viernes, 23 de julio de 2010

¡Política!

Yo, la verdad, nunca he sido de esas personas concienciadas con la injusticia y los males del mundo, y eso es algo que vosotros, queridos y abandonados lectores, sabéis muy bien. Por algo lleváis ya tres añitos siguiendo día a día las emocionantes entregas de este blog de mis amores sin haber encontrado jamás en él nada que pueda pasar por opinión política o apoyo explícito a causa que valga la pena. Es marca y promesa de la casa no aburriros ni andar contándoos cosas que solamente me interesan a mí, como si me ha gustado o no tal película o -peor aún- andar aireando a los cuatro vientos ciertos recuerdos de mi infancia. La verdad es que no le encuentro ningún interés a que un tipo que yo no conozco de nada me cuente cómo eran los bocadillos de atún que le preparaba su abuela. Leí no sé dónde que alguien -se entiende que se trataba de un escritor de fama- había declarado su falta de interés por la literatura de viajes porque "no me interesa saber en cuántos sitios el autor del libro ha tomado ensalada". Pues algo así, que a eso voy, me ha prevenido siempre contra los escritos de confesiones personales. Al fin y al cabo, todos tenemos nuestros propios recuerdos y opiniones, y nuestras propias fobias, y todos -o casi- recordamos con cariño a nuestros abuelos y de vez en cuando nos acordamos de ellos y los echamos de menos. El otro día, sin ir más lejos, dijeron en la radio que este es el año del centenario del nacimiento de Elvis, y con eso me di cuenta, para mi sorpresa, de que Elvis y mi abuela eran quintos, que se dice. Esas cosas sorprenden, porque uno tiende a pensar en Elvis y el rock como la quintaesencia de la juventud rebelde y las cosas modernas y guay, mientras que a su abuela la entiende como la imagen misma de lo antiguo y reposado, del plato de arroz y la indignación ante los melenudos estos que ya les daría yo un buen corte de pelo y los pondría a todos a hacer carreteras. ¡Y resulta que ella y Elvis hasta podrían haber sido novios si hubieran ido al mismo instituto! Cosa difícil, ya se sabe, porque a mi abuela la llevaron solamente al colegio de monjas a aprender a coser, por no mencionar los miles de kilómetros de distancia entre aquí y allá. Pero -qué queréis que os diga- yo nunca me he comprado un disco de Elvis y, la verdad, nunca en la vida me comería un plato de arroz al horno cocinado por él, y no solamente porque miedo me da pensar en los condimentos que en su desenfreno le pondría. Es curioso, cuando piensas en qué personajes famosos tienen la misma edad que tus padres y abuelos: te parece, una de dos, o que no son tus familiares tan viejos como pensabas -no vienen de mundos tan alejados- o que no son esos supuestos modernos tanto como parece.

A estas cosas me refiero, veis, cuando decía arriba lo que estaba diciendo. ¿A quién le importa que a mí me llamara tanto la atención un comentario escuchado en la radio? A otro le habrá entrado por una oreja y la habrá salido por la otra, y aquí paz y después gloria. ¿Y qué? ¿Es más digno y noble acordarse de la abuela de uno porque lo explique Cervantes y no el cajero de Mercadona? Ni hablar. Una vez intenté hincarle el diente a eso que se llama En busca del tiempo perdido y al llegar a lo de la magdalena estaba ya tan harto de saber detalles insignificantes de la vida de un tipo que no conozco que cerré en ese instante el libro y pensé que yo sí que había encontrado el tiempo perdido: el que me había ahorrado al no leer semejante mamotreto. Que no sé cómo puede un tipo encerrarse en su habitación a escribir y perderse así lo mejor de la vida, que es salir a darse un paseo y tomar el aire y una cervecita con los amigos. Y todo para explicarnos que cuando era pequeño no podía dormirse sin que su madre le diera un beso. ¡Toma! ¡Y mi primo tampoco! Para ese viaje no hacían falta alforjas. Y ahí tenemos todos los blog llenos de tipos que nos cuentan que tal película no les ha gustado nada, o que piensan que tal o cual presidente de Diputación es un sinvergüenza -menudo descubrimiento-. Lo que pasa es que no les dejan hablar en casa o, subidos de autoestima, creen que a todos nos interesan sus desvaríos. Por eso no sabréis nunca nada de mí leyendo este blog, el cual es tan mentira como verdad.

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