jueves, 24 de noviembre de 2005

Hola a todos. Necesito una ley que haga con mis dos personalidades (la digital, que es la verdadera, y la analógica, que es como la sombra que se proyecta en la pared de la cueva) lo mismo que con la vida familiar: que las concilie. Ya sé que en este mundo terrenal todos somos despreciables sombras, a excepción de Cameron Díaz, que como sombra no tiene desperdicio, pero es que, aunque me duela reconocerlo, no sólo de bits vive el hombre y esta triste verdad me ha obligado a tomar medidas que, aunque drásticas y dolorosas, las tomo por mi bien. Esto es lo mismo que les digo a mis alumnos cuando les suspendo, que es por su bien, pero ellos se empeñan en no entenderlo y yo, la verdad, tampoco estoy muy seguro, pero lo hago porque es lo que tengo que hacer. La vida, en el fondo, es como un juego del rol. Bueno, tranquilos, que ya os digo cuál ha sido la drástica medida: he apagado el ordenador durante un periodo no mayor de quince minutos y no menor de diez. Sí. Como lo leéis. Es que me estaba pasando que con el ordenador siempre encendido y al alcance de la mano no había manera de concentrarme en las pequeñas miserias del mundo analógico, tales como el trabajo y sus obligaciones. Así que tras una noche en vela, puesto de rodillas y sudando sangre, rogué y logré apartar de mí esa banda ancha y me la he llevado al otro extremo del cuartito en el que estudio. El esfuerzo muscular que he tenido que hacer para reorganizar mi santuario ha sido traumático, física y espiritualmente hablando. He tenido que mover yo solo un gran archivador, que lo tengo como recuerdo de familia igual que otros tienen como recuerdo de familia unas fotos o un mechón de pelo de una tía abuela desconocida, y he movido también una mesita de esas de cocina desplegables que me encontré en la calle, porque yo a veces recojo cosas y muebles de la calle siempre que no tengan carcoma, que es junto con la hormiga el único insecto que no me da asco tocar, pero que tiene de peligroso que se lo come todo, como se dice en los chistes de vicio y sexo. También he tenido que levantar una alfombra de color azul, y no os voy a decir lo que he encontrado debajo por si acaso los de Echelon me están vigilando.

Eso de vigilar los que otros hacen no me parece un trabajo serio, la verdad, aunque tengo que reconocer que yo a veces me quedo mirando en la calle a la gente que trabaja, y en eso se me nota que tengo ya ganas de prejubilarme, que es algo que dicen que lo van a poner cada vez más difícil, porque parece ser que algo está ocurriendo con las pensiones y con el estado del bienestar, que es lo mismo que en inglés llaman welfare system y que siempre queda bien decirlo en voz alta y clara aunque no venga a cuento en la conversación, porque a uno le hace parecer culto. Dicen también que mi generación es la Generación X porque estamos desencantados y ya no nos va a llegar el system ese que decía antes, aunque yo debo confesaros que hasta que oí la explicación estaba convencido que eso de la X estaba relacionado de alguna manera con el cine porno, y por ese motivo me notaba yo un poco desarraigado, porque el cine porno lo encuentro tremendamente aburrido y además de desarraigarte es que te baja mucho la moral si eres hombre. Es que los hombres somos el sexo débil, ya digo.

