miércoles, 11 de noviembre de 2009

Habíamos empezado con la canción de Sabina y acabado maldiciendo las discomóviles, cuando ni por asomo era ése el objetivo de nuestro último post. Ya os dije que tengo mis sospechas sobre el motivo, y que barrunto que no es otro que el apuro que me da empezar a hablar de mis cosas personales y sentimentales. Para que os hagáis una idea: antes nos ponemos a hablar de política, cosa que siempre hemos evitado en este blog, no sea que mi madre nos obligue a lavarnos la boca con jabón. Pues el caso es que, meditando sobre el poco jugo que le habíamos sacado al texto, me vinieron a la cabeza unas palabras del protagonista de Alta fidelidad. Ya véis, en fin, que mis referencias culturales tampoco son nada del otro jueves. Lo que viene a decir el hombre, por medio de un elaborado discurso sobre el significado oculto de los diferentes tipos de bragas, es que uno madura cuando deja de perseguir sueños adolescentes y se da cuenta de que hay que elegir entre las posibilidades que tiene al alcance de la mano. Traducido a bragas, que al final hay que hacerse a la idea que la mujer ideal tiende a usarlas de algodón porque son más cómodas y baratas, mientras que la mujer que uno soñaba de adolescente las usaba siempre de lujo y de lujuria, y que eso, quitando Hollywood y ciertos niveles salariales, no es algo que suela pasar. Lo que no me parece admisible es que le parezca normal encontrárselas colgando de la mampara del baño. Eso sí que no, que una ética de mínimos digo yo que habrá que respetar.

No me tengo yo por muy maduro -lo digo en serio- si en esto consiste el serlo. Dicho en plata, en despertar de sueños. Recuerdo aquella vez que renuncié a un trabajo no mal pagado y toda mi familia, preocupada, quiso saber algo de mis planes de futuro. Pues bien, yo, hablando del tema un día con mi hermana, le dije -sin anestesia- que lo que yo quería era "ser escritor": y a fecha de hoy no se conoce que haya escrito algo más que alguna solicitud de beca, la mayoría -por cierto- graciosamente denegadas. Ella, más centrada, debió de pensar que mejor sería no alterar mi aparentemente delicado estado de salud mental, no fuera que, de rebote, en vez de escritor me diera luego por hacerme lector de manos, atleta olímpico, egiptólogo, predicador, bombero o vaya usted a saber. Imagino que ganas le darían de entrar en mi casa y hacer hoguera con los libros. Pero ya digo que es más sensata que yo y el ama.

Será que ser padre le hace a uno, en general, sensato. Ya, con el primero en brazos, la miraba yo y le veía algo nuevo y sorprendente, difícil de explicar pero evidente, y me parecía otra, ella que había sido siempre, como yo, hija y solamente hija. Me decía "Ahora hay alguien que le podrá decir mamá del mismo modo que se lo digo yo a la mía" y también "Ahora hay alguien para quien ella es la persona más importante del mundo". Y con ese primer nacimiento me hice yo la idea de que para mi familia se alzaba el telón de nuevo, que la muerte de mi abuelo había sido la última escena del primer acto y la llegada de mi sobrino la primera del siguiente.

Y a mí, a quien de pequeño todos auguraban los más altos destinos, me llaman para preguntarme si mi hermana los puede atender, pues ella se dedica a salvar vidas y a mí me basta con salvarme la semana. Puede que sí, que la sensatez sea un concepto fácilmente traducible a bragas, pues siempre he dicho que en ellas (en las mujeres, no en las bragas) hay por lo normal mucha más que en la mayoría de los hombres que he conocido, con quienes evito hablar porque el fútbol y los coches me tienen sin cuidado.

Y hablando de evitar hablar, ya veis: otro post entero sin acabar de arrancar a deciros lo que os quería yo decir. En fin.

Au.

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