domingo, 28 de mayo de 2006

Hola. Tenéis que saberlo: parece ser que tengo un don, pero al revés. Un regalo, pero macabro. Un no sé qué, que no quisiera averiguar. Una mutación. Un extraño arreglo de mis condiciones naturales que me convierte en una especie de X-Man avant la lettre. No es que haya vivido ocultándolo: es que ahora esta particularidad mía ha tenido a bien manifestarse. ¿Os dije que ya no había cucarachas en mi casa? No acababa de escribirlo y ya estaban de vuelta. ¿Le cuento a mi amigo Mariano que ya no sufro alergia? Cuelgo el teléfono y empiezo a estornudar. Mazinger-Z lanzaba su fuego de pecho. Leonardo da Vinci escribía con ambas manos. Yo, afirmo una cosa y se cumple la contraria. Así que ese es mi don, mi transtornado don: el de la adivinación, pero en una versión morbosa y trágica.

No es tan grave, pensaréis. Al fin y al cabo, saber lo que no va a pasar es una forma de adivinación como otra cualquiera. La putada es que eso no tiene nada de extraordinario: todo el mundo sabe cosas que no van a pasar. No nos va a tocar la Primitiva, por ejemplo. España no va a ganar el mundial. No van a llamar a mi puerta y será Cameron Díaz. No van a volverse honrados los concejales de urbanismo. ¡Menuda mierda de don, si no me da ninguna ventaja sobre el resto del mundo! Sólo sirve para que me dé miedo hablar, no sea que...

No sea que meta la pata. Lo de meter la pata es algo más que un tema literario, en mi caso. Yo creo que es por ahí por donde me ha venido este don retorcido del que os hablo. Las habilidades sociales de Superman venían de Kripton. Las de Spiderman, del contacto lascivo y antinatural con un arácnido mutante. Las mías, supongo, del contacto nocivo y permanente con elevadas dosis de torpeza. "¡Qué va!" -diréis- "Si tú no eres nada torpe". Yo os agradezco la buena intención, de verdad, pero no quisiera volver la espalda a la realidad. Esa actitud no trae más que malas consecuencias. Y, si no, mirad lo que le pasó a Julio César por volver la espalda a la realidad que le presentaba el adivino.

Bueno, pues no quisiera ahora extenderme en ejemplos de torpeza, así que me bastará con contaros que de nuevo he estado un fin de semana en Madrid y de nuevo mi prima -la recordaréis: la que casi muere congelada por mi culpa- juzgó que valía la pena arriesgar la vida y el coche con tal de perderme de vista cuanto antes. La intriga de todo esto es la relación que pueda haber entre la torpeza y mis dotes adivinatorias inversas. Pues la verdad es que no tengo ni idea. Como no sea que cuando eres torpe todo te sale al reves, o sea a la inversa... Pero adivinar, adivinar... la verdad es que no lo adivino. Como en el chiste aquel de Eugenio.

Otro día os lo cuento. Besos.

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