martes, 4 de marzo de 2008

Hola. La otra noche me hice pis en la cama y de eso quiero hablar, porque mira que pasan cosas en el mundo pero a mí, lo que me preocupa, es que la otra noche me hice pis en la cama. No sé qué vino primero, si el despertar o el sentir un pequeño e instantáneo alivio en salva sea la parte. Serían cuatro gotas, pero en el aturdimiento sentí una ola, un tsunami caliente que avanzaba a pasitos por mi piel y entonces, ya consciente, me levanté de un salto, lo maldije todo -lo maldito y lo bendito- y me arranqué el pijama que se me estaba quedando pegado a la piel. Os lo cuento porque imagino que no recordaréis estas sensaciones. Yo tampoco: hacía ya mucho tiempo y esto era territorio de la infancia. Recordaba, eso sí, una noche que me pasó lo mismo en casa de mis tíos: de pequeño, me gustaba quedarme a dormir en su casa. Bueno, pues que recuerdo muy bien cómo, a la mañana siguiente, mi tía les decía a todos que yo no había sido, qué va, que a quién se le ocurre semejante disparate, con lo mayor que ya es este niño. La verdad es que el meao estaba en mi cama, pero yo quedé convencido de que las protestas habían hecho efecto y que mi honor estaba a salvo. Bien que se reirían todos, luego, en la cocina. Pero eso es lo que pasa con los niños: que se creen lo que les interesa creer. Considerad, sino, los Reyes Magos de Oriente: pese a todas las evidencias y neones del cortinglés, los niños se lo creen porque quieren creer. Vamos, que creer es querer creer, y esto es algo que también nos pasa a los mayores. Pero el desarrollo de este asunto es demasiado complejo para mis capacidades de análisis.

No termina aquí el asunto de la orina desmadrada, que no se arregla, no, con lavarse las intimidades, sino que me tiene muy preocupado por temor a que la orina se me escape por la misma razón que a otros amigos se les desmadran las analíticas -porque me estoy enterando de que a los amigos les está, de un tiempo a esta parte, subiendo mucho el colesterol. Y a mí, lo que me pasa, es que llevo una temporada en que no termino nunca de mear, lo cual es una gran molestia higiénica y social. Es, ni más ni menos, el universal fenómeno de la última gota, pero en unos términos en que ya compromete mi dignidad personal. Llevo, ya digo, una buena temporada notando que mis últimas se comportan de modo bastante desleal, quiero decir que se me quedan escondidas y salen cuando ya no las espero. Vamos, que me organizan emboscadas y me pillan siempre desprevenido. Lo mismo que los peores bandoleros no esperan al viajero en los recodos del camino, donde podría estar alerta y prevenido, sino que lo atacan cuando, a la vista del refugio, ya se piensa a salvo, las mías tienen la costumbre de asomar en el momento en que, creyendo el trámite acabado, vuelvo a meter en el calzoncillo mi cosita. Son las mías, pues, gotas bandoleras, traicioneras y currojimenescas.

Total, que me voy a contárselo al médico, a decirle que mis últimas, señor, me están dando mala vida. Es la primera vez que voy al urólogo. Quiero decir por decisión propia, porque ya estuve una vez, de pequeñito, para que me operaran de fimosis. Hay que ver la faena que da mi cosita para lo poco que la pongo a trabajar. En cada revisión médica del colegio -que no fueron pocas- les decían a mis padres que no debían estar tan preocupados porque su niño fuera miope y cabezón, que en el fondo era normal y casos similares se habían conocido pero que -por otra parte- yo venía a ser como uno de esos perros chinos que tienen demasiada piel para la cantidad de cuerpo, con la diferencia de que a ellos les sobra por todo el cuerpo y hasta les queda gracioso, mientras que a mí sólo me sobraba en la colita, y que eso, gracia, tenía más bien poca. Al final hicieron caso y me trataron, aunque no voy a ponerme ahora a desarrollar el tema.

