jueves, 4 de enero de 2007

En cuarentena.

La del alba sería, querido lector, cuando te dejé tó preocupao al haber mencionado la temida crisis de los cuarenta, y así me lo has hecho saber. No quisiera haber exagerado la situación y he de reconocer, la verdad, que a veces el medio impone sus condicionantes al mensaje, como dice el refrán, y se pone uno dramático y excesivo sin venir a cuento. No es para tanto ni se debe -por ir metiéndonos en harina- permitir que unos numeritos vengan a decirnos cómo nos hemos de sentir. Al fin y al cabo, no son más que signos que no son ni buenos ni malos, sino lo que nosotros queramos. En eso son como el dinero, que no es bueno ni malo, sino según. Ahora que, dinero, mejor mucho que poco, mientras que, años, mejor pocos que muchos. Alguna diferencia tenía que haber, claro, aparte de ser dinero una palabra incontable y años una contable. También es curioso, por cierto, que dinero sea una palabra incontable. Tendrán que ver eso los filólogos. Pues el cuarenta, decía, a poco que pienses en él, resulta ser un número muy popular y entretenido, que da mucho juego, aparte de cantarlas en los naipes.

Están, por ejemplo, los cuarenta ladrones, que serían cuarenta y uno si contáramos a Alí Babá, y cuarenta mil si también a los que se dedican a la recalificación de suelos. Bueno, seamos respetuosos con la tradición y dejémoslo en cuarenta sin Alí, del mismo modo que los tres mosqueteros eran cuatro con Dartañán y tres sin él. Cuarenta son también los grados que según los chistes siempre tienen en Sevilla, y cuarenta son los Cuarenta Principales. Yo siempre he tenido la inconfesable fantasía -no sé si sexual: vaya usted a saber- de que una hermosa rubia me seducía una noche así por las buenas, me llevaba a su casa y resultaba que la tal era espía del KGB y al sucumbir a mis encantos me confesaba que los suyos poseían una cinta muy top secret en la que tenían grabada la canción número cuarenta y uno, y que pensaban radiarla una Nochevieja para así, con ese golpe bajo, desestabilizar irremediablemente nuestro corrupto sistema occidental. “¿Qué necesidad hay de desestabilizarlo, si está corrupto?”, iba a replicar, pero en esas escuchaba yo la cinta y resultaba que era una canción de María Ostiz y comprendía con ello la maldad del plan judeo-masónico-marxista. Pero como la espía estaba la mar de maja, pues me daba igual.

El cuarenta es un número muy religioso y simbólico. Cuarenta días son los que pasó Jesús en el desierto, que es algo que sólo puedes hacer si tienes vacaciones de maestro. Claro que él lo era: los apóstoles lo sabían y le llamaban siempre así. Me pregunto si para ser un buen maestro será necesario hacer las mismas cosas que él hacía, como ascender, transfigurarse, resucitar y otros deportes de riesgo. Hombre, si todo eso diera puntos para el concurso de traslados o para cobrar los trienios…Pero tengo mis dudas, visto que nunca tuvo destino definitivo y se pasó el tiempo de acá para allá, supongo que haciendo sustituciones.

Cuarenta son también los años que estuvo Israel para cubrir el trayecto Egipto - Tierra Prometida, que debió de ser algo así como un París - Dakar pero en plan muy primitivo. No lo digo por ofender al senderismo, sino porque a mí lo que siempre me ha fascinado de esta historia es lo exagerado del plazo: esa distancia se puede hacer en menos tiempo, estoy seguro, por mucho que vayas andando y arrastrando a la suegra, a los niños, al cuñado y al canario. Incluso yendo en MetroValencia se hace en menos tiempo, siempre -eso sí- que no tengas que cambiar de línea. Claro que a lo mejor les pasó como me pasa a mí cada mañana, que la media de velocidad se me va a fer la mà en los transbordos. Seguramente, se les acabó la paciencia mientras esperaban el enlace con la línea Sinaí - Cafarnaúm y de puro no saber qué hacer se inventaron lo del becerro de oro. Para pasar el rato. Cómo es esta gente, caramba: podrían haberse inventado el pictionary -que, viniendo de Egipto, hubiera sido lo más lógico- y no hubieran tenido tanto follón. Pero, claro, como Moisés, que había ido a preguntar al jefe de estación, no volvía…Y encima, para que después de tanto tiempo se viniera, por toda respuesta, con unos folletos la mar de antipáticos que traían solamente los deberes del viajero y para nada hablaban de los derechos. Aquellos eran tiempos duros, qué duda cabe.

