domingo, 30 de abril de 2006

Hola. Yo tengo una gran deuda con Descartes, don René. Yo soy el rey de la duda y gracias a Descartes sé que existo y así, por lo menos, tengo esa certeza. Lo cual, la verdad, es un alivio, porque por dudar dudo incluso de que yo sea el rey de la duda, aunque también es cierto que dudo mucho que haya alguien que dude más que yo. Así que de todo este lío solamente puedo sacar una cosa en claro, y esa es que yo -al menos de eso no tengo dudas- existo.

La duda me ayuda a desorganizar mi vida.
Por ejemplo: me levanto y no sé si es mejor desayunar fuerte o solamente beber un vaso de leche y después almorzar algo a media mañana. Me levanto y si no tengo que ir a trabajar dudo si es mejor salir a tomar el sol o aprovechar para limpiar mi casa. Dicen que es bueno hacer deporte, pero yo no hago porque aún no sé si es mejor hacer algo de ejercicio por la mañana o por la tarde. Cuando no me aguanto más de ganas de ir al baño, aún tardo un poquito en entrar porque no sé qué tebeo llevarme. Y si estoy en el súper, siempre tengo dudas a la hora de comprar el yogur. Aunque hay que reconocer que el armario de los yogures en los supermercados es una de las realidades más complejas a las que debe enfrentarse el ciudadano moderno.

La duda me acompaña en todo lo que hago, y esta es una de las pocas certezas que tengo. Me voy de vacaciones y la duda se viene conmigo. Nada más salir ya me estoy preguntando si ni hubiera sido más sensato viajar la semana anterior. Estoy en uno de esos fantásticos cafés vieneses y no sé qué tarta pedir. Es más, dudo si es bueno que en un mismo local haya tantas tartas exquisitas para elegir. Estoy en el fabuloso monasterio de Melk y dudo entre emocionarme e indignarme. Me pregunto si en su momento yo hubiera preferido perderme entre los miles de libros de su biblioteca o participar en un asalto de los campesinos y colaborar a colgar por el cuello a los monjes. Vuelvo al cole, recupero mi rutina y no sé si alegrarme o echarme a llorar. Ahora estoy saliendo en una obra de teatro y no sé si debo avisar a familiares y amigos, porque no sé si vendrán por obligación o por gusto. Por dudar, yo mismo no sé si la función me gusta o no. Algunas partes son bonitas, pero otras son decididamente extrañas, aunque dicen que eso es porque son modernas. Me pregunto si no será un poco tarde para sostener que lo moderno debe ser raro. Me gustaría decir que no sé si actúo bien o mal, pero cierta voz interior me dice que no hay dudas al respecto. Eso es lo malo que tenemos los que dudamos tanto: que las cosas negativas son las únicas de las que estamos seguros.

Hombre, algunas certezas buenas sí tengo. Por ejemplo, que entre el Nesquik y el Cola Cao es que no hay color, o que el chocolate es mejor sin leche que con leche. Quizá no sean certezas sobre las que construir todo un sistema de creencias, pero es que dudo si es bueno hacer algo así. Tengo un vecino muy devoto que siempre me pregunta que si yo no creo en Dios, entonces en qué creo, y yo le digo que esa es una pregunta con trampa, porque me obliga a improvisar allí mismo, en el rellano, todo un sentido de la vida mientras que a él la respuesta ya se la dan hecha San Agustín, San Ambrosio, Santo Tomás de Aquino y dos mil años de teólogos y colegas en la fe, mártires y santos, y a ver qué puedo decir yo que resista la comparación. También se me ocurre decirle que hay muy poca caridad en esa pregunta, y mucha vanidad, pero dudo que le guste oirlo. Y que lo mío, al menos, tiene el valor de la navegación en solitario. Esto es lo que me pasa: que me encuentro rodeado de gente que hace rotundas afirmaciones sobre todos los temas posibles, sobre salud, sobre política y sobre dinero, sobre arte, sobre ellos y sobre mí, y con eso lo que consiguen es hacerme sentir muy mal, porque me parece que yo no sé nada y que no me entero. Aunque como gracias a don René -bendita la hora en que leí su libro- sé que al menos alguna convicción me puedo permitir, cada día estoy más seguro de que nadie sabe tanto como dice y que en realidad los que nunca dudan, una de dos: o les da vergüenza confesar que no lo tienen tan claro o es que cuanto más rotundo es alguien en sus afirmaciones más ignorante es. Quizá en esto ande yo equivocado, aunque, como era de esperar, lo dudo mucho.

Besos (si queréis).

5 comentarios:

MsNice dijo...

Dudo que te guste el folk, pero creo que deberías escuchar chocolate jesus de Tom Waits.
Mal que lo parezca, es una canción de amor.

Anónimo dijo...

No se si ponerme los vaqueros o los chinos. Camisa o camiseta?.

Anónimo dijo...

Lo de Descartes era pienso luego existo y no dudo luego existo. Para ir de cultureta hay que leer un poco más.

Anónimo dijo...

Patafos, ¿lo de la duda metódica te suena de algo?

Un beso amistoso.

Anónimo dijo...

..y yo que cría que tenía vecinos pesaos.. no hay color...
rita la cantaoira