viernes, 6 de octubre de 2006

Yo siempre había dicho que el mío no sería uno de esos blogs en los que el bloggero se despacha a gusto con lo que le gusta y lo que no le gusta y nos pone así la cabeza con sus opiniones sobre todas las cosas de este mundo. ¡Como si a los que leemos nos interesara saberlo! Me dan pena, estos tipos que no tienen nadie que les escuche y por eso se confiesan en el ciberespacio. Afortunadamente, allí hay tanto de todo que lo que se sube se pierde inmediatamente en la inmensidad, como al final de En busca del arca perdida. La abundancia, por tanto, no siempre es mala, porque nos salva de todos estos opinadores compulsivos. La verdad es que publicar en la red es lo mismo que no publicar porque, a fuerza de subir tantas cosas, nadie les presta la más mínima atención. Es lo que yo, estos últimos días, estoy sufriendo en mis propias letras. Ya casi nadie me pone comentarios en el blog: uno breve de realice, y gracias. Estamos sin noticias de dpm ni de MSNice. ¡Perdón!: que está patafos. Él, al menos, tiene la intermitente virtud de la constancia.

Total, que me dije: si ellos no cumplen, ¿por qué tendría que hacerlo yo?. Además, de entrada, ya sabíais que no soy de esos que mantienen sus convicciones a rajatabla. De modo que, tras haber considerado cuidadosamente todo lo anterior, tengo el placer de comunicaros que yo también voy a lanzar al ciberespacio mis opiniones sobre las cuestiones más candentes de la actualidad, y me voy a quedar tan pancho. Total, como no las lee nadie, pues tampoco arriesgo.

Tengo que decir, para empezar, que no me gusta la gente que habla en el cine. ¡La odio! Una vez me enfadé con unas viejas porque no paraban de hablar durante la proyección de Lost in translation. Les dije cuántas son dos y dos y ellas erre que erre se defendieron diciendo que, total, en ese momento los personajes estaban cantando. Como si las canciones no fueran película. Además -aclaré-, no cantaban: estaban de juerga en un karaoke y ése era un momento de gran importancia argumental . Aquí confieso (¡total!) que lo que me cabreó de verdad fue que, refiriéndose a la chica, a Scarlett Johanson (que Dios guarde), dijo una de las viejas: “Ella no vale nada”. Ahí logró sacarme de mis casillas, ya digo que lo confieso. Y de mi butaca, porque me puse en pie y todo.

No me gustan las momias, ni las criptas ni las catacumbas. Si me pierdo en Roma, no me busquéis en las de Priscilla ni en ninguna otra, por mucha pintura paleocristiana que contengan. ¡Qué asco, los cráneos y las calaveras! ¡Qué asco, los tejidos incorruptos! Una vez, en la universidad, pasé una clase entera de Civilización Egipcia con los ojos cerrados porque el profe tuvo la macabra ocurrencia de poner diapositivas de momias. “Cuando acabe, me avisas”, le pedí a un compañero. Me avisó cuando le dio la gana, pero eso es otra historia.

No me gusta la gente que grita para hablar, pero tampoco me gusta la gente que cuchichea en las bibliotecas. En las bibliotecas hay que estar callado, pero, puestos a hablar, prefiero que se hable en tono normal: el cuchicheo se te mete en la cabeza y no puedes prestar atención a nada más. Ya veis que mis manías son muy sonoras. Me horroriza el ruido, en resumen, y me dicen que eso es una desgracia para un valenciano. En la primavera valenciana se sufre más por el ruido que por los niveles de polen en el aire. Parece que si no disfrutas de una mascletà eres menos de la tierra. Pero no me hago problema de eso y si quiero me constituyo, yo solo y en menos que canta un gallo, en nacionalidad histórica. Lo que no sé es si ponérmelo en el preámbulo o en el articulado.