En fin, supongo que en realidad tardaron tanto porque no tenían prisa, una vez que el equipo egipcio hubo de retirarse en la segunda etapa por graves problemas técnicos. Es la típica jugada imbécil que sólo hacen los malos en las películas: mira tú que ir a meterse por ahí cuando está claro que se te va a venir toda el agua encima. Si el faraón hubiera sido como Fernando Alonso seguro que hubiera mandado despedir a todos los soldados, por torpes. Lo que les salvó es que el jefe se ahogó también con ellos. Lo cual, por cierto, me hace pensar que este debe ser el único faraón que al morir no quedó convertido en una mojama reseca, como todos los demás, y es cosa que yo le agradezco por el asco que me siempre me han dado los cadáveres de sus parientes. Total, que yo y el ejército egipcio hemos acabado cogiéndole simpatía al muchacho y lamentamos que su prematura desaparición le quitara interés al Éxodo, que de prometer una de persecuciones se quedó en una especie de road movie esaboría. Iba a decir la mar de esaboría, pero tratándose del desierto no me parece apropiado.

El cuarenta es como una caja de sorpresas. Para los muy cinéfilos, es la 20th Century Fox multiplicada por dos. Para los francófilos es la mitad de quatre-vingt, que ya es ser retorcido, y para otro tipo de francofilia son más o menos los años del régimen.

Pero el cuarenta también es como la Fuerza, o sea, que tiene su lado oscuro, y a lo mejor es por eso que le entra a uno la crisis: llegas a cuarenta y empiezas a sentir el tufillo del reverso tenebroso, y cada vez te resulta más difícil aguantar erguida la espada de luz. Otrosí, cuando sospechan de uno lo ponen en cuarentena, y seguramente es eso lo que el maestro Yoda le hubiera recetado al chulito de Anakin si el guión se lo hubiera permitido. Aunque lo más tenebroso del caso está en el reverso filológico. Fíjense en que uno se acuesta treintañero y se levanta cuarentón, y aquí es donde las palabras empiezan a ponerse bordes, así que voy a dejar de hablar de números que ya parezco el count Drácula de Barrio Sésamo. Nos quedaremos con que nos mosquea que le carguen al cuarenta con esa mala fama que, como queda demostrado, no se merece en absoluto. De todas formas, yo soy Libra, lo que significa que, además de inteligente, armonioso y elegante -como si el horóscopo lo hubiera inventado mi abuela- aún me quedan unos meses de treintañez. Supongo que los senior de mi generación, roídos de envidia, me pondrán en cuarentena hasta que me llegue la hora de unirme a ellos en...¿dónde? Pues en la cuarentena, precisamente. Qué lío.

P.S. Pienso convocar en mi casa una reunión de seguidores de este blog, si es que no les pilla demasiado lejos. Podéis poneros en contacto con Angelet yendo a donde pone eso de Ver mi complete profile y allí habrá un enlace con mi correo electrónico. Espero -qué menos- respuestas de realice, msnice, dpm y otros adictos, y sinceramente declaro que patafos sería bienvenido.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Es verdad y no sé por qué, cuando dices que vas a cumplir -o acabas de cumplir- cuarenta, a algunos se les dibuja una sonrisita maliciosa en la cara que te da ganas de decirles "¿qué pasa, que crees que tú no vas a llegar?, pues tranquilo que es cuestión de tiempo, sólo que yo he llegado antes...". Sinceramente, no creo que el pasar de los 39 a los 40 sea un suceso vital crítico. A mí se me ocurren (y me ocurren) otros y más variados motivos. Pero eso va con la persona, no con la edad.
Aunque hay una cosa que sí que me fastidia de la cuarentena y es la fecha de caducidad de los ojos. Es como si se les empezaran a gastar las pilas: ha sido cumplir cuarenta y empezar a tener que alejar de mi cara la letra pequeña para poder leerla, a usar gafas para coser... Y eso hace que empiece a parecerme sospechosamente a mi madre. Claro que, sólo es cuestión de tiempo y ella llegó antes.

Anónimo dijo...

No tengo cuarenta, todavía, y me quedan algunos años para llegar, pero si que voy a pasar de 35 y eso si que parece ser el declive. No sé si deprimirme o dejarlo para luego, porque creo sinceramente, que hay otras muchas cosas en este mundo y en concreto, en este país, para deprimirse (y profundamente), e incluso, llegar a un suicidio. y no citaré nada para que no me acusen de inducción. Así que,pensándolo bien, tampoco es tan grave y estoy de acuerdo con mafalda en que depende de la persona. Hay gente que con 20 da verdadero asco. En fin. Besos para todos, incluídos los disidentes al foro.

Mr. Delaney dijo...

María Ostiz!!! Sííí... Aaaah... Ohhh... Más por favor...