Todo esto de mirar cómo trabajan otros y de las andanzas de mi generación me ha recordado una cosa que me pasó una vez que, cual jubilado, dedicaba mi tiempo libre a mirar una mudanza. Pues pasó que el tipo que se mudaba, tipo de apariencia francamente respetable, salió en una de esas del patio de su casa (o de su mujer, no sé: para jubilao perfecto aún me falta una dosis combinada de curiosidad y descaro) con una caja de la cual sacó un libro que tiró al contenedor. Yo lógicamente me indigné porque los bloggers estimamos muchísimo los libros, que son para nuestro clan digital lo que el Hombre de Cromañón para la humanidad analógica, o sea, unos venerables antepasados. No sé qué pensarían los jubilados que me acompañaban de tan deleznable acción, pero yo con mucho asco metí las manos en aquel montón de basura (los contenedores y las cosas que huelen mal me dan tanto asco como los insectos salvo, ya digo, la carcoma y la hormiga) y saqué el libro y resultó que era de una biblioteca pública y aquel cafre no solamente no lo devolvía sino que lo estaba tirando a la basura. Todavía conservaba dentro un papelito con la fecha en la que debía haber sido devuelto y resulta que se trataba del día en que yo nací. Justito el mismo día. Día, mes y año. Así que interpreté que no debía devolver el libro sino quedármelo, porque aquello era sin duda una señal, no sé de quién pero señal seguro que era, y por eso me pasa lo que me pasa, que recojo todo tipo de trastos y luego me toca mover un archivador que pesa una animalada y no tengo ni idea de lo que hay dentro. Lo malo es que el libro es de un aburrimiento mortal, y desde entonces estoy mosqueado por si eso es también una señal.

Os diría lo que piensa mi madre de esta afición a recoger trastos, pero no lo haré porque el otro día me dijo un amigo que en mi blog se menciona tantas veces a mi madre que me lo tendría que hacer mirar, que eso no es bueno y seguramente es la razón por la que no ligo nada. Y no es que este amigo sea precisamente un acreditado playboy, pero sí es mi más fiel seguidor y hay que hacer caso al público y escuchar sus sugerencias. Así, entre nosotros, yo creo que él es el que firma Patafos, porque esa forma de darme en el hígado sólo la pueden conseguir los buenos amigos y los malos alumnos, y alumnos seguro que no son porque hay menos de tres faltas de ortografía por palabra ni me han dicho aún que mi blog es tó chungo. Ahora que, bien mirado, una vez puestos a agradar al público, también podría hacer un blog tipo "Escoge tu propia aventura" y dar opciones al lector: si quieres que Angelet vaya al psiquiatra, pasa al párrafo número cuatro, pero si crees que debería gastarse el dinero del tratamiento en chocolate y tebeos, pasa al párrafo número seis y tómate una cervecita, rey. Ahora, si crees que lo que debe hacer Angelet es cancelar este sitio y dejar espacio en la red para cosas más útiles, tipo I + D, por ejemplo, pasa por aquí que te vas a enterar de lo que vale un peine, listo.

No estaría mal, por otra parte, ya que un blog interactivo parece que va más con lo que piden los tiempos. Pero yo no voy con lo que piden los tiempos, y lo tengo a gala. Y por eso me sigue gustando leer las redacciones de los alumnos cuando las hacen en un papel cuadriculado que han arrancado de la libreta y lleva colgando los restos de la tira esa de papel en la que están los agujeritos por los que pasa el gusanillo, y están escritas con mala letra y con faltas de ortografía. A las faltas de ortografía deberían darles un sillón en la Real Academia porque si no fuera por ellas a ver de qué iban a vivir los académicos y los profes de lengua. Lo suyo sería que les dieran el sillón B y ellas erre que erre a sentarse siempre en el sillón V, y a liarla en todas las reuniones. Bueno, pues ayer me fotocopié una redacción que empezaba así: "En este día no me ha pasado nada nuevo, bueno sí, que se ha muerto mi abuela". Y no sigo copiando.

Sabed que después de un cuarto de hora de desconexión volví a encender y me juré no volver a hacerlo nunca más. Besos.

3 comentarios:

MsNice dijo...

Decía Mark Twain que se ha perdido el noble arte de la mentira, pero yo cada vez pienso más que se ha perdido el sutil toque de la ironía, que al fin y al cabo es muy parecido.
Nada, es que tenia ganas de soltar esa frase y no sabia dónde.

Anónimo dijo...

terapia de chocolate y tebeos. mola mazo

Anónimo dijo...

¡Que venga la marabunta y toquemos las hormiguitas bonicas todos juntos!