jueves, 17 de noviembre de 2005

Me dejé la puerta del blog abierta y por ella entró el mundo exterior. Los aires que soplan fuera me alcanzaron y llevo unos días muy afectado. Sabedlo de una vez por todas: un blogger de raza es como un vampiro. Si el más débil rayo del mundo real le toca, puede descomponerse por muy poco que dure el contacto. Y entonces el pobre tiende a tenderse. En un sofá, quiero decir. Por otra parte, el blogger común es frágil y su vivienda virtual es perfectamente estanca, y está equipada con todo lo necesario para no salir. Es el único mamífero que hiberna las cuatro estaciones del año. Se alimenta preferentemente de productos envasados, que almacena en cantidad suficiente para no tener que bajar al súper demasiado a menudo. Se han documentado casos de blogger que en situaciones de carestía extrema ha consumido alimentos caducados con tal de no tener que peinarse. Es difícil de observar en libertad porque sólo se descarga, o sea, sale, cuando las condiciones son las adecuadas y su integridad no peligra. El blogger se mueve con miedo entre los humanos y evita el contacto con ellos en la medida de lo posible. Al igual que el vampiro, se siente atraido por los cuellos largos y hermosos, colorados como chorizos ibéricos, pero, a diferencia del vampiro, suele sacar poca tajada del embutido, si es que saca alguna. En lo que son totalmente diferentes es en que el blogger abomina de la violencia, pero no por motivos éticos sino porque sabe que lleva las de perder. Sin embargo, yo creo que la actitud violenta del vampiro es pura reacción de defensa, porque me parece a mí que ellos tienen mucho miedo de los humanos y por eso son tan violentos, porque podrán chupar sangre, de acuerdo, pero un humano normalito a ellos les puede chupar la sangre y además recalificar el castillo y los terrenos y ponerlos de patitas en la calle. Al final de la novela, cuando matan al Conde Drácula, dice el novelista que sonreía como si estuviera dando las gracias a los que le habían clavado la estaca (al vampiro, no al novelista). No sé si creerme ese detalle, porque que te claven una estaca en el pecho debe de doler lo suyo, y ya tiene que ser uno muy aristócrata y tener muy interiorizadas las buenas maneras para aguantarse el dolor y encima sonreir, dar las gracias y acto seguido descomponerse sin faltar al decoro ni molestar. Y encima sabiendo la mala impresión que da dejar el ataúd todo sucio y lleno de ceniza. Si acaso, digo yo que sonreirá porque con eso de la muerte se ahorra tener que ver su castillo transformado en urbanización, campo de golf o parque temático.

De donde se deduce que Drácula no era tan malo como lo pintaban y, sin embargo, hay que ver lo mal que al final llegaron a caerme los que lo matan, de tan perfectos y tan educados que son. Llegan a dar asco y te encuentras pidiendo al inventor que haga una segunda parte en la que vuelva el hijo de Drácula, o el cuñao, o alguien, y les dé una buena zurra a esas asquerosas Doñas Perfectas. No me da apuro reconocer que lo mío es envidia cochina, porque yo soy perfeccionista pero no perfecto, o sea, soy un quiero y no puedo y me la paso en una frustración constante. El asunto es algo así como pagar la cuota del gimnasio pero nunca llegar a ponerte cachas, lo cual, por cierto, ya me ha pasado varias veces (lo de pagar; lo de no ponerme cachas no es un suceso: es un estado permanente). Es como comer una docena de helados y que en todos los palillos te salga un Sigue jugando. He asumido que nunca llegaré a perfecto porque soy la mar de vago y desorganizado. En momentos de euforia he llegado a pensar que a lo mejor mi destino era llevar la pereza a extremos de perfección absoluta, pero lo triste es que a eso tampoco llego porque siempre me pasa lo mismo, que al final de la jornada me entra la mala conciencia y me pongo a hacer cosas que para lo único que sirven es para que se me hagan las tantas de la noche. O sea, que ya digo que todo es envidia cochina y eso está muy feo, vale, pero una vez renuncias a la perfección es que ya no miras por dónde vas.

Total, que la realidad se ha dado un paseo por mi cuarto, nos ha alcanzado con sus rayos y estamos mi blog y yo un tanto bajos de moral. Es que somos muy sensibles y además estábamos seguros de que nuestros cibermuros nos protegerían de todo lo que pasa por ahí fuera. Pero el mundo está muy malito y además hace mucho frío, de modo que nosotros nos hemos acurrucado juntitos y nos ayudamos a pasar el trago. Observaréis que hablo de él, del blog, como si fuera una persona, y eso es porque lo aprecio mucho, y me gusta pensar que él a mí también. Es que me hace mucha compañía, la verdad, y yo voy tres y cuatro veces diarias a ver cómo está, si necesita algo, y le pregunto cómo va el business de los comments, y hablamos de este tipo de cosas intrascendentes que llenan nuestros ociosos días en la blogosfera. Es por el asunto de los comments a sus posts por lo que me di cuenta de que algo pasaba. Me decía que ya no le escribían como antes, que los analógicos se olvidaban de él, y que agradecería un poco más de atención y que a esas alturas incluso le ilusionaría encontrar un comment agresivo de Patafos.
Hombre, yo no soy psicólogo de blogs, pero veo que mensajitos no le faltan de vez en cuando y es lo que yo le digo, que quién no pasa alguna vez sus ratitos de sentirse solo y que por eso no se le debe caer la conexión encima. Entonces, claro, a mí me da por pensar que seguro que me ha cogido algo raro, y me pongo muy nervioso. Es que no puedo evitarlo, pero a mí enseguida se me va el pensamiento a la gripe aviaria porque es lo último en enfermedades y nosotros, los bloggers, otra cosa no, pero estar a la última es que nos chifla. Además, es lo que yo digo: que un blog con conciencia de clase (de clase alta, claro) no coge nunca la viruela ni la encefalopatía espongiforme, que son enfermedades obsoletas y del vulgo, sino que cuando siente que está a punto de ponerse malito lo que hace es enterarse de cuál es la enfermedad más buscada en Google y ésa es la que coge.

Y mientras tanto me ocupo de sellar bien cualquier rendijita por donde se nos pueda colar otra vez la realidad, y eso lo hago con un poco de música, con tebeos o con alguna película de risa. O con chocolate. De cobertura, obviamente. Al blog le he puesto una couldina, pero no se la quiere tomar. A veces me saca de quicio que sea tan cabezota.

Besos.

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