miércoles, 25 de enero de 2006

Hola. Llevo unos días preocupado porque me ha venido a la cabeza la idea de que debería hacerme yo un poquito más cultural y poner en mi blog algo de contenido más elevado y digno. La cultura es que es muy importante, ya se sabe, pero a mí lo que me pasa es que tengo una cultura muy basta, que sólo da de sí como para sacarse unos trescientos euros en el 50x15, más o menos. Y encima, ahora que ando preocupado por la educación cultural de mi blog, cogen y dicen que a América llegó un chino antes que Colón, cuando precisamente eso -la necesidad ontológica de la gesta colombina- era uno de los pilares básicos de mi frágil status cultural. Eso sí: mira que los chinos me parecían ya de antes un pueblo admirable, con tantas cosas bonitas como hacen, pero ahora que además han descubierto América, es que esto ya raya en la adoración, y aquí me tenéis dispuesto a contestar "Chang" en vez de "Colón" cuando me hagan la inevitable pregunta. Es que la cultura es eso, hombre, reconocer nuestras limitaciones y estar dispuesto a cambiar. Y como yo veo que tengo tantas limitaciones, pues me he dicho: "Vamos a explotar ese lado mío tan a propósito para la cultura".

Lo malo es que no me acaba de salir bien. Yo lo intento, de verdad, pero hacerse cultural comme il faut no es cosa fácil y no se tomó Zamora en una hora, que es un refrán, por cierto, muy apropiado para usarlo cuando se está en ambientes intelectuales. Es que la cultura para mí es como el mostrador de una pastelería exquisita pero desconocida, que no sabes qué pastel escoger y todos parecen perfectos para el postre de la comida del domingo, pero no te decides porque te parece que por coger uno te vas a perder otro mejor y sobre todo qué dirán los demás clientes si no estás atinado en la elección. Total, que al final, ante la duda, te vas a la calle, te compras un tigretón y te quedas tan a gusto. Y como estos problemas de indecisión son tan míos, pues vi que lo mejor era hacerme aconsejar y acompañar por mis amistades a algún acto cultural de esos que hay en diversos locales de la ciudad siempre que no caigan en fin de semana, que es cuando se vende más. Y que ir a un acto cultural siempre es de más nivel que pasar una hora leyendo a solas en la casa de cada uno.

La del alba sería cuando me dice mi amigo Quique que le ponen de largo un libro de poemas en una librería de la ciudad. Así que allá me voy dispuesto a mi bautismo de fuego cultural y por poco se convierte en mi extrema unción cultural. ¿Qué queréis que os diga? Para empezar, no quedaba una sola silla libre, y tuve que aguantar de pie todo el acto (cultural, se entiende), cuando todo el mundo sabe que un sine qua non cultural es sentarse con las piernas cruzadas y cogerse la barbilla con la mano. Y encima va el speaker o presentador propiamente dicho y dice que mi amigo es uno de los dos o tres mejores poetas de su generación. Yo miraba a mi amigo y pensaba: "¿Con esa pinta?". Un poeta como Dios manda es un poco más apañao, y mi amigo se parece a Bécquer lo que yo a Orlando Bloom. Claro que, para pintas, la del speaker, que yo lo miraba también y me preguntaba por qué los culturales tienen todos esa de reñidos con la maquinilla de afeitar. Y luego lo confundido que estaba yo, que en la charla, aunque era de poesía, nadie dijo nada de amor ni de flores, como yo esperaba. Amor y flores son lo más apropiado para iniciarse en la poesía, pero allí es que todo era que si el capitalismo esto y el capitalismo aquello, y encima un calor en la sala que yo no hacía más que mirar un par de botellitas de agua de esas con dibujitos de Jordi Labanda, que mi amigo el poeta y el speaker las tenían delante y ni las tocaban. Lo que a mí me apetecía de verdad era una cocacola, pero con el tonito que os digo que tomaba la conversación, a ver quién se pedía el refresco imperialista.

Bueno, por fin se acaba el acto (cultural, ya digo) y se pone el chaval (mi amigo) a firmar libros y el speaker se sale a fumar (algo también muy cultural), así que yo aprovecho y me siento en la silla que queda libre. Y venga a acudir gente a pedir firmas y a hacer interesantes reflexiones anticapitalistas y yo os voy a confesar que viendo cómo se comían al chico a alabanzas todo lo que se me ocurrió pensar es que debería yo también escribir un libro de poemas a ver si así ligaba más. La puntilla a mi vacilante status cultural la dio uno de tantos aficionados a la lírica: justo detrás de dónde estábamos sentados el poeta y yo estaba la sección de deportes, de modo que nos servía de fondo un gran libro sobre el método Pilates con la foto en portada de una estupenda gimnasta en maillot haciendo una pirueta imposible a la vez que lucía una sonrisa aún más imposible. Y el aficionado y el poeta venga a la risa sobre lo superfluo de nuestra sociedad y lo malo que es el culto (el culto, fíjate) al cuerpo, y sin embargo yo pensando que en el gimnasio donde hago Pilates esa postura no me la han enseñado aún y que tengo que preguntar a la monitora que, por cierto, no está nada mal. Y claro, me sentí más cerca de la gimnasta que del poeta. Y eso que luego me tomé con él un bocadillo de tortilla de patata, pero ni aún así.

Pero no cedo en mis intentos, porque no dejo de tener en cuenta lo que se dice de Zamora. Ahora mismo vengo de una conferencia sobre un tema cualquiera, pero no estoy muy satisfecho porque he ido yo solo sin dejarme aconsejar y ha pasado lo que tenía que pasar: que era una conferencia de segunda clase. ¡No había canapés ni nada de beber! Y ya se sabe que
por la calidad de los canapés se saca la calidad de la conferencia. Y si no hay, pues ya me diréis cómo vas a saber si la conferencia es buena o mala. Estas cosas no deberían permitirlas, porque a los que intentamos hacernos culturales es que nos desaniman mucho. Lo que tendrían que hacer es establecer una escala de calidad. Vamos, algo así como la escala de Richter para los terremotos, pero con los actos culturales. Un 10 en la escala serían las conferencias con virutas de ibérico y camareras guapas, y un 0 serían las que no te dan ni las gracias por venir. Y también exigir unos requisitos para que no se cuele cualquiera, que no pase como en esta que os digo, que detrás de mí se ha sentado uno que no hacía más que sorber mocos y yo he aguantado todo lo que he podido, pero me he tenido que ir del asco que me daba.

Tengo que preguntarle a mi amigo el poeta si sorber mocos es cultural o simplemente una cochinada. Mientras tanto, os mando un beso y me vuelvo al ciberespacio, que allí no hay mocos y somos todos iguales.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bueno, es lo que tiene la cultura, y el rollo desaliñao la va muy bien a la poesia. Sobre todo si es anti-sistema, todo entra en el mismo juego. Me extraña que te extrañe.