domingo, 9 de abril de 2006

Hola. Esta es una maravillosa mañana de domingo y aquí estoy: llevo levantado desde las siete, que ya es exagerar, y ya he hecho un poquito de deporte (sin exagerar) y me he tomado un desayuno en una terracita muy mona de la playa (pero con unos precios...). La verdad es que da gusto aprovechar una mañana así, y esto me recuerda que una vez un amigo mío dijo que uno se hace mayor cuando se da cuenta de que la señorita Rottenmeier tenía razón y Heidi era una maleducada insoportable. También podría añadirse algo sobre lo que uno imagina que haría Pedro con las cabras, allá por los montes perdido, pero sobre esto último no voy a poner aquí nada porque me parece de mal gusto y, sobre todo, porque no es una ocurrencia graciosa ni original. Se trata del típico chiste grosero que no le va a este blog, que aspira a ser aceptado en la high society y a pasearse por la Côte d'Azur. Esta querencia mía por la nobleza no es clasismo sino glotonería, porque desde pequeño me llamó mucho la atención eso de que la alta sociedad fuera la crème de la crème y, claro, yo me imaginaba la vida de la jet-set así como si fuera un eterno pasar los días en un exquisito salón de té. Mi abuelo me llevaba los domingos a una antigua pastelería en la calle de la Paz y, aunque ya no existen la pastelería ni mi abuelo, a mí se me ha quedado en la cabeza que la decoración barroca y empalagosa de aquella pastelería (necesaria, por otra parte) era la quintaesencia del poder y la elegancia. Por eso me parecen horteras los despachos con muebles de aluminio y cuero negro y barriobajeros los edificios municipales de hormigón y vidrio.

No me va el estilo moderno, ya se sabe, aunque tampoco me vuelve loco lo románico. Mi amigo Javier era capaz, cuando hacíamos el Camino de Santiago, de andar tres kilómetros más para ver una ermita del siglo XI, pero a mí lo que me llamaba de verdad era un baño de pies y un buen colacao. "Pero, ¡si tú eres licenciado en Historia del Arte!", me decía él. Y yo le contestaba: "Pues por eso mismo". Las ermitas románicas, vista una, vistas todas. Es cierto, digáis lo que digáis, y es lo mismo que pasa con las canciones de Presuntos Implicados, que son todas la misma canción. Lo mío es lo barroco, entonces, y no es cuestión de estética ni de gustos artísticos, sino de fascinación por el poder. Lo barroco y lo dulce, todo junto, es lo que me pone a cien, y por eso me voy de vacaciones a Viena, a comer tarta Sacher, si puedo, en la iglesia de San Carlos Borromeo. Es curioso el nombre de este santo, que parece la unión de dos de las acciones que más hago en el instituto: borro y meo.

Perdón. Bueno: a lo que iba es que a mí, lo que me hace sentir mayor, son cosas como esa de la Rottenmeier que decía antes. O lo de madrugar el domingo. Eso sí que es definitivo, porque implica más el cuerpo y exige un cierto planning, algo que no es necesario en absoluto para odiar a Heidi, mofarse de Mazinger Z y cagarse en el mono Amedio. Anoche, a las once, ya tenía el pijama puesto, y si eso no es señal suficiente del paso del tiempo, qué me decís si os cuento que el ejercicio que he hecho ha sido pasear durante un par de horas por la orilla de la playa. Nada de jogging ni nada de eso, ni squash ni paddle ni nada. Andar, como los jubiletas. ¿Y si os cuento que lo que me motiva de verdad al madrugón es el desayuno que me tomo en el chiringuito de la playa? ¡Qué sensación de madurez da eso de levantar la mano y decir al camarero: "Chico: un pincho de tortilla y una caña"! Bueno, caña no pido porque la cerveza me da náuseas y encima es que es muy poco barroca, pero es cierto que mola decirlo. La verdad es que lo único que me falta es comprar el cupón de la ONCE, pero eso, por el momento, prefiero dejarlo para más adelante.

Lo que sigue adelante son las celebraciones por la preñez de mi cuñada. Ayer tarde estuve en su casa en compañía de tíos y primos y me la pasé zampando como un cerdo donuts de chocolate y coca de pasas y nueces. La coca de pasas y nueces, el panquemao y las coques escudellades son para mí la quintaesencia de la gastronomía valenciana, y que se quiten de en medio la paella, el arròs al forn y demás zarandajas. Pero de eso ya hablaremos otro día. Lo importante por el momento es que volví a casa con la barriga hinchada y que quizá eso, ahora que pienso, fue lo que más influyó en la decisión de no salir. Es que con un plato de dulces delante yo pierdo el oremus y eso, a decir verdad, es señal de inmadurez. Así que va a resultar que si madrugo los domingos y me acuesto pronto los sábados es por inmadurez y no por hacerme mayor.

Pero, bueno, eso no se lo cree nadie, aunque como premio de consolación no está mal. Se non é vero é ben trobatto, como dicen en mi pueblo.

Besos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

mira que bien! voy a ser tio segundo y me entero por este blog...