viernes, 29 de septiembre de 2006

Reverse

El viernes me acosté a las cinco de la madrugada. Llevaba unas copitas de más, pero quisiera dejar claro que mi amigo Javi estaba bastante más afectado que yo. A él le dan por el lado sentimental y si encima cantamos Clara, entonces es que se echa a llorar como una magdalena. A mí esa canción me impresionó mucho la primera vez, cuando era pequeño, porque nunca había oído una canción sobre drogadictos, pero en los últimos lustros me había olvidado de ella. Ahora, como el reencuentro llegó entre brumas de alcohol, ya no me hace pensar en heroína sino en las cogorcillas que el otro y yo nos cogemos de vez en cuando. Total, que lo dejé en un taxi y me fui a dormir. Eran las cinco de la madrugada, ya digo, y ni los trozos de pizza que se venden a esas horas por las calles pudieron con la melopea -etimológicamente considerada- que nos llevaba hacia la parada. Además, que nos dieron unos trozos cuadrados, y eso, que yo sepa, es muy poco tradicional. Es que me pongo estricto cuando llevo un cubata de exceso de equipaje y si hubiera tenido fuerzas para polemizar le hubiera dicho al vendedor que dónde se ha visto eso de la pizza cuadrada y que yo, que he estado en Italia dos veces, puedo atestiguar que nunca una verdadera pizza es cuadrada. Pero es que ni yo estaba con fuerzas ni Javi se me mantenía en pie.

Había venido Juan de Pablos a pinchar en un local cerca de mi casa. Juan de Pablos no es el practicante del ambulatorio, qué va: es locutor de radio y por lo que dicen muy sabut en música pop y pop-rock y otras variantes de lo mismo. Yo no controlo tanto la guía de festejos, por mucho que ahora mismo estéis pensando que llevo la vida loca: salgo más bien poco y lo que pasa es que tengo una amiga que es informadora cultural. Y lo que tiene ella, además de un novio que nunca he visto, es mi dirección electrónica y se divierte llenándome el electrobuzón del mismo modo que el Heraldo me llenaba de papel el otro. Pero, mira por donde, ésta información sobre el locutor me hizo más gracia. El tercer o cuarto cubata ya nos lo estábamos tomando en primera fila y Javi no hacía más que pedir canciones, en plan “cada canción, un recuerdo” y, como lo conozco, temí que pidiera Clara y que el señor De Pablos o, en su defecto, el respetable, nos dijera que qué horterada era esa y nos echara de allí. Pero, en fin, hay que reconocer que ambos se portaron: las canciones de Javi eran raras pero marchosas y Mr. De Pablos, por su parte, las tenía todas consigo y con eso demostró que conoce su oficio. Estábamos en primera fila también porque a mí -para variar- una chica que bailaba mucho y bien me dijo “¿Bailas?” y yo le dije que no. Me inventé una frase que no quedara mal: “No, porque no podría hacerlo tan bien como tú”. Y luego nos fuimos allá delante, a ver al artista pinchar. Antes, pero mucho antes, a mí ya me daba vergüenza bailar. Antes de esta fiesta: es algo de siempre. Una vez, cuando no era aún mayor de edad, la chica más guapa de toda el colegio quiso sacarme a bailar, y yo no me dejé. O sea, que viene de antes, de mucho antes.

Lo de la chica no lo digo por presumir, porque Javi, ahí donde lo veis, tiene una buena hoja de servicios. Breve, pero muy selecta. De lo que sí me gusta presumir es de que yo aguanto mucho mejor que él el tsunami alcohólico. De hecho, cuando me llamó para salir yo ya estaba con el pijama puesto, y por no hacer un feo me vestí y volví a salir. Esto ya lo había hecho antes -mucho antes, también- por mi amigo Mariano. Pero eso es otra historia. Digo “volví a salir” porque antes de ponerme el pijama ya había estado yo solo en el mismo local, de donde se deduce que le llevaba al menos un cubata de ventaja. Es que, en un principio, no tenía con quien ir pero tampoco quería dejar de ver a este señor. Creo que no era por la música sino por las ganas de ponerle cara a un locutor de radio. Es un ejercicio arriesgado y puede conducir a grandes desilusiones, pero, oye, el caso es que era fin de semana y algo había que hacer para pasar el rato: unos hacen puenting, otros circulan por la autopista en sentido contrario y yo, más humildemente, les pongo cara a los locutores de radio. Me instalé en un rincón discreto de la barra. Antes, había llegado y me había paseado por el local. Pero como no es fácil estar solo en sitios así me puse en el rincón que os decía. Hasta que vino más gente y empecé a encontrarme raro. Yo no aguanto mucho las miradas de los demás porque me parece que me miran y piensan “¿Qué hace éste aquí solo?” y encima -sumisión absoluta- voy y también pienso: "Tiene razón ese gilipollas: ¿qué hago yo aquí solo?". A veces, sin querer, cruzo la mirada con la de alguien y entonces no sé qué hacer: no se vaya a creer que estoy en la barra como un mirón. Lo peor es que en ocasiones tropiezo con miradas interesantes, de las que da gusto mirar: pero siempre, en esas ocasiones, desvío la mía como si no quisiera ver nada. Me saco la mirada de los ojos, como hace la chica de La quimera del oro. Ella lo hace porque va de sobrada, pero yo lo hago por si acaso, para no tener que responder ni dar un paso adelante. Por miedo al qué diré.

Pero no fue solamente por eso por lo que aguanté poco. Es que estaba cansado por haber pasado toda la tarde trabajando en casa. Resulta muy cansado, un trabajo como este en el que no dejas de pensar ni cuando estás solo en casa. También, quizá, porque había dormido una siesta demasiado larga y eso, a mí, me mata. No me puse el despertador y se me pasó la media hora, duración, a mi entender, de la siesta perfecta. Pero estaba cansado porque había pasado casi una hora en el metro antes de comer y después de haber hablado durante seis horas seguidas a gente que no me hacía caso. Eso también cansa bastante. Pero siempre me digo que con suerte algo les entrará por el rabillo de la oreja y quién sabe si fructificarán mis palabras en algún sitio insospechado. Está muy manoseada, ya lo sé, la parábola, pero a veces no me queda más remedio que recurrir a ella.

Y encima es que casi llego tarde a la primera de todas esas horas: me había quedado dormido. Yo no rindo mucho si no duermo mis horas y por eso es que luego la siesta me llama tanto. Es que, como soy novato, me pasa eso que os decía antes de que nunca dejo de pensar en el trabajo. Por ahora me preparo las clases como si fueran obras de teatro, con un guión completo de acciones y frases. Aún me da pánico entrar en el aula sin red. Por eso tardo tanto y por eso me había acostado tarde y arrastraba el cansancio. Por eso sólo tomé un cubata en aquel local y por eso cuando me llamó Javi ya tenía el pijama puesto. Por eso tuve que tomar algunos más para no caer rendido y por eso no hubo discusión con el pizzero y estuvimos cantando Clara en la parada del taxi.

El jueves me acosté a las dos de la madrugada. Estaba muy cansado porque había estado preparando las clases para el día siguiente…

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Un guión de acciones y frases? Yo eso tengo que verlo... ya veo que te fue útil aquel cursillo interrumpido.