sábado, 14 de agosto de 2010

¡Política! (4)

La política, decíamos, a menudo se juega en el terreno del vocabulario porque eso es lo que él tiene, que dicen los que saben que se trata de algo convencional, aunque aquí convencional no significa que le falte glamour sino que es resultado de habernos puesto todos de acuerdo. Ya digo que hay quien lo dice, pero yo lo dudo porque ponernos todos de acuerdo en algo me parece a mí que no se ha visto nunca en el planeta. Luego -por volver a la política- vamos viendo que el significado de las palabras es lo menos convencional que existe y resulta que no hay manera de aclararnos en quiénes son los buenos y quiénes los malos, que para eso al menos deberian valernos las palabras.

A mí siempre me ha costado ponérselas a las cosas que veo que pasan cerca de mí, a no ser que se trate de algunas tan resobàs -que dice un amigo- por el uso que ya no significan absolutamente nada. Para encontrar palabras verdaderamente interesantes me hace falta tanto tiempo de escucha y reflexión que la verdad es que nunca tengo paciencia para esperar, y acabo empleando algunas de las de más venta. A quien yo admiro de verdad es a esas personas capaces de replicar con rapidez a cualquier cosa que se les diga. Tengo guardado en algún sitio un recorte de periódico con las réplicas más ingeniosas de sir Winston Churchill, quien parece haber sido un campeón en esto de darlas como latigazos. Supongo que es calidad de buen político. Yo, en el pueblo éste en el que vivo, y por lo que oigo por la radio cuando me da el punto de escuchar las noticias locales, lo primero que noto es que hablan muy mal todos estos representantes míos, y que cómo será posible. Se imagina uno esos debates parlamentarios de los de antes -si es que alguna vez existieron tales- en los que los oradores más brillantes se enfrentaban en sabrosísimos duelos que uno podría haber seguido desde la tribuna con un buen puro y el mantón de la señora descansando en el barandal, y los echa de menos aún sin haberlos experimentado.

Ya digo que eso es lo que me pasa con la política: que no me salen las palabras ni me cuadran las cuentas. A veces me entran tentaciones de llamar a la radio, a esos programas que tienen sus segundos para los oyentes, y decir esto y aquello sobre lo que acaban de contarnos, pero al final me salva la saturación de línea y es por eso que jamás he hecho el ridículo como hacen esos que llaman y repiten el mismo mensaje tres veces consecutivas o se ponen tan nerviosos que ganas dan de ir preparándoles una tila para cuando cuelguen el teléfono. Yo pienso a veces que los profesionales de la radio les abren el micrófono para darse la satisfacción de escuchar a alguien que se expresa incluso peor que ellos. Y yo sería de los malos entre los malos, ya digo, porque hay que saber escoger las palabras y los ritmos y los silencios.

Uno es dueño de sus silencios, dicen, aunque imagino que no faltará gente que, como yo, no es capaz de mantenerse en silencio cuando toca ni de hablar cuando debe. Eso es lo que me lleva a mí pasando desde ese momento en la vida en que notas que el sexo opuesto -o el mismo, según- te está llamando la atención. Porcentaje no desdeñable del éxito depende de la palabra y del silencio, y, visto que nunca he sido capaz de gestionarlos debidamente, acabo por pensar: "¿Hablar de política, yo? ¿Habrá mayor disparate? Pues, ¿cómo voy a convencer a multitudes si nunca he sido capaz de convencer a una persona sola, de la que además me interesa todo menos lo que tenga que decirme?". Claro que a los que se dedican a ello -a la política, quiero decir- no les falta el asesor que les chiva por detrás, que políticos hay que parecen gregarios de un equipo ciclista, atendiendo a las órdenes del míster que les llegan por el pinganillo. ¡Bueno hubiera estado salir por ahí los sábados por la noche, de neoadolescente, con mi propio coach, mi propio personal trainer, diciéndome lo que tenía que hacer o decir! ¡Qué de medallas no guardaría en el armario de mi autoestima solamente si transformara en ellas una cuarta parte de los fracasos afectivos!

¡Ay, la política!

No hay comentarios: