sábado, 21 de abril de 2007

Nada, que no hay manera: desde que me aconsejaron eso de escribir cosas más serias, es que me he quedado bloqueado y no se me ocurre nada. Pero nada de nada. Tanto es así, que a este paso habré de cambiar el nombre de este blog y llamarlo Informe Mensual. No me resulta fácil hablaros en serio después de tantos post hablando en broma. No es que yo no pueda ponerme serio: es cuestión de costumbres y lo malo que tienen las costumbres es que no se dejan cambiar fácilmente. Es como cuando uno vive solo en casa y se acostumbra a ir sacándosela por el pasillo, para ir ganando tiempo, cuando tiene ganas de mear. El peligro es que sin darte cuenta lo hagas también fuera de casa. Imagino -volviendo a lo nuestro- que el truco debe de estar en encontrar un buen tema, digno y decoroso, que nos empuje a hablar en serio; pero es que siempre me pasa igual: que me pongo a pensar en serio y acabo pensando en mí mismo. Os lo digo porque hay confianza, y porque no creo -a decir verdad- que se trate de egoísmo, que yo tendré otros defectos, pero no soy lo que se dice egoísta. Un poco roñoso no digo que no, y por eso sólo traigo de mis viajes regalitos baratos. Ahora bien, que quede claro que no traigo nada para mí mismo, salvo el inevitable Astérix y Cleopatra, si lo encuentro. También soy muy perezoso, lo tengo dicho, y este es un defecto mayor porque está tipificado como pecado capital, pero no hago nada para combatirlo porque sería mucho esfuerzo y no me hago el ánimo de empezar.

Pues que no se me ocurre nada, y eso que hago grandes esfuerzos para concentrar mi mente en este problema. Concentrarse, sin embargo, es una rara habilidad que sólo tienen los caldos de gallina y algunos gurúes de la India y que resulta bastante inalcanzable para el occidental medio. El truco está -al parecer- en no pensar en nada mientras adoptas la postura de la flor de loto. Ambas cosas son tremendamente difíciles, a decir verdad, y no sabría decir cuál le saca ventaja a la otra en cuanto a dificultad. Dejar de pensar no se puede y además es imposible, que la cabeza de cada cual es como una autopista de ideas que van y vienen sin parar. Yo diría que a uno que no piensa en nada lo que le pasa es que está muerto. Y sentarse al estilo flor de loto es como comer con palillos, que es algo que esta gente lleva en los genes pero nosotros es que no hay manera. Total, que no me concentro ni a tiros. Todo esto lo sé porque una vez estuve en un cursillo de meditación donde un hombre santo, pacífico y oriental, intentaba enseñarme la posturita pero yo -erre que erre- venga a perder el equilibrio y a darme toñas en el suelo. A la tercera caída ya me dolía mucho la cabeza, y aquel fue el misterio doloroso para mí: que cómo era posible darse esos cabezazos contra el suelo si entre mi cabeza y la baldosa había una de esas alfombras gordas y sin pelo que se llaman tatami. Será que son pura apariencia o que mi cabeza es un proyectil, pero, si quieren que vuelva, a mí que me pongan un colchón. Total, que los viajes que se daba eran como los de la roca de Sísifo -ahí es ná- y al final me dolía tanto que era más que difícil la concentración. Y cada vez que como un Papa desorientado besaba el suelo con el cráneo, y después miraba hacia el cielo buscando ayuda y sólo veía a aquel Buda mío, sonriente en su flordelotesco equilibrio, todo lo que me salía de dentro eran invocaciones a Rambo para que viniera a salvarme de los charlies, por favor, y líbrarme de esta tortura, amén. Al final quise decirle: “Mire, su santidad, que la flor de loto no, pero puedo hacerle el pino, si no le importa, que también es vegetal”. “Y más nuestro”, pensé añadir, pero lo dejé estar por miedo a que me tomara la palabra: yo, es que tampoco he sabido nunca hacer el pino. El ridículo, sí, pero nunca el pino. Lo mío nunca ha sido la psicomotricidad, tanto me da que sea gruesa o fina. Véase, por ejemplo, para bailar, que es otra de esas cosas que siempre me han dado vergüenza. Es bailando, curiosamente, cuando más me parezco a un pino, y no cuando me pongo boca abajo. Una vez acompañé a mi prima a unas clases de baile de salón y al poco de empezar ya le dijo el profe que se buscara otro partenaire; a mí, que si no me interesaría más el sudoku, y a los dos que, vistos de lejos, parecíamos Ginger Rogers bailando con C3PO. Y no por culpa de mi prima. Tendría razón el hombre, vale, pero estaréis conmigo en que el consejo no era muy motivador. Y otras cosas que le hubiera dicho al fredastaire de agua dulce aquel si no fuera porque ya entonces eran políticamente incorrectas.

¿Veis? De nuevo sale lo que os decía: que no puedo evitar que vayan juntos el ponerme serio y el hablar de mí, mayormente de las cosas que me dan vergüenza. Es que habrá algunos que estarán encantados de haberse conocido, pero para otros el pensar en uno mismo es como una especie de tortura, y por eso tienen tanto éxito los programas de cotilleo. Yo, como no tengo tele, lo que hago es leer compulsivamente aventuras de los pitufos, y fantaseo con que soy uno de ellos y vivo en el pueblecito y pasamos el día sin preocupaciones, comiendo pasteles de nata y obedeciendo al Gran Pitufo. Es que es más fácil obedecer que ser libre, y por eso los que triunfan en la vida no son los empollones del cole, sino los listos. Pero veo que me estoy poniendo serio, demasiado serio, y voy a tener que cortar con esto.

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