miércoles, 8 de febrero de 2006

No: no es cierto que vaya a cerrar este blog. Desmiento rotundamente cualquier rumor que podáis oír en ese sentido. Esta confusión nace, al parecer, de esos besos de despedida con los que cerré mi último post. Pero eso lo dije porque no quería que nadie, pensando que se los mandaba de muy distinta índole, se llamara a engaño. ¡Ay! ¡Esa es mi cruz: que es una responsabilidad muy grande, esto de que las palabras de uno tengan tanta influencia en los demás! Hay que cuidarse mucho de crear malentendidos, porque luego te encuentras con que dicen que dicen que has dicho y a ver quién detiene la bola de nieve. "Calumnia, que algo queda", que dice el refrán, y tiene uno que andar con pies de plomo, que digo yo. Es que es muy fácil que a la gente extraordinaria como yo no la entiendan. Por ejemplo, no logro comprender que mis alumnos creyeran el otro día que yo estaba haciendo el payaso en clase. ¡Total, porque di la clase de Historia con unas gafas de bucear puestas! Y si estas confusiones ya se dan cuando hablas de la batalla de las Navas de Tolosa, pues ya me diréis lo que puede pasar cuando hablas de besos. Cuando hablas del temita. Total, que por eso quise añadir lo de besos "de despedida": por aquello de evitar confusiones. Que luego te vienen con que "yo creía que" y a ver qué les vas a decir. ¡Ay, fama! ¡Cuánto pesas!

Bueno, pues que toda esta imprescindible aclaración nos sirva para poner en su sitio la confesión que vengo a haceros hoy: que en estos últimos días estoy viviendo un apasionado affaire extraconyugal. Extraordinario porque -mantenedme el secreto, por favor- llevo unos días literalmente acaramelado no con una sino con dos maravillosas máquinas que me hacen olvidar al insensible de mi PC. Hay algo en ellas que me atrae de forma irracional, lo reconozco, con esa pasión que no respeta barreras de dinero, religión ni raza. Hay algo salvaje en ellas: en sus tuercas, en sus engranajes, en el giro de sus cuchillas. El ruidillo de sus motores es un eco de trompetas que derriba las murallas de mi mundo digital. Eso, eso es lo que me está pasando: que ellos, mi nueva batidora y mi nuevo microondas, tan primitivamente analógicos, biológicos, pringables, lavables y frotables con agua y con jabón, se han hecho dueños de mi corazón. Y los miro y los remiro y se me olvida que hace horas que no me subo al ciberespacio.

No sé cómo contároslo. Quizá fue un flechazo, no lo sé. Lo único cierto es que me llamaron. Sí, me llamaron. Allí estaban esperándome, a mí, en aquel folleto publicitario que un melenudo puso en mis manos en la puerta del metro. Y no pude sustraerme a su atracción fatal, ella tan blanquita y tan cromado él. Les abrí de par en par las puertas de mi casa y ahora reinan en mi cocina ocupando en ella un lugar privilegiado (bueno, dos) y yo me paso el tiempo entre frutas y verduras, mondas, migas, cuchillos, peladuras y tiempos de cocción. ¡Qué placer táctil, gustativo y visual! Y, ¡qué alegría, entender cómo funcionan! En estas condiciones, ¿quién puede pensar en la cibernética? Ahora, para mí el mejor bit es el boca-bit y la mejor RAM la descremada. Y me pierden los olores, los sabores y las puntas de los dedos con olorcito a mandarina.

Pero, ¡ay!, delenda est Carthago, como decía el gran Catón, y al sábado le sigue el domingo por la tarde, y entro en el despacho y de nuevo me entrego a mi PC y le hago creer que, a pesar de nuestras pequeñas diferencias, aún somos indisolublemente uno. Pero mi mente divaga extasiada
mientras tecleo sin pasión y se detiene, voluptuosa (¡qué palabra tan fea!), en el próximo batido de frutas con mucho, mucho azúcar. Aunque, como dicen que la pasión consume, es justo confesar que lo que no avanza son las obras de mi proyectada tableta de chocolate abdominal. De hecho, cada vez van peor.

En fin, ¿sabéis lo que os digo?: que esto de la infidelidad, aunque sea electrónica, tiene su puntito. Pero no vayáis a creer que quiero daros mal rollo, no. Al contrario. Ya os digo que nada más lejos de mi intención y además no hay por qué probarlo todo. Por eso una vez más os deseo feliz San Valentín.

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