lunes, 18 de junio de 2007

Se acerca el verano y yo sólo pienso en alejarme: estoy preparando mis viajes. Lo digo en plural, pero solamente será uno, que ya está bien, y además será en seguida, en cuanto deje algunos chiquillos suspendidos y otros aprobados. No lo hago así porque tenga ganas de marcharme, sino todo lo contrario: lo que yo quiero es quedarme en casa. Parecerá raro, pero se explica si tenemos en cuenta que yo padezco fuertes deficiencias de personalidad (me disculparéis si ya os lo he dicho otras veces) y es por eso que, si me marcho, será solamente por cumplir con el expediente ese que dice que, soltero y funcionario:

- Tú te pegarás una vida de puta madre y viajarás mucho, ¿no?

¿Cómo confesar que lo que a mí me gusta de las vacaciones, en realidad, es mirar en mi agenda y comprobar que no hay nada escrito para los próximos treinta días?. Pero, claro, si dices eso y que no te has ido a ningún sitio, te miran mal y a tus espaldas murmuran diciendo que eres como aquel miserable de Mr. Scrooge, que vives en una covachuela oscura, sin tele ni coche y que tus dineros los guardas debajo del colchón. Yo -es lo malo que tengo- vivo muy pendiente del qué dirán, y como lo del coche es cierto, también lo de la tele y la casa la tengo que se cae a trozos, pues me aterra pensar no que sea verdad, sino que se den cuenta, y busco la manera de disimular. Tengo un amigo que dice, hablando de otro que lo es de los dos, que "es el hombre casado que mejor vive". Lo dice porque ha encontrado la manera de vivir sin agobios con una chica que a mí en tiempos me gustaba mucho pero que en casa debe de ser como Jack Lemmon en La extraña pareja. No es que por eso haya dejado de gustarme, pero siempre está bien y tranquiliza mucho encontrarle un defecto a un amor que no puede ser. Total, que asustado de que esta manera mía de no aprovechar las ventajas combinadas del funcionariado y de la soltería no me procure más que marginación social, decido excluirme unos días por mi cuenta y marcharme de viaje en cuanto pueda: con ello pretendo salvar el expediente y las apariencias y así poder dedicarme luego a dormir la siesta con todas mis fuerzas hasta que llegue el glorioso día -nirvana de los vagos- en que me dé cuenta de que me aburro de aburrirme. ¿Es posible -diréis los que sois padres de familia- aburrirse de aburrirse? Pues lo es, sí señor, y hasta deseable porque, una vez traspasado ese límite, es como si el grifo se te pasara de rosca y hasta te parece que tienes ganas de volver a trabajar. Luego es mentira, ya se sabe, pero el engaño dura lo bastante para llegar sin deprimirte al primer día de trabajo. La frasecita me recuerda otra que el verano pasado le escuché a un amigo en Benidorm: "Estoy hasta los cojones de reírme". Pero esa es otra historia.

Lo primero que debes hacer, para que este truco salga bien, es anunciar en cuanto puedas que te vas de viaje y que lo tienes todo previsto desde febrero. Así das a entender que tienes tanto tiempo libre que, no solamente te vas de viaje, sino que ya hace meses que te puedes permitir el lujo de darle vueltas al asunto. El efecto es soberbio si esto lo anuncias mientras te tomas un martini en una terraza de verano. Lo dejo caer como sugerencia para compañeros funcionarios solteros, pero debo confesar que no me salió bien cuando lo hice porque a mí el martini me da mucho asco de toda la vida y la cara que puse mientras lo contaba debió de dar de todo menos envidia. Lo que no puedes hacer es anunciar esto mientras te tomas un colacao, que es lo que a mí me gusta, porque entonces, en lugar de sofisticado viajero, lo que parece es que te has apuntado -a tu edad- a un viaje del IMSERSO. Y luego que algo de Mr. Scrooge sí debo de tener, porque las terrazas de verano me gustan pero no voy porque me parecen caras. Y no vas a anunciar estas cosas en el ascensor.

Lo que ocurre es que uno tiene sus manías -para qué vamos a ocultarlo- y se me notan en los criterios que manejo para elegir destino. Me marcho a las islas Feroe, y esto lo hago solamente porque es un sitio raro. Me gustan las islas y los sitios raros, qué le voy a hacer, y por eso los catálogos de la agencia de viajes los miro al revés, por el índice y no por las fotos, buscando los nombres más extraños y los sitios más remotos. Claro que, para lugar remoto, el destino que me han adjudicado las autoridades educativas: nada menos que Villena, que está dos o tres calles después del fin del mundo. No voy ahora a profundizar en el asunto y me limitaré a deciros que es para mí un alivio saber -melómano empedernido- que la ciudad tiene, al menos, gran tradición musical: patria chica de Ruperto Chapí y sede de los mundialmente famosos Niños Cantores de Villena. Uno de los dos datos es falso.

Perdón por el chiste y por el retraso. Besos.

1 comentario:

Mr. Delaney dijo...

Una forma de evitar que se te identifique con el tan denostado Mr. Scrooge es que te esmeres en esos regalos que vas a traernos de allende los mares. Como sé que tú ya contabas con ello -como no podía ser menos- te anticipo mi gratitud. Vuelve lleno de anécdotas antropológicas sobre los habitantes de las Feroe y, una vez más, ilustranos con ellas.
Por cierto: a ver cuando nos cuentas lo de tu pobre amigo que estaba hasta los cojones de reírse. Seguro que es muy edificante.
Buen viaje y no aceptes caramelos de desconocidos (de desconocidas, ya no digo nada).