lunes, 24 de septiembre de 2012

Sèrie SENSE NATI! Primera època (¡Ahora en castellano!): I LOVE OUR HEALTHY SNACK FOOD PROGRAM!

Le da a uno un cierto miedo, aquí, en los EEUU., hacer algo ilegal, aunque sea sin querer, porque tiene una imagen de la policía y de la justicia de este país así como que no se andan con chiquitas. Ni a cruzar las calles me atrevo si no es por el paso de peatones, no vaya a ser delito. El problema llega cuando -creo que ya se dijo esto- no hay tampoco pasos de peatones ni aceras. No os digo todo esto porque tenga pensado delinquir, sino porque ayer, antes de atreverme, le he preguntado varias veces a la Jose si de verdad lo podíamos hacer. Me refiero a llevarnos a casa las manzanas que han sobrado en el cole: no sé en qué estaríais pensando. Ni tampoco es que estemos tan mal que necesitemos comernos las sobras, no. Lo explico. Existe en este colegio un programa de comida saludable -el "Healthy Snack Food Program", me parece que se llama- que consiste en que cada día, menos los viernes (vaya usted a saber por qué), envían a cada clase una bandeja con unos aperitivos para que los chavales maten el gusanillo sin tener que recurrir al McDonald's. Esas eran las manzanas de ayer, que sobraron.

No está mal la idea, la verdad, en un país donde la oferta de comida -de comida basura, la mayor parte- es abrumadora. Y eso que la palabra -abrumadora- se me queda corta: por donde vayas, eres bombardeado por todo tipo de reclamos y tentaciones para que comas. Es un país donde se come a todas horas, se come sin hambre, se come por la calle y se come por pasatiempo. Y no siempre buena comida. Atrayente, sí, sin duda -que me lo digan a mí, que las galletas me llaman como a Ulises las sirenas-, pero entiendo que nutritivamente poco adecuada. No hay que contaros lo de la obesidad: los ejemplos que uno ve a diario son tantos, y algunos tan hirientes, algunos dan tanta pena, que se entiende esa especie de obsesión por la dieta en la que este país parece instalado: folletos y carteles sobre cómo organizar un menú saludable, programas de televisión que enseñan cocina sana, revistas, libros, cursos...todo en torno a la comida sana. Pero no deja de ser también un poco esquizofrénico, todo esto: a la vez que uno recibe este bombardeo, recibe -más potente aún- el contrario. Y así se vive, atrapado entre dos fuegos, entre mensajes contradictorios, entre el que te tienta para que compres y engordes, y el que pretende remorderte la conciencia para que  comas bien...pagando, por supuesto: que todo el rollo de la comida sana es también un negocio floreciente. Me pregunto si no serán, al final, los mismos quienes me venden el antídoto y el veneno.

Nuestro -del cole, quiero decir- programa de comida saludable está bien, por lo tanto, pero padece las mismas contradicciones que todo el país: ¿por qué acompañan todas las verduras con salsas de producción industrial? Todo lo que se gana con la verdura se echa a perder con la salsa, que es como esas que te sirven  en las hamburgueserías. Y así ves a los niños que se dejan las verduras y se beben el botecito de salsa. Es que es difícil luchar contra la competencia, y más aún si, como pasó la semana pasada, les das a los niños, como almuerzo, ¡cortadas de calabacín crudo!, o rodajas de rábano. Así, también yo me bebo la salsa y luego me voy al McDonald's del otro lado del centro comercial a desayunarme unas tortitas con caramelo.

Al menos, la Jose y yo hemos decidido llevarnos a casa lo que sobra en el aula, porque, si no, va directamente a la basura. Y la comida no se tira.

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