martes, 10 de marzo de 2009

(Resumen del post anterior: el autor, sabiendo que la hipótesis de la genialidad de su alumno no resiste el más ligero análisis, intenta reforzar sus nuevas convicciones).


Decíamos -en el capítulo anterior- que no es cosa nueva ni nada hay más fácil que falsear los datos de la Historia y en esos trances estábamos por si acaso maquillábamos la del descubrimiento del Bing-Bang, pequeña trampa con la cual pasaría nuestro alumno de víctima de la Ciencia a campeón y quién sabe si nosotros a mentores oficiales con derecho a cita -e hipertexto- en la Wikipedia. Si esto hiciéramos -que no digo yo que no- sería cosa de hacer como los especialistas en estas cosas, los cuales recomiendan, para empezar, buscarle al chaval los puntos débiles a fin de tapárselos mejor, pues a los ídolos, para que sigan siéndolo -como dejó escrito Flaubert- mejor es no tocarlos. O, como dijo el otro, que más vale callar y parecer tonto que abrir la boca y confirmarlo. Hagamos, pues, un dossier de vocación ultrasecreto que solamente nosotros habremos de manejar. Y, puesto que la iniciativa es mía, ofrezco gratis el primer informe.


Ocurrió hace pocos días y demuestra que ni él ni los demás protagonistas -léanse capítulos atrasados- venían de la ducha. Érase pues que se era que estaba yo el otro día -el jueves- poniendo en el tablón de anuncios de mi aula un papel con el siguiente rótulo: “Alumnos que tienen que hacer examen de recuperación de Sociales”. Debajo, la lista de sus eminencias. Como no es cuestión de dar las cosas por sabidas, dediqué un ratito a explicar que la gente que estaba en la lista (y solamente ella) era la que estaba suspendida y tenía, por tanto, que recuperar Sociales. ¿Podréis creer que después de mirar el tablón vinieron varios a preguntarme si estaban suspendidos o no, dado que no se habían encontrado en la lista? ¿Será necesario que a partir de ahora -para mi, sollozando, decía- debajo del rótulo añada una nota que diga: “Y si no estás en la lista de los suspendidos es que has aprobado”? Es que, como decía, es un gran error dar las cosas por sabidas. Claro que, por romper una lanza en su favor, podría haberse tratado de la situación de nervios que se vive en los colegios los días de examen. A los alumnos que han de presentarse a las pruebas de acceso a la universidad siempre les digo que hay que evitar, como sea, ponerse nervioso. Eso es algo muy malo de lo que nadie se salva. A mí, por ejemplo, cuando mi examen de selectivo se me olvidó -de puro nervio- pagar la comida de aquel día: vale que ayudó el hecho de que el bar tuviera dos puertas y la de salida no estuviera vigilada, pero juro que fue por error. Mirad si estaba nervioso que nunca más he vuelto a hacer pis cuatro veces en menos de una hora: ni siquiera cuando he estado a punto de confesarle a una chica que me gustaba y preguntarle si quería ser mi novia, porque las calabazas son una cosa que ya llegaron a ser cosa tan de hábito -mira por dónde- que ya las esperaba como el calambrazo los ratones del laboratorio. Y es que el hábito, ya digo, hace mucho.






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