viernes, 2 de mayo de 2014

Serie Sense Nati!, segunda época. Karkaputt!

KARKAPUTT!

Se le ha roto el coche a la Jose. Pero roto, roto. Al desguace, vamos. Y la cosa es una tragedia, no porque se le haya cogido cariño, que no -ojo, que me refiero al coche-, sino porque en Cincinnati la vida sin coche no es vida. Puedes ir en autobús, pero eso ya dijimos en un post de la primera serie que es algo bastante duro. Si no tener coche es lo mismo que estar muerto, viajar en autobús es como ser un zombi: un muerto viviente o, mejor, un muerto viajante. Puede que suba uno limpio y repeinao, pero seguro que, al bajar, ya no es el mismo: los amigos te encuentran algo raro, la familia te pregunta si estás bien y tu madre sospecha que te drogas. Solamente vale la pena para desplazamientos largos, y con eso no quiero decir "lejos" sino "para mucho tiempo". Pongamos el día entero. Desayunas, te vas y ya si eso vuelves a cenar. El bus de Cincinnati es, en realidad, una manera asequible y popular de comprobar la teoría de la relatividad, pero al revés. En el experimento fetén, el astronauta que va al espacio no envejece, pero los que se quedan en la Tierra -salvo Jordi Hurtado, és clar-, sí; en el bus de Cinci, el que ha envejecido es el viajero. Y, oye, tampoco hay que quejarse de que salga la cosa así, pues, ¿qué esperabas, por un dólar setenta y cinco centavos? ¿El CSIC?

Pero no quiero insistir en el bus, que ya lo hice una vez, ni en el coche, que también, sino al hecho propiamente dicho de la muerte del vehículo automóvil, que fue repentina y en medio de la calle. Le dije yo a la Jose: "Escolta: que ix fum del motor". Com que jo no sé de mecànica, ni si el coche tenía este tipo de costumbres, por curarme en salud añadí: "Açò és normal?" Se ve que no, porque la Jose inmediatamente llamó a la grúa. Y así, sin más, quedó muerto y humeante en plena calle, lo cual es siempre triste, pero un poco menos si se trata de un barrio pijo, pues algo del glamour ambiental parece que se pega siempre.

Tampoco ha sido una sorpresa, todo hay que decirlo. Estaba achacoso, el pobre, y para poco trote. Que si un ruido por aquí, que si una pérdida por allá, que si resoplidos y dificultades para subir las escaleras, y cosas así. Ya nos lo dijeron, cuando lo adoptamos: durará lo que dure, que está muy machacao y se ve que los dueños anteriores le dieron lo suyo. Y todo era un ir y venir de la consulta: "¿Cómo lo ve?". "Pachuchillo. Si lo cuidáis bien...y no le exigís demasiado, al pobre".

¡Y cogemos y nos lo llevamos a Chicago! ¡Una bolsa de millas para ir y otras tantas -claro- para volver! Vale que despacito, para que no le subiera la tensión, pero ya en el viaje de ida nos dio un aviso: se le puso amarilla una luz, y es cosa sabida que cuando a un organismo se le pone algo amarillo, ¡prepárate para parar! ¡Pum! Es la lógica del semáforo. Y así, parando, parando, fue y volvió. ¡Hombre! Digo yo que tuvo con nosotros una segunda juventud. ¿Quién le hubiera dicho a él, cuando estaba allá en el dealer, que viajaría a Chicago, que surcaría los caminos de Kentucky y que se vería rocanrolear en Nashville? Todo un ejemplo para la tercera edad automovilística. Tenía que haberse consumido, roñoso y oxidado, en un miserable y oscuro rincón del parking, pero murió sobre el asfalto, con las ruedas puestas. ¡Amén!

Pero a mí me dejó sin cenar sushi, el muy... ¡Que a eso íbamos, cuando estiró el embrague! ¿No te podías haber esperado un par de horas, hombre?

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