Pues eso, que me fui a contárselo al urólogo. Un señor, por cierto, muy serio y reputado. Uno muy bueno, -me dije- para que acabe de una vez con esta guerrilla urinaria. A mí me dio buena impresión y además me pareció muy majo, el hombre: muy amable sin dejar por eso de irradiar sabiduría y seriedad. Uno se esos médicos a los que uno confía sus más vergonzosas intimidades, incluso esta de las gotitas. Por todo eso -aquella confortable combinación de confianza y seriedad- estuve a punto de meter la pata. Es que me extrañó tanto que se pusiera a hacer dibujitos mientras yo le contaba mis cosas, que estuve a punto de decirle: “¿No le da vergüenza, doctor, a su edad, ponerse a dibujar pollas en un papel?”. Menos mal que recordé a tiempo que se trataba de un urólogo y que el dibujo serviría -seguramente- para explicarme el diagnóstico. Pero yo, claro, es que no me lo esperaba y no podía apartar la vista del dibujo, que me resultaba -la falta de costumbre- extrañamente obsceno. Con aquel croquis me contó una historia de caminos, canales y puertos que para él podría ser, a falta de más análisis, la explicación de la falta de seguridad ciudadana en los circuitos de mi orina. Ahora me faltan algunas pruebecillas más, a ver si se trata de algo llamado divertículo uretral. Esto significa, en román paladino, que cuentas en la red de distribución con una especie de embalse -natural y redundante- que queda fuera de control y se llena y vacía a voluntad. Por eso pasa que la última se me viene encima cuando quiere. Ya veremos en qué queda todo esto. Por el momento, a las pruebas os remito.

6 comentarios:

MsNice dijo...

Anda, ¿Cómo se puede tratar de términos escatológicos con un tono tan tierno?
¿De veras que no ves muchas de esas dibujadas? ¿Y tú te dices profesor? porque yo me acuerdo que en mi instituto, no había día que no aparecía una de esas en el pupitre del vecino, o en la esquina del póster de turno, etc.
Y por supuesto en las puertas de cuartos de baño, de eso podríamos hacer una monografía.

Y uniendo Roma con Santiago y hablando de ternura, y puertas de uvecés, te dejo un poema.

En la lengua de Cervantes
nunca lograré explicar
lo que me cuesta orinar
si llevo los guantes puestos
Porque si lo hago con prisa
Y en el torpe intento marro
nunca se si lo que agarro
es la picha o la camisa.


Have fun

MsNice dijo...

Escribo más porque es obvio que tal derroche lírico llevará a malentendidos:
El poema en cuestión estaba escrito en una puerta de urinario público- yo no uso vocabulario tan soez, se entiende.
Y está recopilado en un libro descatalogado y que nunca admitiré haber comprado.
Pero que tiene el famoso poema de los cucuruchos de Manolito el Pollero, dedicado a las procesiones de semana santa.
Y el del niño y las ranas!

Anónimo dijo...

Es muy interesante saber que los hombres también tienen esas "pequeñas pérdidas" y que tienen que ir al médico para tratárselo, jejeje...
Va a ser la ley de igualdad...
No te preocupes que enseguida los de Tena Lady tomarán nota e inventarán el Tena Gentleman y podrás pasear en bicicleta, reirte y hasta estornudar sense pegues.
Besitos.

Mr. Delaney dijo...

Yo le diría a msnice que más que "tono tierno", tanta "cosita" y "colita" me suenan un tanto blandurrios. Menos mal que al final angelet dice "polla".

Mr. Delaney dijo...

Y puestos a seguir el tono lírico de esta ocasión, en aras de la dimensión cultural siempre potenciada desde este blog, podíamos rimar con "...como una olla", y cantarlo con la música de Rocío Jurado (en voz bien alta y cogidos de las manos).

Anónimo dijo...

Ya sabes Angelet, de qué hablar si quieres que aumenten los comentarios en tu blog. Parece que estos temas inspiran.
Por cierto, espero que tengas funda impermeable en tu colchón.
Ah! y los de Tena ya tienen el producto del que habla dpm pero le han llamado "Tena for men", (se ve que mearse no les parece de caballeros)