde se deduce que Drácula no era tan malo como lo pintaban y, sin embargo, hay que ver lo mal que al final llegaron a caerme los que lo matan, de tan perfectos y tan educados que son. Llegan a dar asco y te encuentras pidiendo al inventor que haga una segunda parte en la que vuelva el hijo de Drácula, o el cuñao, o alguien, y les dé una buena zurra a esas asquerosas Doñas Perfectas. No me da apuro reconocer que lo mío es envidia cochina, porque yo soy perfeccionista pero no perfecto, o sea, soy un quiero y no puedo y me la paso en una frustración constante. El asunto es algo así como pagar la cuota del gimnasio pero nunca llegar a ponerte cachas, lo cual, por cierto, ya me ha pasado varias veces (lo de pagar; lo de no ponerme cachas no es un suceso: es un estado permanente). Es como comer una docena de helados y que en todos los palillos te salga un Sigue jugando. He asumido que nunca llegaré a perfecto porque soy la mar de vago y desorganizado. En momentos de euforia he llegado a pensar que a lo mejor mi destino era llevar la pereza a extremos de perfección absoluta, pero lo triste es que a eso tampoco llego porque siempre me pasa lo mismo, que al final de la jornada me entra la mala conciencia y me pongo a hacer cosas que para lo único que sirven es para que se me hagan las tantas de la noche. O sea, que ya digo que todo es envidia cochina y eso está muy feo, vale, pero una vez renuncias a la perfección es que ya no miras por dónde vas.

Total, que la realidad se ha dado un paseo por mi cuarto, nos ha alcanzado con sus rayos y estamos mi blog y yo un tanto bajos de moral. Es que somos muy sensibles y además estábamos seguros de que nuestros cibermuros nos protegerían de todo lo que pasa por ahí fuera. Pero el mundo está muy malito y además hace mucho frío, de modo que nosotros nos hemos acurrucado juntitos y nos ayudamos a pasar el trago. Observaréis que hablo de él, del blog, como si fuera una persona, y eso es porque lo aprecio mucho, y me gusta pensar que él a mí también. Es que me hace mucha compañía, la verdad, y yo voy tres y cuatro veces diarias a ver cómo está, si necesita algo, y le pregunto cómo va el business de los comments, y hablamos de este tipo de cosas intrascendentes que llenan nuestros ociosos días en la blogosfera. Es por el asunto de los comments a sus posts por lo que me di cuenta de que algo pasaba. Me decía que ya no le escribían como antes, que los analógicos se olvidaban de él, y que agradecería un poco más de atención y que a esas alturas incluso le ilusionaría encontrar un comment agresivo de Patafos.
Hombre, yo no soy psicólogo de blogs, pero veo que mensajitos no le faltan de vez en cuando y es lo que yo le digo, que quién no pasa alguna vez sus ratitos de sentirse solo y que por eso no se le debe caer la conexión encima. Entonces, claro, a mí me da por pensar que seguro que me ha cogido algo raro, y me pongo muy nervioso. Es que no puedo evitarlo, pero a mí enseguida se me va el pensamiento a la gripe aviaria porque es lo último en enfermedades y nosotros, los bloggers, otra cosa no, pero estar a la última es que nos chifla. Además, es lo que yo digo: que un blog con conciencia de clase (de clase alta, claro) no coge nunca la viruela ni la encefalopatía espongiforme, que son enfermedades obsoletas y del vulgo, sino que cuando siente que está a punto de ponerse malito lo que hace es enterarse de cuál es la enfermedad más buscada en Google y ésa es la que coge.

Y mientras tanto me ocupo de sellar bien cualquier rendijita por donde se nos pueda colar otra vez la realidad, y eso lo hago con un poco de música, con tebeos o con alguna película de risa. O con chocolate. De cobertura, obviamente. Al blog le he puesto una couldina, pero no se la quiere tomar. A veces me saca de quicio que sea tan cabezota.

