jueves, 4 de febrero de 2010

Hablábamos, en uno de nuestros más celebrados post, de aquel monitor que comparaba el deporte con los taburetes y sobre ello disertábamos un rato, con la evidente intención de perder el tiempo y disimular la falta de ideas. Pues bien, dado que la situación es la misma, hemos pensado en volver al mismo tema -el deporte-, si bien no al mismo buen señor del otro día sino a otro del mismo gremio que acabamos de conocer. Porque si aquél había hecho de la frase "El músculo es así" divisa de su escudo y muletilla de su conversación, este otro, por el contrario, los hace de "Legalo quimono", con lo cual demuestra que, efectivamente y como dicen los que saben, el futuro está en Oriente, vivero mundial de emprendedores que antes lo fue de proverbial sabiduría. El mundo cambia, ya se sabe, y hasta se pone del revés, y ahora el sabio consejo nos llega de un prejubilado occidental mientras que la iniciativa empresarial y la crianza del parné vienen de allá. En sus tiempos, ellos nos daban lecciones de vida mientras nosotros andábamos a la greña destripándonos, como buenos hermanos, los unos a los otros a golpes de espada y crucifijo. Tal era la fama de aquellos hombres que aún en los tebeos de mi infancia los consejos eran siempre "viejos proverbios chinos". También los había, aunque menos, indios e indígenas de todo tipo, con lo cual parecía que lo sabio era, además, lo exótico.

Pero, en fin, llegó la modernidad y se acabaron los proverbios, que, como dijo Susanita, no sé qué ha pasado con estos chicos, que antes hacían porcelana y cosas lindas y ahora, míralos, todos ellos comunistas. No sé cómo sería en tiempos de Marco Polo, la verdad, pero está claro que ya la cosa había cambiado cuando Nixon quedó para tomar el té con Mao. Yo, por mi parte, me encontraba el otro día un ex compañero de colegio que fue casi una estrella del pop y ahora es maestro de yoga. Ya veis: del consumismo occidental a la sabiduría oriental en una sola vida. El mismo viaje, pero al revés, que parece haber hecho éste que me regalaba el quimono y me ponía delante, antes que nada, las tarifas del gimnasio. No sé: esperaba un recibimiento más espiritual y aromatizado con especias y bambú, y no un despacho y un menú. Diréis que no es culpa suya, sino de la corrupta sociedad occidental a la que ha venido a parar el pobre: sí, bueno, pero me acordaba entonces yo del otro, del sabio jubilado, levitando entre bancos de abdominales y armarios de barras y mancuernas, y diciéndome "El deporte es como un taburete", consigna que -estaréis conmigo- es tan enigmática como el más enigmático de los consejos que pueda dar uno de esos gurús milenarios y barbudos que salen en las películas de kung-fu.

Me lo dijo, lo del precio y el quimono, con el mismo acento y convicción con el que podía haberme ofrecido rollito de primavera, arroz tres delicias y pollo con almendras. Me recordó una vez que, andando cortos de dinero y sobrados de ganas de reír, intentábamos unos amigos que nos pusiera la buena mujer, a precio de menú, lo que no entraba, y poco faltó para que nos cortaran allí mismo la cabeza. Que tampoco es cosa de olvidar lo de los tormentos chinos, oye.

Pues eso, que dicen que por allá está el poder y que a nosotros lo que nos queda es la tradición, siempre que no haya pasado antes por aquí algún concejal de urbanismo que lo haya recalificado todo. Leía el otro día, a propósito de la crisis ésta que nos lleva, que a lo mejor la cosa no viene solamente de las trampas que los bancos nos han hecho jugando al Monopoly, sino de que los chinos llevan más de veinte años ganando dinero y ahorrando sin parar, y que por eso resulta ahora que hasta los americanos les deben tal cantidad de pasta que más vale que nos pongamos todos a aprender chino y practicar sumas y restas con yuanes o como se llame el dinero de esta gente. Nosotros, que nos lo gastamos todo en vicio y en multas de la SGAE, somos ahora por lo visto el pueblo decadente y por eso nos queda solamente la baza de la sabiduría, que es -a esa conclusión vamos llegando- el único lujo de los pobres.

¡Ampáranos, Confucio!

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