martes, 10 de febrero de 2009

Llevo unos días enganchadísimo a una página web que se llama LibraryThing, así como suena, es decir en inglés y sin espacio entre ambos términos, que no sé por qué en Internet escriben las cosas de forma tan rara. No me refiero al inglés, que conste, sino a lo otro, a lo de la falta de separación. También es una cosa rara que esté yo enganchado a algo que no sea comer chocolate o dormir la siesta en el sofá pero, mira, las cosas son así. Todo porque mi amiga Manuela me mandó un mensaje diciéndome “Mira esta página que te gustará”. Ella es que sabe mucho de libros y de Internet: es muy lista y ahora que ya tenemos una edad le ha dado por sacar la empollona que llevaba dentro. De joven era más viva la virgen y se daba sus buenas fiestas y alegrías, y ahora se las sigue dando pero sabiendo encarnar cierta insólita combinación de bibliotecaria y punky que creo yo que debe de ser -otra- en su gremio cosa rara. Las bibliotecarias visten de negro y son tristes y viejas secas en las historietas de Mortadelo y Filemón, y recuerdo bien que en ¡Qué bello es vivir! -cuánto me gusta esa película- la desgracia que le pasa a Mary, la esposa del bueno de Georges Bailey, es que de no haber nacido su esposo se hubiera quedado en bibliotecaria. Triste y seca, claro, y con gafas. Así que no podía uno evitar la idea de que éste de las bibliotecarias debía de ser un gremio tremendamente aburrido, pero ahora, vistas las peripecias de Manuela y los viajes de Jesús -ya os hablaré de esto- no hago más que estar atento a la cartelera para ver cuándo hace Spielberg una película de bibliotecarios. Quizá pasada la moda de los superhéroes de cómic llegue la trilogía que cambie para siempre su imagen, lo mismo que Indiana Jones la de los pobres y esforzados arqueólogos en paro. A saber.

A lo que iba era que Manuela me dijo aquello del Library… y ahora me encuentro enganchadísimo. Escuchad, escuchad atentamente mi triste historia y aprended de ella. Lo primero fue pensar que era ésa, como mucho, una bonita manera de perder el tiempo, y lo segundo estar ya introduciendo datos. Lo tercero, darme cuenta de que, como no vivo en mi casa, no tenía a mano mi propia biblioteca ni, por tanto, libros que añadir. Lo cuarto, ponerme a leer los libros que encontraba por aquí sólo para poder ponerlos en la lista. Llegué, en mi delirio, a viajar a casa sólo para copiar en un papel los ISBN de los libros de mi propiedad. Y así, poco a poco -imperceptiblemente como podéis ver- fui cayendo en el abismo. Cuando los amigos me amonestaban les decía yo “no, yo puedo controlarlo”, y también “puedo dejarlo cuando quiera”. Y así hubiera podido ser de no haber descubierto un día las bibliotecas de los otros socios. Y, Dios mío, qué títulos vi y qué autores encontré. Un fatídico ser nacido en la pantalla vino a sentarse a mi lado, me guiñó un ojo y, señalándola, me dijo “¿No te gustaría tener una lista como estas? ¿No te gustaría ser un dios de la lectura?”. Y añadió el maldito: “¿Eh?”. Entonces fue -avisaos- cuando empecé a mentir. Empecé a buscar títulos y autores que nunca he leído ni pienso leer para añadirlos a mi lista ficticia y mentirosa. Fausto, La divina comedia, Don Quijote; Shakespeare, Milton, Ana Rosa Quintana: todos ellos brillan como diamantes en mi lista pero, ¡ay!, falsos como duros de seis pesetas si os acercáis a comprobarlos. He tocado fondo, sí, y vivo en el engaño. Ya me obsesiona tanto mi lista que he vendido lo que poseía para pagar la conexión ADSL e, hipnotizado por la luz de la pantalla, paso las horas ampliando mi ficción o -en su defecto- enganchado a Hospital Central y a Mira quien baila. Luzco mi página de LibraryThing como el hidalgo lucía en su barba las migas de un pan que no podía permitirse porque yo -igual que él no había comido- en realidad, ya no tengo en mi casa más libro que la guía de teléfonos de la provincia de Alicante.

Esta es mi triste historia, pues. Estad atentos al exemplum y aprended lo que podría pasaros de atender las sugerencias de una bibliotecaria desalmada.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cierto, soy una bibliotecaria desalmada ... y cierto tambien que estoy hasta el moño (por ser políticamente correcta) del extereotipo de bibliotecaria gris ¡Con la de colores y sabores que tiene la lectura... y las bibliotecarias!!
Y como profesional te digo, que, como con tantas otras adicciones, cuando sucede lo que cuentas .. lo mejor es cerrar pantalla e irse a tomar unas cervezas con los amigos, achucharlos un rato y reirse de los peces de colores ...

Angelet dijo...

Haría lo que dices, pero observa que digo en el blog que he decidido no hacer caso de los consejos de las bibliotecarias. Lástima.