Besos.

jueves, 10 de noviembre de 2005

Hola a todos. Dicen que Marco Polo llevaba siempre con él un saquito con arena sacada de la laguna veneciana, porque así se sentía unido a su patria por muy lejos de ella que estuviera. Digo yo que por qué no se llevaría una cantimplora, que seguro que le recordaba más a su ciudad. Bueno, el caso es que no se separaba nunca de él (del saquito) durante su larguísimo viaje. De igual modo yo, siempre que me bajo de la red, llevo conmigo una de esas memorias que algunos llaman lápiz uesebé porque con ella me siento siempre en contacto con mis raíces y no me pierdo y no olvido que debo volver a subir en cuanto haya terminado lo que sea que me retenga en este analógico valle de lágrimas. Para mí es una imagen tan reconfortante como la chapita de San Cristóbal que llevan algunos en el coche y se he convertido en una imagen de culto y devoción y en eso me recuerda al altarcito portátil de la Virgen que los de la parroquia tenían para hacerla circular por las casas del barrio cuando yo era pequeño. Si un devoto quería alojar a la Virgen en casa se apuntaba a una lista y entraba en la rueda, y cada uno tenía que pasar el altarcito al siguiente de la lista. Mi madre le ponía una vela y la dejaba encendida toda la noche, o eso creía ella, porque a mí, que soy un cobarde (¿os lo había dicho antes?), me daba mucho miedo eso de una llamita encendida y sola mientras todos dormíamos, porque tengo yo para mí que las llamitas son una cosa muy traicionera, y cuando veía que mi madre se había dormido me levantaba e iba a soplarla (a la llama, no a mi madre) y me quedaba fijamente mirando el pábilo hasta que se apagaba por completo, y aún un rato más porque siempre me parecía que al darme la vuelta el muy traicionero se iba a encender él solo otra vez. Por eso yo lo vigilaba de cerca y mientras simulaba que me iba a dormir a veces me daba la vuelta de repente para ver si lo pillaba en el acto de autoencenderse, al muy traidor. Nunca lo pillé, lo cual no significa que yo estuviera equivocado al sospechar de sus intenciones.

Total, que mi madre se encontraría todas las mañanas con la velita apagada y supongo que se diría a sí misma que qué barbaridad, ya ni los cirios Felipo son como los de antes, que es algo, por cierto, que llevo toda la vida oyendo que también le pasa a la fruta, y muy especialmente a los melocotones de secano (no que se apagan por la noche, sino que no son como los de antes). Lo malo es que yo a veces temo que estos actos míos de cobardía hayan sido interpretados por la Virgen como actos de impiedad de toda la familia y resulte que nunca haya hecho caso a las peticiones de mi madre. Lo justo sería que la corte celestial me viera apagar la vela y tomara sus medidas solamente contra mí, pero como lo que yo hacía era precisamente apagar la luz, pues quizá no se hayan dado cuenta del detalle y allá arriba se hayan estado diciendo durante años que qué barbaridad, ni los cirios Felipo son como los de antes ni esta familia tan católica, con lo que ellos han sido (mi familia, no los cirios).

No sería de extrañar, dados los escasos dones que la naturaleza me ha dado. Lo cierto es que las devociones han cambiado mucho y hoy les flaquea la fe no sólo a los cirios Felipo que, por cierto, ya no son como los de antes, sino a muchos de los que viven en el mundo analógico. O cambian de religión. Por ejemplo, sin ir más lejos, mis niños del instituto. Estos creen ciegamente en la ouija y en que si te miras fijamente en el espejo y dices tres veces seguidas tu nombre en voz alta se te aparece el diablo y a veces hasta la hija del diablo, que debe estar ya mayorcita, digo yo, y también creen que se aparece la chica esa que murió en las Cuestas del Ragudo y que dice "aquí me maté yo" y entonces desaparece. Hombre, ¿cómo no van a creer si se le apareció de verdad al tío de uno de mis alumnos, que es camionero (el tío, no el alumno)? De verdad que se le apareció, maestro, pero si no la subes no pasa nada. Y yo me quedo pensando que si no la coges se queda allí toda la noche, la pobre, y lo voy a dejar ya porque yo mismo estoy empezando a acojonarme de pensar en estas cosas, y eso que no creo en ellas, pero es que soy (¿os lo había dicho ya?) bastante cobarde. Decía un profesor mío que de quien hay que tener miedo es de los vivos, no de los muertos, pero a mí me siguen aterrando los sueños con monstruos y fantasmas, que existir no existen, al parecer, pero es lo que yo me digo: nadie ha demostrado su existencia, pero tampoco nadie ha demostrado su inexistencia, y ahora de verdad que lo dejo ya, que vivo solo y no voy a despertar a la vecina para decirle que tengo miedo. Además, que tiene tres chiquillos y seguro que no puede con un cuarto.

