sábado, 13 de diciembre de 2008

Apatrullando el interior, año 2, nº 6


Hola. Os contaba en la segunda entrega de Apatrullando, año 2, que una vez me dio por imaginar que me encontraba secuestrado por extraterrestres y depositado en un zoo fabuloso y espacial en alguna galaxia muy lejana, que mis compañeros de trabajo habían corrido la misma suerte y que los naturalistas de aquel lugar nos habían montado un pequeño ecosistema terrícola para que nos sintiéramos como en casa. Lo recordáis, ¿verdad? Os decía también que el ecosistema más apropiado para mostrar tal cual es al Homo Sapiens sería -en mi opinión- la oficina, el taller o como quiera que se llame el lugar en que trabaje cada uno. Hasta aquí, nada nuevo. Pero -esto lo es- imaginé además que ellos, mal documentados, nos habían montado un espacio propio tan agradable y majo que ningún visitante de la Tierra que lo viera, si pudiera, lo tomaría nunca -ni jarto de vino- por taller, despacho u oficina. Reconozco que a veces me dejo arrastrar por la imaginación. ¡Oh, poderosa tú entre las potencias del intelecto: déjame libre por un instante para contar a esta buena gente cómo es de verdad -más o menos- el lugar en que trabajo!

Estamos en un espacio francamente rectangular, de tantos metros de ancho por tantos de largo, atravesado en sentido longitudinal por un pasillo -una ele paticorta- desde el cual se accede a diferentes habitaciones, la mayoría utilizadas como aulas y unas pocas como sala de profesores, despacho y biblioteca. Además, hay una garita de conserje que, por las cosas de la vida, no está junto a la puerta -como debiera- sino instalada lo más lejos de ella que se ha podido. Uno entra en nuestra escuela y se encuentra, sin más, en el principio de un largo pasillo de paredes ocres, tubos fluorescentes y puertas de color indefinido. Desde allí también se ve, al final, una especie de mampara de baño blanca que no es un baño -claro- sino la garita del conserje. Al llegar a ella tiene uno dos opciones: o girar a la derecha (primera), con lo que se encontraría con una pequeña prolongación del pasillo -el rabito corto de la ele- a la que se abren despacho de dirección y biblioteca, o girar a la izquierda (segunda), y entonces se daría un golpe contra un panel de madera blanca que alguien ha puesto ahí para separar nuestra escuela del colegio que hay debajo. Eso es porque estamos de prestado en el primer piso de un colegio de primaria.

La sala de profesores no es muy grande y la tenemos abarrotada de libros y papeles. Las estanterías ya no dan más de sí y la avalancha se nos come hasta la mesa. Tenemos también unas cortinas de tiras verticales que nos dan alegría y mucho alivio porque las ventanas de ese lado dan al oeste y el sol ahí golpea de lo lindo, y más cuanto que no hay nada delante que haga sombra: gentilmente, Villena se hace a un lado y nos ofrece buenas vistas de La Mancha. Las puestas de sol son, casi siempre, espectaculares. Por la noche queda encendida en el centro del pasillo una luz blanca muy potente: la de la máquina de chocolatinas. Ya os dije un día que no tenemos bar porque los cuatro gatos que somos no constituimos -se comprende- un mercado apetecible. Pero al final, como todo tiene su lado bueno, por la carencia uno termina llevando fruta para merendar. Junto a esta máquina hay otra de café, pero a nosotros, a los profes, nos han puesto una mejor y más pequeña de la que también -estoy seguro- os habré hablado antes.

Estos es, pues, mi espacio cotidiano. Otro día os diré -ya que insistís- cómo es la biblioteca y os contaré algunas cosas de mis compañeros. Pero dejo por el momento tan espinoso tema y os diré lo que, si volviese a vivir el sueño que os contaba, encontraría un visitante del zoo en el folleto informativo: “Contemple al Homo Sapiens en su entorno. Vea el lugar en que trabaja y vive. Vea cómo pierde el tiempo en una actividad tan incesante como improductiva. Acérquese a nuestra instalación y compruebe que no le falta detalle: su funcionario incompetente, su alumno maleducado, su máquina de fotocopias recién estropeada. Lunes cerrado”.

Pues eso.

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