domingo, 12 de agosto de 2007

¡Saga!
(Dos)
Nos fuimos, llenos de esperanza y valor…y, hala, que la saga siga. En algún sitio leímos que Colón estuvo en Islandia, en uno de sus viajes menos famosos y antes del pelotazo que el buen hombre pegó. (Íbamos a llamarlo braguetazo, considerando que triunfó gracias a un golpe de huevo, pero la verdad es que pronto descartamos la idea, por soez y por respeto a la sensibilidad de nuestros lectores). Hala, pues. Son cosas del comercio -el viaje de Colón- y del turismo -el nuestro-, pero, como a veces nos da por el lado romántico, quisimos embarcarnos también y probar un poquito de la ruta vikinga. Total, que ellos, Cristóbal y nosotros, todos por el mismo camino. Así que, ya veis, tanto jaleo con el avión y todo por culpa de un barco.
Las cuchetas del Norröna. Normalmente -es marca de fábrica- disimulamos nuestra portentosa erudición, esa que nos llevó una vez a plantearnos muy seriamente el convertirnos en jugadores profesionales de Trivial Pursuit. Pero nos lo pensamos mejor al considerar que en el peor momento han solido venirnos con una pregunta de deporte que nos ha dejado con un palmo de narices a otro de conseguir el quesito. En fin, que no sabemos tantas cosas como aquel maestro de Historias de la radio, que aquello si que era saber. Será por eso que ahora nos reconforta dejar de lado -por una vez- la modestia y decir que embarcar y pensar en Julio Cortázar fue todo uno. A ver: teníamos el billete más barato, el que da derecho a dormir en un cuarto de tres literas de tres alturas cada una (nueve viajeros pobres o roñosos, si no nos fallan las cuentas y aprovechando que Mr. Scrooge, que también vino y las hizo, no nos oye). Couchettes, las llaman, están en la segunda cubierta -por debajo de otras dos de garaje y de la línea de flotación- y uno se sentiría como un extra de Titanic si no fuera porque también se pueden llamar cuchetas. Ahí quedan expuestos los datos del problema literario o del toque pedante, según. Aunque una imagen vale más que mil palabras, ya se sabe, y por eso salen en mi flickr. Me falta, para que cuadren las cuentas, decir que allí, por primera vez en mi vida, dormí más cerca del techo que del suelo. Bastante más cerca, de hecho, tanto que he de agradecer a quien corresponda no haberme levantado de un sobresalto mientras dormía, que entonces yo -volviendo a Titanic- no hubiera muerto ahogado, sino de conmoción cerebral.
Ya se dirá en su momento, pero la verdad es que la travesía nos desilusionó por aburrida, en un ferry en el que, además de iniciarse uno en el contorsionismo para entrar en la cucheta, podía también pasear por las cubiertas exteriores y gastarse el dinero en el buffet, en el pub, en el cafeteria o en el duty free. Nosotros nos compramos ropa de abrigo en este para poder aguantar en aquellas. El resultado es que a las pocas horas se le ha pasado el romanticismo y siente un poco menos de pena por aquellos marinos de antes que se pasaban la vida baldeando la cubierta, bebiendo ron y pasando por debajo de la quilla. Duro, si queréis, pero entretenido, que es lo que buscamos los turistas.
La tropa se alimenta. Un buffet es siempre un lugar complicado porque uno nunca sabe cuánta comida ponerse ni cuántas veces volverse a servir. Pero los buffet del Norröna, compañeros, donde desayunábamos largo y tendido, han tenido una importancia definitiva en esta aventura que os cuento -si no en mi vida entera, porque en ellos nos conocimos todos y desde entonces viajamos juntos, por Escandinavia y quien sabe si por los años y viajes que nos quedan. No había terminado de pagar la entrada el primer día cuando ya estaba Pepito Fantasías indicándome por señas -poco discretas, por cierto- en qué mesa deberíamos sentarnos. A él, afamado experto en localizar mesas con vistas a nórdica o extranjera de buen ver, no le intrigaba, como a mí, que en estos desayunos nórdicos de buffet no pongan nunca leche caliente -misterio- y las cucharitas del café sean de plástico. Suelo hacerle caso en estas cosas, quizá -aunque ya no comparta sus esperanzas- por admiración a su espíritu incansable; pero esa primera mañana me sentí inclinado a seguir a un tipo que también buscaba mesa, pero de un modo distinto. En sus ojos no encontrabas esa mirada lúbrica del otro cuando mira a las vikingas, sino un no