miércoles, 28 de octubre de 2009

¡Integración!


Aquél famoso "Vayamos todos, y yo el primero, por el camino constitucional" bien podría ser mi lema, poniendo -eso sí- integración donde el infame dijo constitución. Lo digo porque, la verdad, hay días en que uno es consciente de que avanza, poco a poco, por tal camino. Supongo que es lo que pasa con la integración cuando es voluntaria: que un buen día te levantas y te das cuenta de que ya eres de allá. O de aquí, como en mi caso.


Digo "mi caso" y no lo es, en realidad, porque yo sí que voy notando cada paso que doy. No: no es que os haya estado mintiendo en el párrafo anterior. Dejadme que os lo explique. Debéis saber, para empezar, que las formas de integración son dos, según voy comprobando: unas que podríamos llamar "informativas" y otras que podríamos llamar "de aspecto". Las primeras, lo que tienen, es que no son cosa de uno, y debe dejar, por tanto, que sean otros quienes las lleven a cabo. Pongamos un ejemplo, que para eso soy profesor y me gano la vida poniendo ejemplos y suspensos: es martes -en el mío-, día de mercado y me toca a mí comprar patatas y cebollas. Soy el único hombre de este lado del mostrador y casi, además, el único menor de cincuenta años. "I aquest xic, qui és?", y se forma discusión en torno al tema. Estas cosas pasan, al parecer, en cuanto se presenta cualquier novedad entre los puestos del mercado. Cuando llega el debate a cierto grado de intensidad, alguien decide que sería buena cosa preguntármelo directamente a mí. No me importa y además -como yo digo- si todo se ha de saber, ¿por qué retrasarlo? Y así creo que he puesto las semillas del árbol de la integración, y me voy acto seguido a por el pan, pensando que he hecho bien y que el dicho árbol -metáfora, que nada mejor se me ha ocurrido- ya irá creciendo a partir de esta semilla que acabo de sembrar. Pero entonces va la panadera y me pregunta "I tú, també eres mestre?", y me doy cuenta de que el árbol de la metáfora ya estaba creciendo mucho antes de mi -inútil, ahora veo- intervención. Y además, como me estoy liando con la metáfora, vamos a dejarla aquí abandonada hasta que aprenda a comportarse como es debido.


Volviendo a lo nuestro: pasado el pasmo -provocado por ese significativo "també"- le digo que sí y ella sentencia: "Així tot queda a casa". Me sonríe, y mientras me cobra yo la miro fijamente y pensando "¿Desde cuándo lo sabrá?". Luego dicen que en el Reino Unido están todos demasiado vigilados por las cámaras. ¡Que venga aquí la Thatcher y sabrá lo que son las tecnologías de la información y la comunicación!


Esta primera forma de integración -la que llamamos "informativa"-, tiene la peculiaridad de que se te viene encima de repente, y es cosa que se comprende cuando uno se la juega en bares, mercados y procesiones. Yo, por ejemplo, en el bar saludo al alcalde cuando entro y luego miro por si veo al suegro con su almuerzo.

Visto el carácter de esta primera forma, vayamos a establecer el propio de la segunda, la que -por hacerlo de alguna forma- llamaremos "de aspecto". Ciertos estudios publicados en Nature a mediados de los noventa llamaban la atención sobre la adopción de la boina como índice casi infalible de altos niveles de integración en la sociedad rural, pero imagino que deben estar ya haciendo encuestas por ahí, dado que cada vez se ven más chandales blancos y menos boinas per capita. No es que yo -cuidado- me vaya a poner una, sino que si traemos aquí el dato es porque la integración "de aspecto" va de eso, de la pinta que uno adquiere y de cómo va cambiando en el proceso. Uno se encuentra, un buen día, con un cesto de mimbre en el mercado y discutiendo de las ventajas del cesto sobre el carro, y de hay que ver qué malos están viniendo los melocotones esta temporada. O en el bar, un jueves a las diez, con un chatito de tinto y su inseparable bocadillo de morcillas. Y eso pasa. Y llegará el día -cerca debe de andar- en que preguntarán "¿Quién es la última?" y diré "Yo", y no será por confusión de sexos sino efecto inesperado de la integración. Que ya digo que eso es lo que tiene: que, como en la canción, uno no se da ni cuenta.

Por esto os lo digo: por que os suplico que me lo hagáis saber si un día, en la ciudad, me veis bajar al super en bata de guata, o entrar al bar con el mono de trabajo puesto. Que me lo hagáis saber si un día me sorprende que no esté en la barra del bar el alcalde discutiendo de sus cosas, o si os pregunto si se ha leído ya el pregón del día, que yo -despistado de mí- no me he dado cuenta. Que me detengáis si veis que me acerco a un desconocido con intención de preguntarle si su padre ya está mejor o a cuánto van a pagar este año las almendras.

Que ya os digo que la integración es como una enfermedad que te coge por dentro sin dar señales, pero que yo -no sé cómo- algo voy sospechando y me parece que es mío ese mono azul que veo en el armario. Espero que no lo sea, sin embargo, la bata floreada que hay al lado. Pero si en el momento más inesperado os hago llegar -por cualquier vía- el mensaje "Esta bata es mía", sabed que debéis coger el coche, venir hasta aquí y llevarme sin perder un minuto a la gran vía más cercana para que pueda respirar todo tipo de ruidos y escuchar todo el aire contaminado que mis ojos puedan soportar.


Nunca olvidéis esto, por favor.


PS. Y coged el paraguas si vais al campo a recoger, que veo por las nubes que esto tiene pinta de hoy querer llover. ¡Ridiela!

2 comentarios:

La Jacinta dijo...

Hijo mio, no eres consciente... pero hace tiempo que dices "mi pueblo" acaso hay algo más hermoso? Pero estás confundido con el verbo, lo que te está pasando, mi niño, es que estás echando raices, enraizar es la palabra... hay pobres que pasan por la vida y nunca arraigan, aunque la tierra sea realmente fértil y esté preparada para la siembra...

Angelet dijo...

Admirada La Jacinta. Me veo obligado a consentir tu insidioso comentario porque es el único que me han hecho en varios meses. Si no...