miércoles, 4 de noviembre de 2009

Yo nunca he sido muy de Sabina, ya sabéis, pero eso no quita para saber que en una canción asegura haber querido más a la que más le quiso. Lo sé porque un amigo, que sí lo era, llevaba siempre sus canciones en el coche y al llegar la frasecita me decía, golpeándome con el codo: "Qué hijoputa, ¿eh?". Podría hablar algo más de las cosas que nos pasaron en ese coche -como una vez que por los pelos no nos arrolla un trailer por saltarnos un stop y nosotros cantando y sin verlo venir: pero juraríamos que la alemana que nos acompañaba, que era lega absoluta en castellano y llegó a verle al camionero los pelos de la nariz, se arrancó con un muy castizo Padrenuestro que estás en los Cielos- pero, decía, mejor será centrarnos en las palabras de la canción. Prometedme antes que no diréis a mi madre lo del camión, a mi novia lo de la alemana ni a la Guardia Civil lo del stop, que no sé yo si habrá prescrito.

Pues el tema es que nunca he sido un lince en eso que se llama inteligencia emocional y desde siempre he manejado con torpeza mis asuntos personales. Eso sí, preguntadme por los reyes de España y os los digo del principio al final y luego del final al principio, y hasta empezando por el medio. Puedo empezar diciendo "Segundo" y después seguir por "Carlos", y luego "Cuarto" y añadir "Felipe", y así hasta don Favila. ¿Véis? Ya me estaba yo liando. Es que si se me saca de la erudición me quedo sin discurso y por eso hablo siempre de todas estas cosas. Pero hablar de mis cosas es como bailar: que me da vergüenza. Cuando uno ha sido siempre el empollón de la familia, le parece que en la pista de baile está fuera de lugar. Es eso que dicen los psicólogos que se llama sobreobservación, o algo por el estilo: que te parece que todo el mundo te mira y te está juzgando. Recuerdo muy bien la primera vez que lo sentí: tendría unos trece años y acababa de subir al autobús. Pagué -no había entonces bonobuses- y al encarar el pasillo los vi a todos mirándome y juzgándome. No supe qué hacer allí en medio, expuesto ante todos esos desconocidos. Me hice pequeñito, y desde entonces.

Pensaba que el paso del tiempo me quitaría todo esos remilgos, pero ya ha pasado suficiente para comprobar que la edad no te cura los complejos. Claro que eso no quita para que me dé mucha rabia la gente que se empeña en sacarme a bailar en las verbenas, ésos que vienen hacia ti, que te has escondido en un rincón y te estiran de los brazos y te dicen ¡Venga!. ¿Les obligo yo a leer En busca del tiempo perdido o a estudiar Geografía de la población? No, ¿verdad? Entonces, ¿por qué me obligan a salir a bailar cuando está clarísimo que yo no quiero? ¡Qué falta de respeto, ponerte en el apuro!

Es que me enciendo. Dicen que en este país la gente sabe divertirse, pero yo nunca le he cogido el truco a meterme en un sitio en el que resulta imposible oír a la persona que está a tu lado. Vayas donde vayas, te plantan una de esas discomóviles y te dicen que eso es la fiesta. Yo -lo digo en serio- estoy convencido de que a más del cincuenta por cien de los asistentes no les gusta estar allí. Contad, si no, cuánta gente baila y cuánta se la pasa aferrado a su cubata. Mirad a ver cuántos novios y maridos bailan de verdad y cuántos intentar capear el temporal moviendo los pies adelante y atrás con la esperanza de que así nadie venga a estirarles del brazo y decirles ¡Venga!. Al final, no son tantos los que disfrutan bailando -sin tener que ingerir alcohol para que se les pase la vergüenza-. Y dicen que en este país sabemos divertirnos. "Niego la mayor", que dicen los tertulianos de la radio. Sostengo que las discomóviles han arrasado las fiestas de este país lo mismo que las redes de arrastre han esquilmado los fondos del Mediterráneo. No es que haya que volver a los Coros y Danzas de Sección Femenina, pero sospecho que con cada ancianito que se muere se va para siempre un poco de cultura de la fiesta y la diversión. Son a la fiesta, estas verbenas opulentas en vatios, lo que el McDonald's a la alimentación.

¿Veis lo que os decía? Se supone que a partir de la canción de Sabina tenía que hablar de cosas mías, de cosas emocionales, pero por el apuro me he ido deslizando hacia la diatriba y la cascarrabiería de vejete gruñón que se me está haciendo. A ver si a la próxima.

Au.

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