sé qué de preocupación y desamparo que me empujó a sentarme a su mesa. Me recibió amablemente y nos presentamos: él, Pepito Biodramina en el siglo, necesitaba sentarse en el mismo sentido de avance del barco y se hallaba sorprendidísimo de que en un armatoste como aquel, de ocho pisos de altura, se notara el vaivén de las olas. Para cuando el otro se dio cuenta, una vez más, de que la Barbie elegida viajaba con su Ken -“Como todas”, me dijo Biodramina, hombre avisado, sabedor, como yo, de que estas mujeres siempre tienen novio, que no cabe esperar otra cosa y que el asunto es tan evidente que a esta clase de novios guapos, altos y atractivos, rivales tan inevitables que es absurdo dudar de su existencia, conviene llamarlos nobvios-, ya había entre nosotros una amistad de las de toda la vida, cimentada en la experiencia de no poder apoyar la vista en letra impresa mientras viajamos en coche, autobús, avión o tren sin sentir que el estómago se nos sale por la boca. Y ya nunca nos separamos. Vivimos, por ejemplo, una aventura extraordinaria en el barco del correo de Fugloy. Pero eso es otra historia.
Ya digo que me resulta difícil estar en un buffet porque me parece que a la tercera vez que me levanto ya empiezan todos a murmurar. Pero el desayuno es mi comida favorita y me resulta difícil resistir la tentación de tanto bollo y tanta mermelada ahí expuestos y al alcance de la mano, engañosamente gratuitos. Pepito Fantasías no tiene ese problema: se levanta cuantas veces haga falta, pero no para llenar -aunque, como si fuera un daño colateral, termina pasándole- estómago y plato, sino para poder observar de nuevo el panorama. Como a cada descubrimiento sigue su desilusión, tengo para mí que cada ración de desayuno le sirve de consuelo, y así entra en un círculo vicioso (búsqueda-hallazgo-desilusión-comida-nueva búsqueda) del que sólo sale cuando empieza a encontrarse malo. Esta forma de comportarse le parece deplorable al Vizconde de Cul-cagat -a quien de paso os presento, viajero y miembro del grupo-, que al poco de haberse sentado a mi lado ya me estaba diciendo: “Mírelo usted: ya es la tercera vez que se sirve croissants (sic)!”, y era como si me hubiera sentado a desayunar entre Don Carnal y Doña Cuaresma. Él llevaba una tostada, un par de rebanadas de tomate y, por bebidas, un zumo de naranja y un café, desayuno frugal y aristocrático -por lo discreto, pues precisa de un solo viaje-, que tiene el inconveniente de irritar mucho a Mr. Scrooge, compañero de viaje alguna vez ya mencionado. Yo, a la vez hambriento y vergonzante, no sabía si comer más o quedar bien. Volvió Pepito Fantasías, medio lleno, medio enamorado. Quise cogerle algo del plato, pero la explícita mirada del vizconde me congeló en el movimiento. No se movía ni un ápice Biodramina, seguramente prefiriendo pasar hambre a vomitar. Vino un camarero a retirar los platos, que no eran pocos, y el vizconde exclamó: “¡Con qué cara nos ha mirado!”. “¡Qué cara ni qué niño muerto!” -Mr. Scrooge, tarde o temprano, había de saltar, pensé- ¡Sólo nos salen las cuentas si comemos hasta reventar!”. Nos miraron los de la mesa de al lado, que eran, por cierto, nórdica y acompañante, con lo cual todos agachamos la cabeza avergonzados, aunque por motivos diferentes, y así encontró Scrooge la ocasión para seguir: “Y hay que ponerse bocadillos para comer”. Así sea.
Se salió con la suya, pues, y nosotros después a la cubierta a pasear, por aquello de digerir el atracón. El vizconde buscaba las zonas menos concurridas, por la vergüenza; Biodramina, las menos movidas, por miedo al reflujo; Fantasías, las más concurridas y yo, dándome igual unas que otras, escuchaba a Scrooge que venía detrás refunfuñando: “Sí, pero aún podíamos haber comido más”.
Y lo demás es otra historia. Hasta que llegue, un beso.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me me está gustando mucho la saga, aunque imagino que "en vivo" algunas cosas no debieron ser tan divertidas. He visto las fotos y son una pasada. ¿Seguro que tú has estado ahí y no es un montaje? Por cierto, muy bueno lo de "nobvio".
Recuerdos a Pepito Fantasías, P. Biodramina, Mr. Srooge y al Vizconde.

Anónimo dijo...

Fe de erratas: Sobra un "me" y le fata la c a Scrooge. (Es que es la hora de la siesta...)

Angelet dijo...

A tí se te perdona todo, bonica.