lunes, 7 de abril de 2008

Hola a todos. He vuelto a apuntarme a un gimnasio. Sí: soy reincidente. Recordaréis el último intento por la lata que os di con la monitora. Ahora no lo he hecho por la monitora, sino por la barriguita que había empezado a verme: a uno le gustaría estar un poco presentable y que las mozas le silben al pasar. Luego decimos que no, que es por salud; pero se sabe que no es cierto. Además, que aunque nunca he sido un mister, por lo menos mis épocas he tenido de sentirme un poquito más en forma y bajarme al río a echar unos kilómetros. Nunca os conté lo de mis paseos en bici, los fines de semana, con mi amigo Javier: quedábamos los sábados o los domingos, metíamos la bici en el tren y nos bajábamos en algún lugar bonito. Estaba la mar de bien aquello, porque hacías ejercicio y conocías bares, sitios y gentes. ¿Cómo iba, si no, a saber por dónde paran Cortitxelles y El Brosquil? Luego, cuando Javi se puso a ser padre, hubo que dejarlo. Después estuve probando el Pilates en un gimnasio pijo, que me gustó mucho, bastante más que aquél otro -el de la hermosa monitora- al que me apunté después. Pero es que éste la tenía a ella. No me apunté por eso, la verdad, pero no importa. Lo que importa es que el asunto terminó, como ya sabéis, en huida, decepción e intento de atropello. Pero ahora, en este forzado exilio, y tras casi un año sin mover un solo músculo, pensé que quizá sería bueno volver a los deportes. Es notable -reparad en ello- el surgimiento de esta idea en quien, como yo, siente un respetuoso desprecio por toda actividad deportiva y cree que levantarse temprano es, ya de por sí, un esfuerzo considerable que debería puntuar en las oposiciones, desgravar en Hacienda y valer lo mismo que la asistencia devota y regular a los lunes de San Nicolás. Total, que aunque no se sabe si movido por la fe o por un inesperado ataque de vigorexia, decidí el otro día desempolvar el chándal, engrasar las articulaciones y reactivar mi decadente musculatura.
Decidí coger la bici y subido en ella bajarme a hacer la compra al Mercadona. “Total” –pensé- “son sólo siete kilómetros de aquí a Villena y, ¿acaso no eran muchos más los que devorábamos nosotros, añorado Javi, en los dorados días de nuestras excursiones?”
Dicho y hecho, y qué contento con la cara al sol y la compra en la mochila, y moviendo mi bici entre los árboles. Mas, ¡qué insensata alegría al partir y qué vergüenza, sin embargo, al regresar! Lucía un sol hermoso, soplaba un viento amable y sólo lamentaba no tener a mano una cesta de mimbre, un sombrerito de paja y una camisa blanca, cuello mao. Para colmo, el aire el huerto orea y ofrece mil olores al sentido. Volaba la imaginación y me hacía creer que vivía en el mundo alegre de ora el Padre Abraham y los Pitufos, ora Heidi y su abuelito, y el contento de la vida rural y sencilla me hacía cantar a plena voz, bien “Abuelito, dime tú”, bien “Hi-ho, hi-ho, en bici a por el pan”. Pero -¡ay!- el desengaño ya me andaba esperando por ahí.
¿Habéis oído hablar de los falsos llanos? Pues lo es, no os quepa la menor duda, el que hay entre Villena y Biar; y más que un Judas, el imbécil. Ya podría haberlo sospechado, yo, de haberme fijado en que, al ir, todo era un moverse la bici sola sin que yo tuviera más que dar unas pocas pedaladas, y más por el qué dirán que por verdadera necesidad. En otras palabras: que todo era cuesta abajo, y no sé por qué no me di cuenta. Sí, cualquiera hubiera dicho "Ya verás, ya verás la vuelta, tó p'arriba", pero yo no hacía más que felicitarme y "Ché, que aún estoy en forma". Y qué vergüenza, ya digo, solamente hora y media después. Qué cruel, la realidad, dejándose caer como un chaparrón sobre mis luminosas fantasías: ¡mira tú que obligarme a llegar al pueblo así, sudando a chorros -más que el otro amigo Nacho por los montes- y arrastrando la bici, el pan y los garbanzos! Y qué dolor de piernas, qué manera de tener agujetas y qué tentación de enviar para siempre al desván la bici, el mimbre y los Pitufos.
Hay otras maneras de despertar a la realidad, pero, como decía el anuncio, están en esta. No cayó la vergüenza en saco roto, y al otro día ya estaba yo buscando gimnasios por el pueblo.
Seguiremos informando y tomando vitaminas. Besos.

1 comentario:

Realice dijo...

¿Pero el gimnasio está en Biar o en Villena?

Yo también he regresado al gimnasio (y a tu blog) después de un mes de ausencia (más de un mes en el caso de tu blog, me temo), pero el mío tiene poco de pijo: de hecho, los dos tíos que lo cuidan tienen una pinta de quinquis que me da que este gimnasio va a ser la obra social de Proyecto Hombre.

Encantada de leerte. Besitos.