jueves, 11 de febrero de 2010

A mí me educaron para ser un niño limpio y aseado. Me decían que había que bajar la tapa del váter después de usarlo, y dejar la bañera y las pilas limpias de pelos, que el que viniera detrás no tenía por qué ir dando los buenos días a mis restos corporales. Así lo he hecho siempre, convencido de que la limpieza era, ante todo, cuestión de convivencia. Pero últimamente he estado viendo la tele más de lo normal y he acabado por aficionarme a las series de policías. Ya me gustaron antes algunas series, y de pequeño tuve un cochecito de metal pintado como el de Starsky y Hutch. Agradezco al azar histórico no haber tenido, a la vez, edad de conducir uno de verdad, porque no puedo asegurar que no lo hubiera pintado así. Hubo otra, Hill Street Blues, que me gustaba mucho, creo que en parte porque la veíamos todos juntos en casa, con lo cual la serie adquiría ese carácter de objeto de intimidad familiar que tienen también los jarrones y las fotos de los abuelos. En ésa, el trabajo de policía era bastante sucio y peligroso -por las calles y callejones en los que se metían, pobres, y la gentuza con la que trataban-, y uno no deseaba por nada del mundo acabar siendo policía de Nueva York.

Pero en estas series que digo las cosas son muy diferentes. Los policías son todos un poco raros y se mueven en ambientes la mar de chic. Lo primero es que los casos ya no son de drogadictos, mafiosos ni putas, sino de asesinatos a veces fortuitos, a veces pasionales, en muchas ocasiones cometidos por personas, las pobres, que hasta entonces habían llevado vidas normales. A veces tenemos algún asesino en serie que lo que tiene, el hombre, es que está chalado. No sé cómo decirlo: como si fueran los casos misteriosos que presentaba Agatha Christie, raros de cojones, sí, pero siempre desconectados de los mundos de la marginación y la delincuencia habitual, como si se tratara de una edición moderna -por lo tecnológica- del los casos de guante blanco. Que el que mata es porque lo disfruta o porque se ha vuelto loco. Vamos, que marginación, poca; tiros, los justos; y mucho estilo y presentación. Esto último, por cierto, muy propio de las series de las úlitmas temporadas, que a veces las llamo yo series "con minutos musicales".

Explico también lo que decía antes, eso de que los polis son raros en estas series. Quiero decir que no los ves por ahí patrullando y pegando tiros y persiguiendo a los malos. No: suelen ir bien vestidos y son la mar de guapos y educados. Creo que hay uno que tiene, el tío, varios doctorados. No les basta con ser guapos y listos, no: siempre tienen alguna otra rareza. Hay una especie de vidente que siempre adivina lo que ha pasado; hay un experto en interpretar expresiones, de manera que más te vale llevar careta cuando estás delante de él; y luego están los del CSI, que son extraños híbridos entre personal de laboratorio y patrullero -estilizado- de las calles. Vamos, que al patrullero Renko lo hubieran expedientado por feo y mal vestido.

Pero no se trata de hacerme crítico de televisión, que no, sino contaros -¿para qué, si no es para hablar de moi, tenemos este blog?- que esta atención que vengo prestando a la tele me ha hecho cambiar mi sentido de la limpieza. No es que me haya hecho menos limpio, no, pues ¿cómo ser un cochino a la vista de los relucientes laboratorios del CSI? No, quiero decir que si antes era para mí, la limpieza, cosa de convivencia, ahora lo es de seguridad personal. Me explico: me paso el día viendo series de policías que juegan a que todos, al parecer, nos vamos dejando cosas por ahí, y luego vienen ellos y las meten en bolsitas de plástico. Yo, claro, me pregunto cada vez: ¿de verdad dejo a mis espaldas semejante rastro de porquería? ¡Qué vergüenza, si me viera mi familia! Y, luego, me suele dar por pensar: ¿vendrá alguien que sacará mi ADN del plato de galletas que me he comido, o del moquete que sin querer he dejado pegado debajo de la silla, o de las gotas de sudor frío que me han caído mientras miraba una página porno? Y me digo: "Dios mío de mi vida y de mi corazón: no dejes que se apoderen de mi huella, no sea que me clonen como a la oveja Dolly pues, ¿qué harán con mi clon? ¿Convertirlo en un asesino en serie? ¿Presentarlo a concejal de urbanismo?". Y tocado por una fiebre de limpieza como nunca la había sentido antes, movido por el miedo más que por la educación y el respeto al semejante, paso trapos empapados de lejía por todos los lugares en los que he estado.

Gracias a la tele, a CSI y a Bones, porque me han abierto los ojos a la conspiración multigubernamental que pretende suplantar mi personalidad. No, si... ¡se aprenderán de cosas con la tele!

Au.

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