domingo, 21 de mayo de 2006

Hola, bonicos. Llega el calor y la vida se impone. Es la naturaleza que salta sobre nuestra pequeña humanidad con la fuerza de un tsunami. Para no pasarme de cursi, que ya iba yo caminito, entro a contároslo con toda su crudeza: en mi caso y en mi casa, la vida que se impone es la de las cucarachas. Y casi, casi, la que sale perdiendo es la mía. Os lo explico: el otro día eché tanto insecticida que me tuve que ir a urgencias a que me reanimaran. Pocas veces en mi vida he pasado tanta vergüenza como esa noche. Mientras le explicaba a la médico cómo me había perdido en las entrañas de una nube tóxica de insecticida Oro, no podía evitar sentirme como un idiota. Me la imaginaba, al día siguiente, diciendo en su casa: "Pues anoche vino un gilipollas que casi se muere tragando insecticida". Es más, también me la imagino añadiendo: "Y no parecía tonto, a primera vista. Claro que, hay que ver cómo engaña la vista". No es que la chica me inspirara tanta literatura. Era más bien un poco seca, aunque se le puede perdonar el carácter si a las cinco de la madrugada vas a despertarla para contarle casos estúpidos. Lo que ocurre es que, para casos estúpidos y noches de guardia, mi hermano y mi cuñada me han contado tantos que a veces me parecía que iba a verles entrar en el box de un momento a otro.

Es curioso que le llamen box a eso, igual que a donde van los coches de carreras para que les pongan gasolina y les cambien las ruedas. Como no esperaba que el box del hospital fuera tan rápido como el box de Montmeló, pues me llevé un libro para entretener la espera. Se trata de una novela que me acaban de regalar y que por lo visto tiene mucho éxito en EE.UU., aunque lo que más me gusta de ella es que sea un regalo y que esté escrita en 1967, que es el año en el que yo nací. A mí me interesa mucho saber qué cosas pasaron en el mundo en el año en que nací, y llevo ya tiempo recopilando datos en una libretita. Fue un año importante. Por ejemplo: 1967 fue el primer año en el que el ganador de una carrera automovilística roció con champán al público congregado. Ahora parece que es una costumbre de toda la vida, pero no os llaméis a engaño: empezó el año en que yo nací.

Es bueno nacer en un año famoso, porque uno siente que parte de esa importancia la recibe como por transferencia espiritual. No sé, pero haber nacido en 1492, en 1789 o en 1917 debe ser como el sacerdocio, que imprime carácter. 1967 no es como estos, ya digo, pero tiene su cosa. Yo me pregunto qué parte de su carácter me habrá pasado a mí. No creo que sea el talento literario de Cien años de soledad, ni la rebeldía del Che. Probablemente, lo que me ha legado 1967 a mí sea la torpeza para abrir botellas de champán, porque siempre lo dejo todo perdido, la señal del taponazo en el techo y al público congregado mojadito de champán hasta detrás de las orejas.

En estas estaba cuando entró en el box una nurse a torturarme con un par de intramusculares en el culo. Hubiera querido discutir con ella la conveniencia del procedimiento, pero entendí que era una mandada y además, comprendiendo lo fatal de mi destino, decidí dedicar mis energías a preparame para la recepción de los pinchazos. En fin. Me hubiera gustado decirle algo a la médico que los me recetó, porque me parece que lo hizo por despecho y que con una aspirina ya hubiera valido. La aspirina, al menos, tiene la ventaja de que no tienes que perforarte la piel, y perforarse la piel es algo muy antinatural, por mucho que esté de moda y que lo hagan también los pueblos que viven aún en el Paleolitico. Yo respeto mucho a los pueblos paleoliticos de todas las latitudes, pero a mí me va el rollo postindustrial, qué le vamos a hacer.

Ahora, que para rollito postindustrial, el chernóbil que me estaba esperando en casa. La nube aún no se había decidido a disiparse y el olor era de alivio. Así que venga a abrir las ventanas y como yo no soy aprensivo ni ná, pues me daba pesadumbre que a la luz acudieran polillitas y mosquitos, así que decidí apagar las luces, todas las de la casa, antes de abrir las ventanas. La de ostias que me di en la oscuridad no es para contarlo aquí, pero os podéis hacer cargo de mi estado físico si juntáis el segundo colocón tóxico de la noche con magulladuras varias en rodillas, piernas y pies. No me volví a urgencias por vergüenza, por respeto a mi hermano y a mi cuñada, y por miedo a que aquella desaprensiva volviera a recetarme otras dos intramusculares, que ya era lo que me faltaba para acabar la nochecita.

Y, ¿las cucarachas? Pues dicen que sobrevivirán al desastre nuclear, así que sospecho que la nube tóxica que casi acaba conmigo para ellas debió ser, como mucho, como un porrete. O sea, que si desde esa noche no he vuelto a verlas debe ser porque se han ido a la ruta del bacalao a seguir la juerga. Mi única esperanza ahora es que, con lo del carnet por puntos, lo tengan un poco más chungo para volver y se cojan algún apartamento en El Perellonet.

Besos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Soy tu "cuñá". Y sólo digo que no me lo puedo creer. Lo de las urgencias, digo. En fin, besos y piensa que, sin las cucarachas y las nubes tóxicas que nos inventamos los humanos, no hay futuro ni humanidad. Ya te explicaré ésto en otro momento, que son las doce y me voy al sobre.
Bss.

Anónimo dijo...

Ay,ay,ay...