Bueno, pues encantado que estoy con mi medallita de San Uesebé que llevo colgada del llavero con la mayor de las devociones, que la venero con toda mi alma y me la miro y remiro y no le pongo perejil porque el tufo a perejil en los pantalones no está bien visto en sociedad. Mis paseos por lo analógico me deparan siempre sorpresas como ésta: que, por ejemplo, "finas hierbas" sean ajo y perejil, y que aunque sean finas resulta que no puedes ir oliendo a ellas. Si fueran tan finas como dicen, estarían en la fórmula del Chanel Número Cinco, digo yo. Y Marilyn hubiera olido, en consecuencia, a ajo y perejil por las noches, pero esto es algo que todos sabemos que no pasó ni pasará, porque una estrella de Hollywood nunca ha olido ni olerá a ajo ni a perejil, todo lo más, todo lo más, a jamón de bellota pata negra, que es lo que dicen que le gustaba comer a Tom Cruise cuando estaba en España por lo del rodaje de Los otros, y ya me he vuelto a meter en historias de fantasmas y ahora sí que voy a pasar mala noche y me estoy planteando seriamente lo de mi vecina. Lo que no sé es qué dirá el marido de todo esto, aunque supongo que si me presento en el dormitorio con el lápiz USB en ristre lo más fácil será que no me deje probar a ver si puedo insertar el hardware con seguridad. Y eso sería cruel por su parte porque todos sabemos que cuando uno está asustado lo mejor es tirar del hardware suavecito. En su defecto, y ante el miedo al rechazo, lo que haré seguramente será volverme a subir a la red a esperar a que se vayan los fantasmas y a rezar a San Uesebé para que entre tanto no haya cortes de corriente y me quede yo con el culo al aire, el hardware chuchurrío y el fantasma a mis espaldas.

Así que me meto en mi tecnoermita, abro mi electrocatecismo y me entrego a mis oraciones, devociones y digitaciones.

Que San Cucufato os ampare, analógicos mortales. Besos.

(Una cosa más: no ha dado el cine bruja más terrorífica que la que sale en El mago de Oz, la peli aquella protagonizada por Judy Garland. Ni león más metrosexual. Comprobadlo y veréis).

jueves, 3 de noviembre de 2005

Hola. A punto he estado de no ponerme hoy con el blog. Os parecerá mentira que yo, que soy funcionario, diga esto: que estoy cansado. "¿Qué ha pasado?", me preguntaréis. "¿Es que en la oficina te has tenido que leer todos los periódicos atrasados del puente?". Pues no, no es eso. La verdad es que casi nunca leo periódicos. Soy de esos que se compran un periódico solamente cuando viene con regalo, y encima ese periódico me dura toda la semana o hasta el siguiente regalo. Lo que ha pasado -ya os lo cuento, no os impacientéis- es que esta tarde me ha dado una especie de subidón de energía y me he puesto a hacer cosas como si me fuera la vida en ello. Quiero decir, como si me fuera la vida en hacer algo. Cuando en realidad a mí la vida se me va en no hacer nada, que es lo que más me gusta hacer. Y eso es porque mi biorritmo es muy, pero que muy tranquilito. Intentaré contaros cómo ha sido. Digo intentaré porque aún estoy un poco aturdido por el esfuerzo y ahora es que no doy dedo con tecla. Pero lo hago porque ya os voy cogiendo cariño y además como vivo solo pues no tengo a nadie a quién contárselo. Es lo que nos pasa a nosotros, los bloggers frikies que vivimos solos: que no tenemos a nadie más que a vosotros, queridos fans y amigos virtuales. Incluso tenemos a los que nos critican, y yo estoy contento de tener además un anti-fan. Perdonadme el chiste malo, pero a ese comentarista hostil que me ha salido, como además se le ve peleón, lo podría llamar, si me atreviera, El guerrero del anti-fan. Pero no me atrevo porque ahora seguro que me pegará más fuerte y yo, como ya sabéis, soy cobarde por antonomasia. Y no, no sé qué significa "por antonomasia".

