sábado, 9 de agosto de 2008

Uno
Pasé muchos años pensando que sólo los soberbios llevaban gafas de sol, pues alguien que te habla con ellas puestas está diciendo que no te considera digno su trato y que si lo hace es porque lo necesita o, si acaso, por concederte su gracia, pero no tanta que merezcas el alzamiento de la muralla que levanta con sus cristales entre tus ojos y los suyos. Aunque más tarde comprobé que, además, también sirven para protegerse la vista, semejante idea me vino de ver cómo mis compañeros de bachillerato las utilizaban para reconocerse entre sí del mismo modo en que dos espías se exigen la contraseña antes de intercambiarse los secretos. No era raro verlos conversar sin quitárselas, y era claro que las gafas de sol -siempre que fueran de la marca adecuada- eran como la etiqueta del pantalón y la de la camisa: la cuota que se exige para pertenecer al club. Era por la impresión de aquel sitio y de aquella gente -aunque no de todos, pues también había quien protestaba, diciéndome: “Yo he visto llevar gafas de sol a las doce de la noche”- por lo que me negué a tener unas de esas: por no parecerme a ellos. Pero el sol parecía más intenso cada verano y acabé por convencerme de que no era culpa de las gafas, sino del uso que se hace de ellas: y quise ser de los que las llevan. Por eso, años después, yo también tenía unas y caminaba, sonriendo, por la calle con Vicente mientras Pepa, con las suyas puestas, ya nos esperaba sentada en la terraza del bar al que todos debíamos acudir. No apartaba su vista de nosotros y pensé que eran nuestras gafas las que le habían hecho gracia, pero no porque andando el uno junto al otro, vestidos iguales y de figura parecida, con las gafas pareciéramos una caricatura de los tipos que después todos, gracias al cine, identificaríamos como hombres de negro, sino porque, siendo él y yo dos notorios empollones, temí que -teniendo aún en la cabeza la conexión entre gafas de sol y pijos del cole- ella nos encontrara tan ridículos como quien, desconociendo las costumbres de un grupo al que no pertenece, pero del que se muere por formar parte, se presenta en la fiesta vestido de traje y corbata cuando todos los demás -que por naturaleza pertenecen al grupo- llevan vaqueros y camisa suelta, sin corbata. Ella nos estaba esperando, así que, al fin y al cabo, nada tenía de raro que nos mirara; pero es una de las características del complejo de empollón creerse inútil para las cosas mundanas -saber vestir, contar chistes, bailar- y sufrir por ello tanto como por el miedo al ridículo si alguna vez intenta cambiar de hábitos. Todo eso y también que ella me gustara hicieron que ya antes de llegar me las quitara, las guardara en un bolsillo y no volviera a ponérmelas en todo el día.
Vino Cristina, vino Mariano, vinieron Mar y otro Vicente, Cristóbal y Vidal. En la ficción de ser aún estudiantes, acogiéndonos a la idea de que los cursos terminan en septiembre y el verano, aunque uno lo haya aprobado todo, forma parte del curso académico, nos juntábamos en las terrazas a tomar café como si no estuviera cerca, esperando a recibirnos -con los brazos cerrados- el mercado laboral. Nos daba miedo y preferíamos no mirarlo a la cara: éramos como soldados que se entrenan para ir a la guerra, pero que en el campamento de instrucción, por mucho que sepan lo que les espera, viven, sonríen y bromean como si el momento de entrar en combate fuera una amenaza que nunca se hará realidad. Todos sabíamos que Pepa quería ser restauradora de arte, y el Vicente que había llegado conmigo sería, andando el tiempo, profesor de la universidad. En aquel momento -seguramente- ya daba los primeros pasos en esa dirección. Los demás, no se sabía: pero no se hablaba de ello y pedíamos café.

2 comentarios:

Manuela dijo...

Buenos y malos recuerdos trae tu informe semanal ... no se porqué a la vuelta de los años te vienen estos pensamientos .... sería curioso abrir una serie de aquellas "que fue de ..." juas! por puro morbo ... porque en realidad, de quien quiero ya se lo que fue y de quien no quiero ... pues no quiero saberlo ... reketemuaks!

Angelet dijo...

Tú también estabas. No pienses que tu nombre no sale por algo malo: es por necesidades literarias. No pienses que tu nombre no es literario: no quería decir eso. No pienses que te oculto lo que pienso...Me estoy liando.