No me gustan los suelos de terrazo, pero en mi casa los suelos son de terrazo. O sea, no me gusta el suelo de mi casa. Por eso no lo barro con cariño. No me gustan los insectos. A decir verdad, no me gustan los animales y tampoco, en consecuencia, los documentales de La 2. Tampoco los punkis, porque con cada uno viene adosado un mínimo de dos perros pulgosos. Siempre: debe de ser que lo pone en la Declaración de los derechos punkis del hombre. No me gusta el aire acondicionado. No me gustan las personas que no devuelven el saludo, ni me gusta sentarme en asientos que conservan el calor del que ha estado sentado antes que yo. Es como si me sentara en el culo de un desconocido. No me gusta que los domingos por la tarde sólo haya fútbol en la radio. No me gusta la cerveza. Odio ducharme con agua fría. Me espanta chocar una mano sudada y tampoco me gusta que me den la mano floja. No me gustan las salas de espera en las que no hay nada interesante para leer. Prohibiría los cajeros automáticos que sólo dan billetes de cincuenta euros. Desprecio profundamente a la gente que es lenta en el uso del cajero automático, sobre todo a los que se leen el resguardo allí mismo. Reinstauraría la pena de muerte para los conductores que se arriman por detrás en la autopista para que te agobies y te quites del medio. Aunque, la verdad, a veces las circunstancias me conceden una satisfacción y ya se matan ellos solos. Tampoco me gustan los que dejan el coche en segunda fila y frenado, y eso que yo lo hice una vez, pero por descuido. Que no salga de aquí.

No me gustan los chicles de menta.

No me gusta que me apriete la ropa. Por eso llevo la camisa por fuera, por mucho que me cueste más de un disgusto con mi mamá. También por eso mi vestuario ideal son unas chanclas, un bañador y una camiseta. Sobre todo odio los zapatos que me aprietan los dedos. Mis dedos tienen que poder moverse libremente en el interior del zapato. En el mundo no debería haber Nesquik, pero el Cola-Cao debería ser obligatorio en todas las casas decentes. No me gustan los tebeos de superhéroes. No me gusta The sandman. Para eso, prefiero Los pitufos. No me gusta la gente que se queda parada en cuanto pone los pies en el vagón del metro. ¡Como si no tuviese que entrar nadie más! Tampoco me gustan las viejas que en el autobús se abren paso a base de empujones en los riñones, ni las que se te quedan mirando fijamente a la cara. Cuando lo hacen, yo las desafío y las miro también hasta que se rinden. Aunque a veces hay algunas que no se rinden. A esas las odio en secreto. No soporto las endivias, aunque lleven roquefort.

No me gusta mancharme las manos de grasa comiendo chuletas, y por eso no las como. Pero no me importa machármelas comiendo calçots.

Y sobre todo, sobre todo, odio que a los anuncios les llamen consejos.

Votadme.

2 comentarios:

MsNice dijo...

no te vuelvo a dejar sandman.
dónde pones "endivias" yo leí envidias, a mi tampoco me gustan (las envidias, claro). léete, o reléte a Pablo Tusson, que creo que te hace falta un cruasán.
nosvemos

Anónimo dijo...

Vale, vale!!!!
Haremos comentarios. Que no tengamos nada que decir no significa que no leamos tus entregas (por lo menos yo). ¿Entre lo que no te gusta no está la gente que habla por hablar? Yo soy una de esas personas: no me gustan los silencios en las conversaciones sobre todo si son con alguien que no tengas mucha confianza. Y por eso prefiero siempre decir cualquier chorrada antes que aguantar un silencio un poco insoportable. Luego hay veces que pienso que para que habré dicho nada porque toco un punto que a la otra persona parece que no le gusta y me suelta una perorata que no veas, mientras que para mis adentros pienso "pero si sólo era para darte conversación".
Bueno, todo este rollo era para decirte que como en el lenguaje hablado me pasa eso, en el lenguaje escrito intento no hacerlo: si no tengo nada interesante que aportar pues me callo. Pero bueno, tú lo has querido... A partir de ahora tendrás comentarios pero pierden la garantía: tendrás más chorradas por palabra.
Y por cierto a mí sí que me gustan los chicles de menta y sobre todo comer chuletas con las manos. Y si son hechas a la brasa en el monte de la zona de Pinares pues mucho mejor!!!