sábado, 11 de octubre de 2008

Apatrullando el interior, año 2, nº 2.

Imaginad, amigos, que bajan -o suben: depende de su posición inicial respecto al plano de la eclíptica- los extraterrestres a la Tierra y se llevan algunos ejemplares de ser humano con la sana intención de exponerlos a la curiosidad general en su planeta, lo mismo que los exploradores van por los continentes del mundo capturando animales para ponerlos el zoo. A mi me pasa que entonces me da por pensar: ¿cuál será la mejor manera de organizar la exposición? ¿Por orden alfabético de todos los habitantes de las galaxias? ¿Os lo habéis planteado alguna vez? Yo sí, y hasta me gustaría que me nombrasen comisario de semejante exposición -pues las dietas por desplazamiento deben de ser de aúpa- si no fuera porque se corre el riesgo de verse uno también entre rejas. ¡Hombre!, ya sé que yo -estaréis pensando-, quizá no dé la talla como representante del género humano, pero quién sabe los cánones de belleza que se usan por esas constelaciones del Señor.

Volviendo a lo que iba: que tengo mi propuesta. Está claro que en jaulas no, porque es un modo tan arcaico que ya las han quitado hasta en Valencia. Es cierto que salen más baratas y que debe de ser tentador reducir el presupuesto, y más ahora que la crisis ya alcanza a la banca universal y seguro que los marcianos también miran el sestercio. En realidad, lo que ahora se lleva es el diorama, especie de maqueta de ferrocarril pero sin tren en la que el bicho, si no es muy exigente, podría llegar a encontrarse como en casa. Diréis que no me he calentado mucho la cabeza si esta es toda mi propuesta, pero a eso yo os contesto diciendo que no es esa mi propuesta -listillos- y que, como dice mi amigo Javi, calentar toda mi cabeza es cosa de mucho gasto y además es imposible. No: mi idea viene ahora y consiste en escoger entre los muchos posibles el hábitat más representativo del Homo Sapiens, en proponerle al Sr. Marciano las mejores ideas para montar el numerito. ¿Naturaleza en estado virgen? No, por Dios, que está toda llena de bichos y menuda imagen que íbamos a dar, todos llenos de picaduras, ronchas y moratones. Además, que como no se sabe qué especie extraña podría tocarnos de vecino, digo yo que será cosa de ir lo más arreglados que sea posible. Sigamos: ¿el antiguo y noble campo de labranza? Todavía, si se tratara de un zoo historicista o retrospectivo, porque de eso -de campos de labranza- cada vez hay menos y además que tiene el problema, oye, de que como entre los Sapiens de la muestra haya ido a parar un concejal de urbanismo en menos de cuatro días ya les ha recalificado el diorama y hasta el parking y el bar en el que las familias venusianas se toman el café. ¿Cuál es, al fin, mi propuesta? La que sigue a los dos puntos: yo creo que la oficina -o donde quiera que trabaje- es el hábitat natural del Homo Sapiens, el lugar en el que un Cousteau de los mares estelares lo encontraría en toda su rica diversidad y complemento ideal del parque de atracciones a la vez que diversión favorita de los niños de Saturno.

Otra cuestión para la que se hace necesaria la asesoría de un nativo es la adecuada selección de ejemplares, pues hay que tener en cuenta que para un extraterrestre debemos parecer todos iguales y le será difícil captar las sutiles diferencias entre un funcionario y un autónomo, entre un jefe y un empleado, y entre el bar del la empresa y el muelle de descarga. Necesitan, está claro, un malinche que les guíe, pues ¿qué pasaría -por ejemplo- si en la muestra sólo entran funcionarios? ¿Qué pasaría si por una de esas casualidades aparecen en Villena y se llevan -si por una segunda y aún mayor casualidad nos coge dentro- a todo el personal del lugar donde trabajo?

No es, pues, asunto baladí. Seguiré informando cuando se me ocurran más cosas. Au.

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