jueves, 2 de septiembre de 2010

¡Política! (6)

Las palabras se las lleva el viento, dicen, y por eso era que había que escribirlas. Pero eso sería antes, digo yo, porque una de las cosas que nos están pasando con ellas es que no hay manera de retenerlas. Antes -mucho antes, quiero decir- cuando la palabra escrita era, por lo escasa, artículo de lujo, bien se entiende que fueran imponentes sus efectos: "Lo escrito, escrito está", y frases por el estilo, como esa otra de "Uno es dueño de sus silencios"..., etcétera. Se diría, sin embargo, que la facilidad con que hoy podemos registrarlas les ha privado de ese respeto que quizá alguna vez se les tuvo. Parece, por el contrario, que ha dejado de darnos miedo que se nos queden atrapadas en el tiempo como lo estuvo el hombre aquél del Día de la Marmota. Será porque han perdido el atractivo de lo raro, y porque ya no pasa que, empujadas por el viento, se nos vayan para siempre: lo habitual es ver cómo mueren sepultadas por la avalancha o desaparecen entre la multitud. Y, sin embargo, nunca habrá sido tan fácil como ahora almacenarlas y aprovechar toda esa munición. Me pregunto porqué no hay periódicos dedicados exclusivamente a recuperar las palabras dichas: a preguntar por las promesas hechas, a preguntar por las contradicciones, a rebuscar en el fondo del congelador lo que una vez dijeron, lo que una vez fueron, lo que en tantas ocasiones prometieron. Sí, ya sé que de vez en cuando se hace: pero hace falta hacerlo más veces y convertirlo en trabajo sistemático, del mismo modo que ellos han convertido en norma ocultar sus palabras entre la multitud, del mismo modo que cuentan con que la portada de hoy haga olvidar la de ayer. Se me ocurre que, cada vez más, participar activamente en la política es hacerse archivero e historiador de las palabras.