martes, 23 de octubre de 2012

Sèrie SENSE NATI! Primera època (¡Ahora en castellano!): Cosas del cole, 2

¿Cómo empieza la jornada?: los niños entran al cole sin hora fija, entre las nueve y las nueve y cuarto, mientras el profe está de pie en la puerta del aula para recibirlos. "Buenos días, Mariah" -leed maraia-, "¿Cómo estás hoy, Michael?". Algo así como el predicador a la salida del sermón, pero al principio. Claro que, mientras se entrega el señor profesor a este ejercicio de marketing, a sus espaldas el aula puede estar conviertiéndose en un lío ingobernable. Si eso pasa, malo. Quiero decir que se te considera mal profesor. Lo que se espera del profe americano es que desactive el comprensible despiporre teniendo preparadas de antes -de ahí lo de llegar prontito al cole- unas actividades sencillitas para que los que llegan primero se vayan entreteniendo, y sin que nadie les tenga que explicar nada. La clave para el éxito de este método, este bellwork -"trabajo del momento de la campana": no sé si vale la traducción, sobre todo porque en el cole no tenemos campana-, es que los alumnos ya saben qué tienen que hacer: entrar en clase, dirigirse a su pupitre, mirar la pizarra y hacer el bellwork del día. La cosa está tan arraigada que hay libros publicados con trabajitos de estos para todos los días del curso.

El chiste, inteligentes lectores, no está en tener pensadas minitareas de éstas, sino en el automatismo de los comportamientos. Es que me parece a mí que aquí la fábrica es el modelo de escuela: igual que cada trabajador sabe lo que tiene que hacer cada día, y nadie concibe que en la factoría de la Ford en Almussafes, cada vez que entran, los obreros tengan que esperar a ver qué tienen que hacer hoy, así se espera del profesor americano que tenga a los chavales tan entrenados que todo discurra con fluidez, como si con el grupo de alumnos hubiera compuesto una máquina perfectamente engrasada. Las historias de profesores "triunfadores" -qué concepto tan horrible- incluyen siempre la consabida anécdota del día en que llegó tarde -nunca porque le daba pereza, claro, sino por causas ajenas a su voluntad- y nadie se dio cuenta porque sus niños actuaron automáticamente, igual que si él hubiera estado en clase: las rutinas deben estar así de asumidas. Claro que, si siguen así, acabarán por decir que no hace falta el profe. ¡Con que venga unos días al principio, para el entrenamiento! De ahí sí que saldría una partida "maravillosa" para recortar, como dijo la otra.

Sí: he dicho entrenamiento. El profe, como si se tratara de un míster -que dicen los galácticos-, debe entrenar con sus alumnos todas y cada una de las acciones que él ha diseñado para ellos, hasta que se conviertan en rutinas. Y así se habla de esta fase del trabajo: es el entrenamiento. Se dice que el profe debe dedicar las primeras jornadas del curso a este proceso. Ensayar, ensayar y ensayar. Con lo cual, ya se va viendo, el modelo, además de la fábrica, también puede ser el equipo.

He de decir, por ser sincero y no parecer antiamericano de manual, que no lo encuentro, todo esto, esencialmente negativo. Sobre todo, cuando se ha visto -y sufrido, o, quizá más a menudo, provocado- aulas convertidas en campos de batalla. Todo tiene su lado bueno y su lado malo: hay que reconocer que cuando se observa la clase de uno de estos profesores/entrenadores/gerentes -de uno que lo hace bien, claro- no se puede dejar de reconocer que todo discurre en orden y aparente facilidad. Cada tarea se cumple según el guión previsto, y cada cambio de actividad con una eficacia asombrosa -"like this", dicen siempre los que me lo explican, y les gusta acompañar la frasecita con el gesto de chasquear los dedos varias veces seguidas. Aseguran que no hay aprendizaje posible en el caos, y que los alumnos, como todo el mundo, agradecen entrar en un ámbito donde hay un orden y se tiene la seguridad de que al menos hay alguien que sabe lo que está haciendo. No sé. También me dicen que en ambientes así no hay conflictos y no hace falta gritar, que el profesor se puede concentrar en la enseñanza y ya no más en la disciplina. ¿Será verdad? Porque gritos, lo que se dice gritos, algunos por los pasillos ya he oído. Como le decía una vez una profesora a un chaval, que se ve que no captó el entrenamiento, plantándose delante de él con toda su envergadura, y con voz profunda, tranquila pero firme: "Yo no soy una señorita española. Yo soy una mujer negra". ¡Qué miedito!


¿El lado malo? Que me pasa lo mismo que cuando leí el libro aquél de ¿Quién se ha llevado mi queso? ¿No os lo he contado nunca? Bueno: cada cosa a su tiempo. Doctores tiene la Iglesia.

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