Pues resulta que nada más volver a casa me he puesto a fregar cacharros que tenía en el fregadero, acumulados desde hacía días y que ya empezaban a oler francamente mal. A su vez, esto se explica porque iban a venir unos amigos y a mí me gusta tener la casa limpia, soy muy ratita presumida para estas cosas. A qué venían ya os lo diré luego. Cuando éstos se han ido me he puesto a ordenar los papeles de mi escritorio y después ha venido mi hermano y he aprovechado su visita para que me ayudara a subir un mueble que encontré el otro día en la calle y aún lo tenía guardado en mi coche. Y cuando se ha ido me he puesto a dar capas de decapante en ese mismo mueble para ver si así lo apañaba un poco, porque lo habían pintado de un gris que si llego a coger al culpable es que lo denuncio. Y entre capa y capa me he puesto a preparar las clases de mañana. Y todo eso en una misma tarde. Podéis comprender, espero, que esté agotado. ¡Alguien como yo, cuyo destino era haber nacido aristócrata, de esos que viven de puta madre y no tienen que hacer nada para merecerlo, no como los medievales que tenían la obligación de ir a la guerra, qué horror! Pero voy y nazco en carne del pueblo pero con alma, ya digo, exquisita, vaga y señorita, y cuando leo el ¡Hola! me siento como un desterrado que lee noticias de su lejana patria. Nacer aristócrata: eso es suerte y no el combo, estaréis de acuerdo, que sólo por nacer estés forrao y encima no tengas nada más que hacer que tumbarte a la bartola y comer pollos asados que sacas de una bandeja que te han puesto al lado y te comes un muslo y tiras el resto del pollo. Ahora, eso de comer uvas sosteniendo el racimo con el brazo levantado y dejándolo caer grano a grano sobre la boca nunca me ha parecido ni aristócrata ni elegante ni nada, sino más bien un invento de Hollywood o de los tebeos. Porque, eso sí, aristócrata y basto no me parece bien, qué queréis que os diga.

Los aristócratas siempre me los imagino ingleses, tipo Winston Churchill, más que franceses o rusos, que han solido tener mala pata con las revoluciones. Tampoco me veo de señorito andaluz, que es algo con muy mala prensa y además no tengo gracia para contar chistes. No es que yo sea muy anglófilo, que no lo soy, pero es que un conde o un duque me parecen más si se pronuncian en inglés. Duke y Count suenan la mar de elegantes, y no digamos Earl, que no sé ni cómo se pronuncia. Todo tiene como mucho más empaque. Es como la música pop, que es más bonita en inglés porque no entiendes la letra y en cambio en español parece que no sea de personas serias subirse a un escenario a decir esas cosas. Además, en Barrio Sésamo salía un conde Drácula que se dedicaba a contar cosas y así nos enseñaba los números, y eso lo hacía precisamente porque era conde, o sea, count, que es lo mismo que contar. Quiero decir con este toque de erudición gratuita que si encima de aristócrata y británico tienes un background literario, pues mucho mejor.

Ya se sabe que un noble, un verdadero noble, lo que no hace jamás es trabajar con sus propias manos, y por eso yo esta tarde me siento más plebeyo que nunca, porque he metido las manos en la masa, en el mueble y en el bote de decapante y ahora me pican las manos y tengo que ir con cuidado de no rascarme en mis partes, lo cual es, a decir verdad, una actitud muy poco aristocrática en la que suelo caer con excesiva frecuencia. Mis sueños de sangre azul se me van con un par de rascones, por mucho que se trate de mis partes nobles, y esta es otra contradicción de las que atormentan mi estancia en el mundo analógico al que debo descender de cuando en cuando. Pero siempre me queda el consuelo de que el mundo digital no entiende de sangres azules ni rojas ni con cebolla, y que aquí a nadie le preguntan si sus antepasados ya eran sires. Ese es otro de los motivos por los que me encuentro tan a gustito en mi bloguito, y ahora mismo voy a cerrar por dentro y nadie verá si me rasco, si me meto el dedo en la nariz, si trabajo con mis propias manos o si me como los granos de uva como a mí me da la gana.

Pues eso, que ya abro de nuevo cualquier día de estos y os contaré a qué habían venido hoy a mi casa esos amigos que os decía antes. Besos.