viernes, 17 de octubre de 2008

Apatrullando el interior, año 2, nº 3

Este año nos han comprado una cafetera de las que van con cápsulas y la han puesto en la sala de profesores, ese lugar cuya puerta jamás crucé de alumno, reverente como el griego medio -y clásico- que no pasa de las del oráculo de Delfos y asustado de verme cerca como asustados debieron de sentirse -es de suponer- los pastorcillos de Fátima, el ranchero de Roswell y testigos variados de demás epifanías. Ahora que soy profe y he catado ya bastantes salas nuestras, puedo decir que esto de la cafetera es una gran idea, porque la sala se vuelve, con el olorcillo del café, algo más acogedora. Ya digo que he visto otras y he salido indemne: estuve en una, por poner un ejemplo, tan grande que tenía sofás en los que podía uno simular que atendía a la reunión y hasta, si se ponía en la posición adecuada y contando con la solidaridad del compañero, cerrar los ojos por un rato. ¡Qué magníficos compañeros aquellos! Y ¡qué reuniones! Otra en la que estuve había sido cocina, y allí estaban aún las pilas como testimonio. Pero al menos quedaba también la nevera. Recuerdo otra igualmente pequeña pero que tenía, pared con pared, el bar estupendo que llevaban Manolo y Charo, que sería un bar de instituto, sí, pero podría hacerle sombra a cualquier otro más famoso que queráis decirme. Aún recuerdo las patatas rellenas. En fin. Lo malo -por volver a lo que iba- de esta sala nuestra, la de ahora, es que además de pequeña no tiene intimidad, sofá ni bar, y el que quiere comer algo o se lo trae de casa o le echa una moneda a la máquina del Kit-Kat. Tiene de bueno esta carencia que, si uno es responsable, se trae algo de fruta y come bien. Pero cuando el hambre aprieta a las nueve de la noche, y aún queda hora y media de trabajo, un kiwi es un placer tan breve e insatisfactorio como una eyaculación precoz. Yo me llevo, por eso, el bocadillo de jamón y al volver a casa ya ni ceno.

Intimidad ya digo que tampoco tiene, porque en la escuela de adultos nadie le tiene miedo al profe y todos entran y salen de ella -de la sala- con tanta alegría que hemos tenido que decir que no se entra, que es el lugar que tenemos para descansar y comernos el bocadillo con un poco de tranquilidad. Pero entran igual: meten alegremente el cuerpo y dicen “¡Achoo!”, expresión popular sobre cuyo significado en castellano tengo ciertas dudas, pues me parece que tanto podría significar un “Buenos días” medianamente formal, utilizable en gran variedad de situaciones -saludar a un conocido por la calle, solicitar al profesor una revisión de examen- como un agrio “Mal rayo te parta”, utilizable, asimismo, en gran variedad de situaciones -saludar a un conocido por la calle, solicitar al profesor una revisión de examen-. No he pasado -y nunca pasaré- en este pueblo el tiempo suficiente, pues me temo que el correcto empleo del “¡Acho!” es una de esas habilidades socioculturales que se adquieren desde -y sólo desde- la primera infancia y cuyos principios básicos se encuentran disueltos en la leche de los biberones, cosidos a las sábanas de la cuna y prendidos en los besos que nos daban las abuelas. Es la misma inaprensible habilidad que permite al esquimal -dicen por ahí- distinguir decenas de tonos de blanco; la misma, al fin y al cabo, que permite al valenciano distinguir entre una mascletà “bien, pasable”, y otra solamente “desllavassà”. Y no preguntéis.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Recordando aquellos viejos tiempos en los que se agradecían los "sofá-reuniones" (también "sofà-becadetes") y, la bollería industrial que sabía a gloria en aquel bar de instituto que regentaba un matrimonio ya maduro con su jovial hija, después de las supervivencias vespertinas.... En fin, regresando al presente, disfrutamos del aroma de un buen café y seguimos deleitándonos con tu narrativa; esa manera tan especial de contarnos tu día a día, donde el sarcasmo y la ironía, nos provocan tremendas carcajadas mientras disfrutamos con tu lectura.
Desde aquí te animo a que mantengas tu singular espíritu.
PD.: El ¡Achooo! lo tendrás que añadir al peculiar repertorio en el que también yace aquel ¡Maestrooooo!
Un abrazo.

Angelet dijo...

El bar que dices era bueno, pero el que digo yo, Juan Carlos, aún es mejor. Me alegro de que comentes algo, que la gente no se anima. Hemos de volver a tomar una de esas comidas mejicanas. Un saludo.